Llevo todo el fin de semana montado en The Car, el nuevo disco de Arctic Monkeys. Lo he escuchado de día, y de noche, con cascos y sin, mientras cocinaba y mientras me tomaba un gin tonic, y todavía no soy capaz de decirme si me gusta o no. Lo cual supongo que hace decantar la balanza hacia la segunda opción… pero no es tan fácil.
Yo era de los que estaba convencido que después de la paja de Tranquility Base Hotel & Casino, Alex Turner se habría quedado descansado, y el grupo volvería al punto en el que lo dejó con AM (2013), ofreciéndonos un disco en el que volvieran a sonar como un grupo y no como un proyecto en solitario de su cantante. Pero como han constatado en algunas entrevistas, su proceso creativo actual pasa porque Turner componga, arregle y grabe por su cuenta, y sus compañeros, el guitarrista Jamie Cook, el bajista Nick O’Malley, y el batería Matt Helders, se limiten a seguir sus directrices.
Supongo que no hay nadie ahí dentro que se atreva a organizar un motín, viendo que también es gracias a Turner que Arctic Monkeys se han convertido en una banda gigantesca, y que la crítica sigue, mayoritariamente, de su lado. Pero me cuesta imaginar que se sientan realmente satisfechos teniendo un papel tan secundario, y ejecutando unas canciones que parecen más apropiadas para una banda sonora que para ser interpretadas en un estadio o encabezando un festival.
Es significativo que los dos elementos más importantes sean la voz y unos exquisitos arreglos de cuerda. Afortunadamente, las interpretaciones de Turner, aunque demasiado afectadas y con mucho del Bowie de los 70, alternando un falsete a ratos raspado con inflexiones más graves, no resultan tan irritantes como en Tranquility Base…, y canciones como ‘Body Paint’, ‘There’d Better Be A Mirrorball’ o la propia ‘The Car’ están realmente logradas con un elegante toque melodramático.
¿Es reprochable que prefieran hacer un disco de lounge o de retro pop de cámara en lugar de pegar guitarrazos? En absoluto. ¿Es lo que me gustaría? No. Así que después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión que mi principal problema con The Car no es con lo que es, sino con lo que representa: la constatación de que los Arctic Monkeys que de verdad me engancharon, ya no existen. Igual de aquí a 20 años, cuando beba cognac y fume en pipa, me parecerá maravilloso, pero me sabe mal que siendo todavía jóvenes, se hayan amuermado tan pronto.
MARC LÓPEZ