Si cuando fun. se separaron -sorprendentemente después de haber pegado el pelotazo con Some Nights en 2012- hubiera tenido que apostar por cuál de sus miembros triunfaría en solitario, todo mi dinero hubiera ido por el cantante Nate Ruess. Y hubiera perdido.
Una década después, Ruess lleva tiempo medio retirado, mientras que el guitarrista Jack Antonoff se ha convertido en el productor de referencia para las estrellas femeninas del momento, después de trabajar con Taylor Swift, Lana del Rey, Lorde, St. Vincent, Clairo y hasta The Chicks. No sólo eso, sino que además con su banda Bleachers, tampoco le ha ido nada mal. Pese a su cara de bobalicón, está claro que algo tiene que tener un tipo que consiguió que Scarlett Johansson fuera su novia en el instituto.
Ya desde su mismo título, el tercer álbum de Bleachers transmite vibraciones springsteenianas, y el propio Bruce aparece como invitado en ‘Chinatown’, que suena totalmente a él, sin parecérsele en nada. Es como si fuera un cuadro abstracto de un retrato del Boss, y una de las mejores canciones del año.
Su influencia también se palpa en la pulsión nocturna de ‘Don’t Go Dark’, en el pseudo rockabilly festivo de ‘How Dare You Want More’, que hasta termina con un duelo entre guitarra y saxofón, o en la acústica ’45’, una carta de amor a la música que podría haber firmado Brian Fallon; al fin y al cabo otro vecino de New Jersey apadrinado por Springsteen.
Pero en el resto del álbum, Antonoff también deja claro que sus fuentes de inspiración no se limitan a una sola figura. ‘Big Life’ y ‘Stop Making This Hurt’ tienen algo de los Talking Heads más desenfadados, mientras que las dos baladas finales, ‘Strange Behaviour’ y ‘What I’d Do With All This Faith?’, apuesta por una sensibilidad íntima a lo Surfjan Stevens.
Dejo para el final dos de sus mejores temas. La inicial ’91’, con su buen gusto a la hora de incorporar violines, demuestra el partido que podrían haberle sacado Weezer en su Ok Human, y la balada folk ‘Secret Life’, cantada a medias con Lana del Rey, es una verdadera delicia.
Pese a sus buenos momentos, y los sonidos interesantes de sintetizadores que incorpora en algunos temas, Take The Sadness Out Of Saturday Night te deja con la sensación de que no es la obra definitiva que podría ser. Como si en el fondo, Antonoff se encontrase más cómodo en su papel de artista en la sombra, y conservar ese aire de genio freaky, que poniendo toda la artillería para triunfar a lo grande. Aunque quizá sea ahí, en esa dualidad entre cantautor indie y rockero de estadios, donde radique su encanto.
JORDI MEYA