Desde que irrumpieran en la escena metálica durante la primera década del nuevo milenio, Avenged Sevenfold se han empeñado en remar a la contra. Si con su tercer álbum, City Of Evil, lograron hacerse un hueco dentro del mainstream con canciones por encima de los 6 minutos repletas de arreglos imposibles y solos de guitarra estratosféricos en una época en la que parecían estar en peligro de extinción, su inconformismo se ha ido reafirmando a cada paso de su carrera.
A lo largo de sus siete discos, los californianos han ido oscilando entre su vertiente más accesible (el hard rockero Hail To The King les valió no pocas críticas por acercarse en exceso a Metallica o Guns N’ Roses de forma nada disimulada) y la más arriesgada comercialmente hablando como lo fue su anterior The Stage, en el que se adentraban en tratados progresivos. Todo ello mientras su popularidad iba ascendiendo hasta convertirles en una de las formaciones de metal más grandes de su generación, al tiempo que se alejaban de esa etiqueta de banda prefabricada que les acompañó en sus inicios.
Lo que nadie hubiera imaginado es que llegados a su octavo trabajo de estudio presenciaríamos un quiebro como el que han protagonizado en Life Is But A Dream… Poco les debe haber importado la expectación generada tras siete largos años sin nuevo material, que estén camino de afianzarse como cabezas de cartel de los grandes festivales e incluso quién sabe si llegar a rozar con la punta de los dedos la ansiada liga de estadios. Tan solo un demente o alguien con una confianza bestial en sí mismo (o tal vez ambas cosas) se atrevería a lanzar un artefacto como este gozando de semejante posición y encima respaldado por una multi como Warner.
Nada de todo ese ruido externo parece haberles afectado lo más mínimo a la hora de encarar un álbum en el que no se han puesto ningún tipo de limitación por descabellada que pudiera parecer. Incluso desde las fotos promocionales (búsquenlas porque la sesión entera no tiene desperdicio) el quinteto de Orange County da la impresión de querer lanzar un mensaje de “nos-la-suda-todo”, desmarcándose de cualquier tipo de convencionalismo en cuanto a estética. Y eso mismo se traslada a una música dónde el “todo vale” es un lema que se sigue hasta las últimas consecuencias.
El primer aviso llega con ‘Game Over’ irrumpiendo en la fiesta a toda pastilla y M. Shadows poseído por el espíritu de Mike Patton. ¿Recuerdan aquella versión que se marcaron de ‘Retrovertigo’ de Mr. Bungle? Pues no era un simple guiño de cara a la galería, ya que Avenged Sevenfold han tomado buena parte de ese espíritu de “saltar al vacío” en esta ocasión. El grupo va pasadísimo de revoluciones hasta detenerse en seco en un pasaje acústico. Vayan acostumbrándose a los cambios de contrastes, ya que van a ser una constante de aquí en adelante.
‘Mattel’ obedece a parámetros más metaleros destacando el manejo de Brooks Wackerman con el doble bombo (el trabajo que hace aquí el ex-Bad Religion es colosal, jugando con todo tipo de ritmos y ganándose el sueldo con total merecimiento) y un Synester Gates que ya comienza a hacer diabluras con su Schecter. Siempre he pensado que el guitarrista nunca ha terminado de recibir todo el reconocimiento que merece, pero él sigue a la suya. Ahí está ese solo combinado con teclados llevándonos hasta un cierre con coros angelicales y un piano que reclamará protagonismo en más de un momento. No es de extrañar que ‘Nobody’ fuera la elegida como single de presentación, pues es la única que podría considerarse medianamente “accesible” dentro del conjunto. De algún modo consigue aunar la simplicidad de Hail To The King y el trasfondo progresivo de The Stage haciendo que funcione de forma brillante.
Si bien hasta este punto hemos encontrado algunos detalles sorprendentes, podría decirse que más o menos caminamos sobre terreno seguro. Esa sensación se desmorona en la incómoda ‘We Love You’. Una batería a ritmo tupa-tupa te recibe junto a unos efectos de voz inquietantes que se rompen con cortes bruscos, pasando de fragmentos propios de relajado lounge al thrash más visceral para acabar en una outro acústica que se antoja reparadora tras semejante zapping de estímulos.
El barroquismo del que tanto les gusta hacer gala logra su pico máximo en la épica ‘Cosmic’, dónde Gates va directamente con la chorra al aire marcándose un extenso solo para pasar al piano al tiempo que se va construyendo una escalada armamentística de arreglos. Sobre ellos sobrevuela un Shadows pletórico de voz adaptándose a todo lo que le lancen sus compañeros. Incluso no tiene reparos en usar el vocoder para ‘Easier’, otra canción que respira ese ambiente a lo Faith No More en el que cualquier cosa puede ocurrir. Como que las guitarras sufran una metamorfosis evocando un híbrido imposible entre Polyphia, Red Hot Chili Peppers y Jimi Hendrix. ¿Pensáis que voy fumado? Pues esperad a escuchar lo que se viene a continuación.
La suite que conforman ‘G’, ‘(O)rdinary’ y ‘(D)eath’ supone una pirueta mortal con triple tirabuzón que transita por enredos instrumentales a lo Rush con voces femeninas mediante, pega un salto a la pista de baile enfundándose los cascos robóticos de Daft Punk a ritmo de funky y aterriza sobre una pieza de crooner orquestal salpicada por algún que otro guitarrazo. La despedida al viaje nos la da ‘Life Is But A Dream…’ a través de una elegante a la par que virtuosa interpretación de Gates al piano.
¿Suicidio comercial? ¿Genialidad? ¿Ida de olla monumental? ¿Futuro disco de culto incomprendido? Cómo siempre ha ocurrido con casos similares, solo el tiempo acabará ubicando a Life Is But A Dream... en su justo lugar. Lo que sí hay que reconocer es que, agrade más o menos, Avenged Sevenfold los han tenido bien puestos para haber parido un álbum tan excesivo, sin hits potenciales a la vista y arrojando nuevos sonidos a su marmita. Habrá quién lo aborrezca y no pase de la primera escucha. Personalmente, no veo el momento de volver a subirme a este tren de la bruja que se han sacado de la manga.
GONZALO PUEBLA