Todavía con la resaca del fin de semana por el Mad Cool, solo un par de días más tarde tenía lugar en Madrid otra de las grandes citas de este verano. Después de liderar el Bilbao BBK Live, Arctic Monkeys aterrizaban en Madrid con dos Palacios de los Deportes sin ninguna entrada disponible desde hacía meses.
Probablemente la cuadrilla de Alex Turner sea el último caso de banda de rock generacional en los tiempos recientes. Todos aquellos adolescentes y veinteañeros que les descubrieron allá por 2006 con su descarado debut Whatever People Say I Am, That’s What I’m Notquedaron marcados a fuego por su frescura juvenil y desparpajo embriagador. Lejos de quedarse en un hype dentro del indie rock como ha ocurrido con tantos otros, los monos del ártico se las han apañado para labrarse una carrera en la que cada giro estilístico ha sido analizado (y criticado) con lupa por sus acérrimos, al tiempo que se convertían en uno de los nombres más destacados de su promoción.
Es por eso mismo que había interés en despejar la incógnita sobre que nos íbamos a encontrar esta vez. Más aún teniendo en cuenta que, tras el fiasco que supuso para la mayoría el excesivamente adulto Tranquility Base Hotel & Casino, la banda (o más bien el ingenio y el ego de Turner) ha decidido reincidir en la misma senda con The Car. Un álbum que les asienta en ese soft-rock de biblioteca y pantuflas al tiempo que les aleja del efervescencia anfetamínica de un sábado por la noche en el extrarradio de sus primeros días. Son muchas las caras que el cuadro de Sheffield ha mostrado a lo largo de su trayectoria y en su doble fecha madrileña supieron plasmar todas ellas a la perfección.
La noche del martes (la que asistimos nosotros) optaron por empezar a tumba abierta con un inicio marcado por su cancionero más musculado. ‘Brainstorm’ es un tiro tan habitual como infalible para abrir sus conciertos, y si encima le siguen títulos donde las guitarras rugen como ‘Don’t Sit Down Cause I’ve Moved Your Chair’, ‘Crying Lightning’ o ‘The View From The Afternoon’, la coletilla de que los Monkeys han aburguesado su sonido cae por su propio peso. Igualitos que ciertos californianos un par de días antes en un festival celebrado en Villaverde. ¿Les suena?
Una vez encajado el primer impacto, el repertorio se fue asentando poco a poco en consonancia a la escenografía de cortinas color crema y la enorme pantalla con forma esférica que presidía el escenario. Fue entonces cuando Turner comenzó a exhibir su pose crooner en ‘Four Out Of Five’, ‘Big Ideas’ y la majestuosa ‘There’d Be Better A Mirrorball’, coronada por una bola de espejos en la que lucía el logo del grupo. Una formación que (junto a otros tres músicos extra que se encargaron de teclados, guitarras adicionales y percusiones varias) cada día parece más una mera comparsa para el lucimiento de un vocalista al que es imposible robarle los focos. Tanto por sus gestos como por la estética de gafas de sol, americana, camisa semiabierta y pelazo almibarado a lo Camilo Sesto, Alex parece un cantante llegado de otra época.
Con una variedad difícil de equilibrar entre tantos registros, el recorrido por el setlist tuvo paradas en cada una de las eras por las que los ingleses han transitado. Como aquella en la que Josh Homme les descubrió el desierto y a Black Sabbath (‘Arabella’, ‘My Propeller’ y el lunes también ‘Pretty Visitors’), o el viaje al pasado hasta la juvenil ‘Fluorescent Adolescent’ de su segundo Favourite Worst Nightmare. Un trabajo del que cortes como ‘Do Me A Favour’ y ‘505’ (gratamente vitoreada aún poder considerarla un hit obvio) nos recordaron que ya por entonces insinuaban la madurez que acabarían abrazando con el paso del tiempo y alcanzarían en AM. Fue ‘Do I Wanna Know?’ la que más fervor levantó entre el público. Su cadencia y riff sencillo a la par que sexy ya son eternas en la memoria colectiva de toda una generación.
Con ‘Body Paint’ ganando muchos enteros respecto a su versión de estudio (Turner estuvo enchufadísimo yendo de un lado a otro de las tablas en ese final tan guitarrero), encararon un bis previsible pero efectivo en el que cayeron ‘I Bet You Look Good On The Dancefloor’ y una disfrutona ‘R U Mine?’. En otro tiempo se ponía en tela de juicio que Arctic Monkeys eran una banda vaga o autocomplaciente en sus presentaciones en vivo. Si aquello era cierto, desde luego nada tuvo que ver en esta ocasión, pues salieron por la puerta grande con todos los honores dejando a la parroquia más que contenta.
Cantaba Turner en ‘Star Treatment’ aquello de que solo quería ser uno de los Strokes. Eso sería a los 18. Ahora con 37, no esconde que su mayor deseo es compararse con Nick Cave o Lehonard Cohen. Puede que ese traje aún le quede enorme, pero lo cierto es que comienza a sentarle de puta madre.
GONZALO PUEBLA