Como Bono dijo una vez, América no es sólo un país, es una idea. Una idea que, para bien y para mal, todos tenemos interiorizada y, a menudo mitificada, por la cantidad de música, películas y libros que hemos consumido de artistas como Bruce Springsteen. El de New Jersey ha construido su carrera amplificando ese mito al mismo tiempo que hurgaba en sus contradicciones poniéndolo de cara al espejo de la realidad. No hay mejor ejemplo de esa dualidad que Born In The USA, el disco que le convirtió en una superestrella mundial.
Western Stars, su decimonoveno álbum de estudio, vuelve a estar moldeado con ese mismo barro creando un paisaje musical que evoca llanuras infinitas, caminos polvorientos, moteles de carretera y cielos estrellados, pero habitado por personajes solitarios que intentan olvidar, sin éxito, vivencias del pasado porque es a lo único que pueden aferrarse.
Es a la vez uno de los discos más bonitos que ha hecho, gracias a sus exuberantes arreglos de cuerda y vientos, inspirados en el country pop de los 60 y las películas del Oeste, y uno en los que más cerca estamos de esa depresión que destapó en su libro de memorias.
No cuesta imaginarse a un Springsteen, en sus episodios más severos de su enfermedad, sintiéndose igual que los desolados protagonistas de estas trece canciones. Puede que sientas empatía hacia el actor de segunda de ‘Western Stars’, el conductor de tren de ‘Tucson Train’, el especialista de ‘Drive Fast (The Stuntman)’ o el cantautor fracasado de ‘Somewhere North Of Nashville’, pero, desde luego, no querrías estar en su piel.
Por eso es una lástima que pese a contar con tan buen material de base, el disco no alcance todo su potencial, más teniendo en cuenta que lleva grabado desde 2012 y ha tenido tiempo de sobras para trabajar en él. El orden de los temas, para mi gusto, es mejorable (‘Hello Sunshine’ y ‘Tucson Train’ deberían estar intercambiadas), los toques de producción ‘moderna’ de Ron Aniello arruina su homenaje al romanticismo de Roy Orbison de ‘There Goes My Miracle’, y quizá debería haber dejado aún más espacio para los arreglos orquestales que tan bien funcionan en ‘The Wayfarer’ en la que te sientes cabalgando dentro de una pantalla en Technicolor.
Pese a todo, contiene al menos media docena de grandes canciones y, excepto esa chufla tex-mex llamada ‘Sleepy Joe’s Cafe’, el resto aguantan bien y sigue mostrando su talento para las descripciones con apenas cuatro palabras («Tengo dos clavos en mi tobillo y una clavícula destrozada. Una barra de acero en mi pierna, pero me lleva a casa» canta en ‘Drive Fast (The Stuntman)’).
Veremos qué nos depara ese nuevo álbum con la E Street Band que grabará en otoño, pero hasta que llegue, Western Stars nos proporciona 50 minutos notables de un músico tan mítico e imperfecto como su país.
JORDI MEYA