Un fantasma recorre el Estado español: es el fantasma de la nueva izquierda analfabeta. De verdad, ¿nunca os habéis preguntado por qué en la Europa del Este triunfa el integrismo cristiano y tienen un enorme problema con el neonazismo? ¿Por qué hay tanta gente en España que, incluso considerándose creyente, huye despavorida de la Iglesia?

Es por un concepto tan básico como la acción, reacción. Cuando impones un pensamiento único, cuando prohíbes, cuando censuras, eso produce hartazgo y, al final, la sociedad elige el camino contrario. Tan simple como eso. Cualquier régimen totalitario, cualquier ideología impuesta por la fuerza, está condenada al fracaso, a que el tiro le salga por la culata, a que justo origine aquello que pretendía eliminar.

Es por eso que me entran escalofríos cuando la nueva izquierda endogámica, ésa incapaz de sumar nuevos adeptos, que pretende teorizar a base de memes y sólo parece reconocer nombres como Rosa Luxemburgo o Plejánov cuando se los encuentra en la placa de una calle, no sólo habla de censura, sino que la aplica sin miramientos con aquellos artistas cuyo mensaje no considera afín. O peor todavía: apto.

Ese patrimonio del fascismo, esa miserable práctica que hasta hace poco sólo asociábamos a los partidos de los hijos y nietos de los genocidas, ahora resulta que es aplaudida y demandada por esa nueva izquierda inmadura y obtusa que amenaza con dejarnos sin argumentos al resto.

Porque, ¿desde qué altura moral denunciamos que Soziedad Alkoholika no puedan tocar en Madrid si en Bilbao tampoco puede hacerlo C. Tangana? ¿Cómo defendemos que la cárcel debe servir para reinsertar en vez de castigar, si Tim Lambesis de As I Lay Dying ni siquiera puede actuar en el Resu? ¿Cómo alzamos la voz cuando a Willy Toledo se le niega el trabajo por sus denuncias mientras nos complace que Bandcamp elimine todas las cuentas de grupos goregrind? ¿Qué supuesta libertad puede intentar abanderar una sala autogestionada si veta sistemáticamente a todo aquel grupo que no piense al 100% como ellos?

De verdad, entiendo perfectamente e incluso comparto el ansia de venganza que ciertos sectores puedan albergar hoy en día en este país. Existe el feminicidio, un Estado que no duda en mentir, apalear, criminalizar o encarcelar la disidencia política, un aparato judicial anclado en el postfranquismo, pero nunca, nunca, nunca la izquierda debe caer tan bajo como para usar sus mismas armas.

La respuesta debe ser una educación de calidad, el libre acceso a la cultura, sea de la naturaleza que sea, pero jamás el tutelaje intelectual de unos cuantos. Es de un alevoso infantilismo, de una irresponsabilidad tremenda, que ciertos elementos de la nueva izquierda pretendan dictaminar qué es lo que la juventud o cualquier adulto debe consumir en sus momentos de ocio. Si esas dos premisas se cumplen, ellos mismos denostarán ese tipo de mensajes a la larga. O se lo pasarán de fábula haciendo la vista gorda, como también es totalmente lícito hacer.

Y es que, más allá de los derechos civiles, también deberíamos tener en cuenta los efectos prácticos. Por favor, usemos el cerebro, seamos sensatos… ¿Qué creéis que se le pasó por la cabeza a ese chaval cuya ilusión era ver a C. Tangana en las fiestas? ¿Que aquello era por su bien porque esas letras son una asquerosidad machista, o ‘malditas feminazis histéricas, siempre jodiéndolo todo’? Por desgracia, creo que más bien lo segundo…

Lo que pretendo decir es que, seguramente, la decisión de vetar el concierto del cantante de trap generó más machistas que el propio show del madrileño. A todos esos adolescentes se les denegó la posibilidad de pensar por ellos mismos, y pondría la mano en el fuego de que varios de ellos habrían caído en la cuenta solitos de cuán burdo podía ser ese espectáculo.

¿Sabéis cuántas mujeres conozco que han dejado de escuchar Manowar desde que los vieron encima de un escenario? Seguramente, si arbitrariamente se les hubiera impedido el acceso a un concierto suyo, no habrían podido comprobar con sus propios ojos ese trato denigrante hacia ellas y, hoy en día, rebotadas con ese boicot, aún estarían comprando sus discos.

Por si fuera poco, esta nueva izquierda de ideario enclenque, que casi se ha olvidado de la lucha de clases y el marxismo clásico, suele atacar a los artistas provocadores, cayendo en el temerario disparate de identificar obra con persona. Sobre todo en la música, promueve el mensaje agasajador, que rehúya de la confrontación, y en el caso de tocar temas ariscos, que siempre sea desde su propia visión de la ética y la moral.

Es simplemente de locos pensar que Ralph Fiennes está haciendo apología del nazismo dado su fantástico papel en La Lista De Schindler. A nadie en su sano juicio se le ocurriría decir que posiblemente Quentin Tarantino sea un psicópata dada la violencia gratuita con la que remata sus películas. Entonces, cuando una banda relata una cruda violación o un espantoso homicidio, como ésos que tristemente ocurren cada día de la semana desde que el mundo es mundo, ¿por qué sí están haciendo apología de ello para la nueva izquierda? ¿Qué tiene la música que les hace cambiar el chip de esa forma?

Eso es para mí un enigma, pero esos juicios sumarísimos en redes, ese linchamiento gratuito que muchas veces se da, ese veto en las salas cuando corre la voz sin ni siquiera preguntar a los afectados, me recuerda demasiado a cuando se llamó a declarar a Judas Priest por el suicidio de dos chicos o a cuando Polonia llevó ante un juez a Nergal por romper una Biblia sobre las tablas.

Evidentemente, existen estilos aborrecibles de los que no cabe duda de cuál es su finalidad, llámense R.A.C. o NSBM, pero incluso ellos llevan décadas cayendo por su propio peso porque, si se dota a la sociedad de las suficientes armas intelectuales, ese mensaje será del todo inocuo para ella.

La gente debe poder elegir por sí sola qué le conviene escuchar o qué no, así que no podemos bajar la guardia a la hora de denunciar actitudes inquisitoriales, absolutistas, cazas de brujas, procedan del espectro político del que procedan.