Mucho se ha hablado sobre esta residencia de Bruce Springsteen en Broadway que ayer terminó y que ahora llega a todo el mundo a través de un disco en directo y un especial de Netflix. La premisa del espectáculo, que le ha tenido actuando durante el último año en el teatro Walter Kerr de Nueva York, es que Springsteen va a desvelarnos su “truco de magia”.
Se supone que es un ejercicio de sinceridad absoluta hacia sus fans, con el que nos quiere mostrar a la persona que esconde detrás del personaje que ha ido construyendo a lo largo de toda su carrera. Pero como ocurre con los grandes magos, incluso cuando te explican el truco, en realidad, te están engañando con uno todavía mayor.
“Me lo he inventado todo. Soy así de bueno”, dice jocoso al confesar que nunca ha tenido un trabajo normal, ni ha currado en una fábrica, a pesar de haber escrito tantas canciones sobre ello. También admite que ni siquiera sabía cómo conducir poco antes de escribir ‘Racing In The Street’. Así es, el icono de la clase trabajadora, el músico cuyas canciones están llenas de coches y autopistas es un fraude. Y desde ese punto de vista, Springsteen On Broadway quizá sea el mayor fraude de todos.
Los sentidos monólogos sobre su infancia, su familia -la difícil relación con su padre es uno de los ejes del show-, su banda, sus sueños, su patriotismo, basados en su exitosa autobiografía Born To Run y aparentemente espontáneos, están en realidad siendo leídos a través de un telemprompter. Naturalmente esto no se ve en la grabación de Netflix realizada exquisitamente por Thom Zimmy, pero así lo explicaban quienes lo vieron en vivo. Incluso su repetido uso del adjetivo ‘fucking’, en un músico que nunca utiliza tacos, parece pensado para que Springsteen parezca más real.
Por otra parte, su presunta identificación con la clase obrera entra en contradicción con el desorbitado precio de las entradas (unos 500 dólares de media) y los beneficios derivados de su estancia en Broadway. Se calcula que Springsteen ha ingresado unos 100 millones de dólares brutos por estos 236 conciertos, y 20 millones por su contrato con Netflix. Un negocio redondo teniendo en cuenta que no ha tenido que pagar a otros músicos -sólo su esposa Patti Scialfa interviene en dos canciones-, ni gastos de transporte, ni apenas de producción. Veremos lo que tardan otros músicos en intentar algo similar…
Pero ¿sabéis qué? Todo eso da igual.
Porque escuchando y viendo las dos horas y media que dura el espectáculo, Springsteen consigue que te lo creas, que rías, que pienses y que te emociones. Que cada palabra suene genuina. A veces, al igual que en el libro, abusa de la concatenación de adjetivos, y a ratos su expresión facial recuerda a la de Robert De Niro cuando sobreactúa, pero igualmente te lo tragas. Seguramente porque, como decía una de sus canciones, todos necesitamos algo en lo que creer.
Musicalmente, el enfoque es parecido al que ya practicó en la gira en solitario de Devils & Dust en 2005, pero la intimidad que consigue en un teatro con menos de 1000 butacas amplifica el poder y los matices de su voz. En algunos temas cambia alguna melodía, el fraseo o se come algún compás. A veces funciona y otras no, pero las preciosas versiones al piano de ‘My Hometown’ o ‘Tenth Avenue Freeze Out’, el desgarrador blues a capela de ‘Born In The USA’ o la devastadora ‘My Father’s House’ rozan la perfección.
Muy pocos artistas tienen un repertorio que les permitan contar su propia historia, nuestra historia y la de su país. Pero Springsteen On Broadway es eso y más. Así de bueno es.
JORDI MEYA