¿Qué puede pasar cuando juntas cuatro mentes retorcidas como las de Iggor Cavalera, Colin H. Van Eeckhout y Mathieu J. Vandekerckhove de Amenra y Scott Kelly de Neurosis? ¿Cómo pueden retar nuestra capacidad de comprensión musical? Esas preguntas son de difícil respuesta incluso después de varias escuchas de Plague God, una amalgama de sonidos mecánicos y perturbadores.
Los cuatro entes creativos implicados en este trabajo actúan como maestros de ceremonia de una misa machacona realizada desde lo más profundo de la caverna, que durante los cinco litúrgicos cortes que conforman el disco, se van desarrollando de forma mecánica, casi industrial, aderezados con unas voces desesperadas -cerca de la asfixia- que te sumergirán en un estado de éxtasis espiritual que conectará con tú yo más primitivo. La portada es suficientemente descriptiva, un resto óseo, que bien podría ser el rostro de Cthulu fosilizado, ya nos indica por dónde van los tiros de este denso y oscuro trabajo.
En un mundo infame, inmerso en crisis de identidad, sanitarias, bélicas, prisionero de la dictadura de lo frívolo y lo superficial, al dictado de las redes sociales, Absent In Body te sugieren una vuelta a las raíces. La vida en la caverna y las ceremonias paganas, principio de nuestra (cualquier) civilización.
Una visceralidad primigenia, marcada por los ritmos tribales que inundan toda la obra, un trabajo que se aproxima al metal industrial, que parece más paleo sludge salpicado de voces que van de la angustia existencial al recitado chamánico, cercano al último De Doorn de Amenra. Pero tienes inicios rabiosos de guitarras surgidas de lo más profundo del abismo, como en ‘Sarin’, en el que el peso de Scott Kelly, a priori, parece evidente.
Plague God es mejor entenderlo como un viaje cohesionado e indivisible hacia el principio de los tiempos, como banda sonora de hace millones de años, lejos de la electricidad, la fibra óptica o el 5G, que como una suma de canciones, pues cuesta pensar que funcionen por sí solas. Un viaje en el que transitan de lo primitivo a la liturgia, pasando por el grito (casi llanto) de desesperación y dolor, como en ‘The Acre/The Ache’, por ver a tus semejantes engullidos por el dolor que provoca la alienación provocada por el mecanicismo y el postfordismo.
Un álbum que, sin llegar a un estadio excelente, te hará desaparecer durante los 36 minutos de su liturgia. No apto para almas luminosas, ni amantes del estribillo fácil.
JOAN CALDERON