FECHAS: 6, 7 Y 8 DE JULIO DE 2023
LUGAR: ESPACIO IBERDROLA MUSIC (MADRID)
PROMOTOR: MAD COOL

Cuando uno vive constantemente de mudanza en mudanza, es normal que no acabe de encontrarse cómodo en ningún lugar. Es lo que le lleva pasando al Mad Cool Festival desde su nacimiento en 2016. Tras dos ediciones en la Caja Mágica y otras tres en IFEMA, el festival madrileño ha vuelto a cambiar de ubicación este año trasladándose a Villaverde Alto en un nuevo emplazamiento bautizado como Iberdrola Music.

Instalarse en un recinto a estrenar siempre alberga dificultades que, al igual que le ocurrió al Primavera Sound hace pocas semanas en su desembarco en la capital, el Mad Cool no ha sido capaz de sortear. De sus hasta ahora seis ediciones, cuesta recordar alguna en la que no se hayan producido incidentes a destacar. Y esta vez tampoco se libró de las críticas.

A pesar del fuerte plan de movilidad predispuesto, la organización falló en la jornada inaugural del jueves en algo tan básico como señalizar los accesos, provocando que desde primera hora de la tarde se formaran colas kilométricas con más de una hora de espera para entrar, haciendo que algunos se perdieran las primeras actuaciones del día. Se empezaba con mal pie, pero es que una vez dentro el asunto no mejoró en exceso.

Por mucho que los responsables presuman de que en Villaverde disponen de una mayor capacidad de la que tenía IFEMA, la realidad es que las dimensiones se han reducido. Uno ya no siente que está ante un espacio inmenso dónde casi se necesita pedir un taxi para ir de un escenario a otro. Todo está mucho más concentrado, lo cual también causa que en varios momentos haya zonas dónde resulte complicado moverse entre tanta gente (el sábado, con 70.000 personas, estuvo al borde del colapso siendo impracticable avanzar con soltura). Faltan metros cuadrados y sobran mobiliario y obstáculos absurdos, empezando por los stands publicitarios de algunas marcas. ¿De verdad es necesario un puesto de la película de Barbie con una piscina de bolas o una tómbola para que la gente se entretenga cuando hay ocho escenarios funcionando sin parar?

Mención aparte merece la incomprensible decisión de situar los únicos baños justo en el centro de todo el meollo. Ya si encima solo habilitas únicamente una entrada y una salida para varias decenas de miles asistentes, el resultado es obvio: caos total en las horas punta. Incluso la seguridad tuvo que acordonar el acceso a ellos la noche del jueves, provocando todavía más atascos en las zonas de tránsito entre escenarios. La imagen del público extranjero (demasiados ingleses que se creen de vacaciones en Magaluf) meando en las vallas o detrás de los contenedores fue una de las más habituales durante el fin de semana. Resulta inexplicable como una entidad de este tamaño pueda invertir 12 millones de euros en levantar un nuevo hogar y que no haya nadie con un mínimo de inteligencia para darse cuenta de que distribuir los servicios por todo el recinto es más práctico que concentrarlos en un solo lugar.

Son todos puntos negros que se podrían pasar como un “necesita mejorar” para el año siguiente si se tratara de una organización novata o con poco rodaje, pero tratándose de uno de los festivales más grandes que tenemos en España, no hay excusa posible. Más aún cuando los precios de los abonos (además de la comida y la bebida) siguen subiendo con cada edición. Por no hablar de que a los medios se nos siga cobrando por una acreditación para que luego a algunos compañeros fotógrafos se les impida el acceso a los fosos principales para llevar a cabo su trabajo como ocurrió la jornada del sábado (nosotros nos libramos de la criba). Nuevamente, hubo mucho de “Mad” y poco de “Cool”.

Por fortuna y como ya viene siendo costumbre, la música acaba salvándolo casi todo. Y aunque no había una programación tan potente como las que presenciamos en 2022 o 2018, sí encontramos un buen puñado de conciertos con los que disfrutar durante tres días que pasamos a contaros a continuación.

JUEVES 6
Inaugurar el festival a las seis de la tarde con un sol de justicia no parecía el mejor marco para ver por primera vez en nuestro país a City And Colour. Pero a decir verdad, pocos momentos más idóneos se me hubieran ocurrido para escuchar las canciones de Dallas Green. Su rock suave, melancólico y melódico entró a esas horas como una cerveza bien fría. Con un sonido impoluto y una banda más que solvente, fue desgranando un repertorio centrado en los temas del reciente y notable The Love Still Held Me Near amén de picotear entre gemas de su cancionero como ‘Thirst’, ‘Fragile Bird’ y una chamánica ‘Two Coins’. Eché en falta alguna representación de sus dos primeros álbumes más intimistas, pero con apenas una hora justa no había tiempo para experimentos. Confiemos en que no sea la última oportunidad de ver al guitarrista de Alexisonfire por nuestras fronteras, ya que en un Azkena podría encontrar un ambiente más favorable.

Foto City And Colour: María García

Precisamente nos trasladamos al segundo escenario con el recuerdo del paso de The Offspring por el festival vitoriano el curso pasado. Para mi sorpresa, aquella fue la actuación más convincente que nunca les haya visto a los de Orange County. Entonces debieron tener un buen día, ya que esta vez volvieron a mostrar todos los defectos que vienen arrastrando desde hace mucho tiempo. A pesar de la falta de pegada en el sonido, la salida en tromba con ‘Come Out And Play’, ‘Staring At The Sun’ y ‘All I Want’ parecía augurar un triunfo fácil para Dexter Holland y Noodles. Un espejismo, ya que no tardaron en cortar el ritmo de la actuación intercalando sus típicos chistes malos con temas igual de simplones y pachangueros como ‘Let The Bad Times Roll’ (horrible), ‘Hit That’ o ‘Why Don’t You Get A Job?’.

Foto The Offspring: María García

Amén de su actitud pasiva habitual, vimos a Dexter sufrir en ciertos tramos para alcanzar las notas más altas. Claro que si cuentas con un carro de hits (‘The Kids Aren’t Alright’, ‘Pretty Fly (For A White Guy), ‘You’re Gonna Go Far, Kid’, ‘Self Esteem’), al final es complicado que no te metas a la gente en el bolsillo, pero da que pensar que una banda con su bagaje y estatus siga dando conciertos tan desganados e irregulares. Y este fue otro más que apuntar en la cuenta de los californianos.

Foto Machine Gun Kelly: María García

Guste más o menos, es innegable que había expectación o cuanto menos curiosidad por comprobar que tal se manejaba Machine Gun Kelly sobre el escenario. Gran responsable del revival emo-punk de los últimos tiempos y convertido en toda una súper estrella, el nuevo ídolo adolescente apareció con toda la pompa escalando hasta lo más alto de una pirámide con su guitarra rosa para acometer ‘Papercuts’. A servidor, que su propuesta no le pilla yendo al instituto o a la universidad precisamente, su concierto le pareció cuanto menos entretenido de presenciar. Todo en MGK es exagerado en medidas XXL. Desde la susodicha pirámide en llamas hasta sus acompañantes que, aun siendo músicos más que competentes, parecen haber sido meticulosamente seleccionados en un casting. El empaquetado es innegablemente atractivo para la chavalada a la que va dirigido y el chico suda la camiseta incluso cuando tiene que subirse al Front Of House para cantar desde allí ante el alucine del personal. El problema (o al menos el mío) es que su música suena plastificada, vacía y repleta de clichés repetidos hasta la saciedad. Escuchar ‘Bloody Valentine’, ‘I Think I’m OKAY’, ‘Forget Me Too’ o ‘Emo Girl’ (de la cover de ‘Danza Kuduro’ de Don Omar mejor ni hablamos) es como entrar a una heladería y pedir un cucurucho de cinco bolas. Demasiado azúcar para mí y ya tuve más que suficiente con Simple Plan y Good Charlotte hace 20 años. Gracias, pero no.

Foto Sigur Rós: María García

Pasar del histrionismo artificial de Machine Gun Kelly a la elegancia de Sigur Rós fue todo un regalo. Más aun teniendo en cuenta que se les pudo disfrutar en el tercer escenario, apartados del jaleo y con toda la “intimidad” que se puede esperar en un gran festival como este. Sobraron algunas cotorras que no cerraron el pico en los primeros envites, pero la belleza de los islandeses se terminó imponiendo. ¿Cómo no hacerlo contando con unas proyecciones y una iluminación tan acertadas con las que acompañar paisajes sónicos como los de ‘Sæglópur’, ‘Festival’ y ‘Kveikur’? El falsete enternecedor de Jónsi, siempre acompañado de las misteriosas notas que sacaba de su guitarra a través del arco de violín cual Jimmy Page en versión post-rockera, hipnotizó a los allí presentes en uno de los conciertos con menos pirotecnia y más alma que vimos durante el jueves.

El contraste entre lo minimalista y lo maximalista prosiguió con el gran cabeza de cartel del día. Con una gira que conmemora sus 25 años como solista y más de 30 en el negocio, Robbie Williams demostró entender muy bien el rol de estrella veterana que le está tocando jugar ahora mismo. Ya no es uno de los nombres destacados del panorama actual, pero el chico malo del pop británico sabe cómo dar un concierto para las masas. Sin escatimar en cuanto a despliegue (banda, vientos, coristas, bailarinas… solo faltaron elefantes y trapecistas), el ex-Take That arrancó con ‘Let Me Entertain You’ dispuesto a eso mismo: a entretenernos durante la siguiente hora y media. Se le podrá achacar el acudir al cancionero ajeno (el clásico de soul ‘Land Of 1000 Dances’ o ese irresistible ‘Don’t Look Back In Anger’ de Oasis que levantó a la audiencia) e incluso de estar demasiado parlanchín. Pero es que al bueno de Robbie el carisma se le cae por todos los lados. Ya fuese posando para la cámara o interactuando directamente con el público de tú a tú, acabó ganándose la simpatía de todos. Recordó sus idas y venidas de Take That (‘Do What You Like’, ‘The Flood’) e hizo un buen repaso de su carrera. Y es que el tipo tiene varios de esos temas ante los que es difícil resistirse: ‘Feel’, ‘Kids’, ‘Rock DJ’ y una esperadísima ‘Angel’ que puso el broche a lo que debe ser el bolo de todo un headliner. En una noche donde compartía cartelera junto a otras divas como Lizzo o Lil Nas X, Williams marcó territorio e hizo bueno aquello de “la experiencia es un grado”.

Tras esquivar a la marabunta que iba y venía desde distintos puntos, logramos alcanzar el tercer escenario. Las piernas pedían a gritos una tregua, pero si Franz Ferdinand cierran la velada sacas fuerza de dónde sea para terminar de quemar suela. Y si no, ya se encargan los escoceses. Hay bandas a las que les cuesta adaptarse al ambiente de un festival, pero ellos son de los que parecen sentirse muy cómodos en ese papel. Aún inmersos en su gira de grandes éxitos Hits To The Head, los chicos del saltarín Alex Kapranos se dispusieron a darnos una ración de lo de siempre. Es decir; los temazos de sus dos primeros álbumes. El resto de su repertorio no tiene tanta enjundia, pero a la que suenan ‘Walk Away’, ‘The Dark Of The Mantineé’, ‘Do You Want To’ y, por supuesto, ‘Take Me Out’, ya tienen a la gente cantando y brincando como si fuera la primera vez que les ven. Cuando acabaron, los pies dolían, aunque no tanto como la caminata que nos esperaba para llegar hasta el metro de regreso a casa.

VIERNES 7
La papeleta de abrir el escenario principal en la segunda jornada recayó sobre Spoon. Estos veteranos del indie rock noventero las habrán visto de todos los colores, pues este mismo año cumplen tres décadas en activo. Tiraron de oficio y repasando su extensa discografía (de la que sobresalieron singles como ‘Inside Out’, ‘The Underdog’ o ‘Wild’ y ‘The Hardest Cut’ de su último Lucifer On The Sofa) acabaron dando un digno concierto para los más madrugadores.

Foto Puscifer: María García

Rodeamos la zona VIP para presenciar una de las puestas escénicas más llamativas del día. Tan acostumbrados estamos a ver a Maynard James Keenan escondido entre las sombras cuando actúa con Tool y A Perfect Circle, que verle exhibiendo su lado más freak con Puscifer choca un poco. Con la apariencia de unos Men In Black metidos a banda de rock en busca de presencia alienígena en consonancia con la estética de Existential Reckoning, comenzaron a despachar ‘Fake Affront’, ‘Postulous’ y ‘Upgrade’, entre otras. Con el trío de guitarra, bajo y batería en su sitio, el peso lo llevaron Keenan y Carina Round. Sus voces empastaron a la perfección igual que su sincronía a la hora de moverse por las tablas combatiendo a los extraterrestres. Puscifer pueden tener aspecto de chiste con patas, pero cuando atacan piezas como ‘The Remedy’ te das cuenta de que lo musical va bastante en serio. Se colaron sin problemas entre lo mejor del fin de semana.

Foto Tash Sultana: María García

Se preguntaba Tash Sultana que debía hacer para encabezar algún día un festival como este. La respuesta estuvo en el mismo concierto que dio en un tercer escenario que se les quedó pequeño vista la convocatoria de público. De tocar en las calles de Melbourne a llenar pabellones con tan solo dos álbumes, la australiana ha adquirido ya la pose de una súper estrella. Instrumentalmente va sobrada con ese despliegue de loops con los que va construyendo sus canciones donde además de guitarras, baterías, bajos y teclados, también tienen cabida saxofones y flautas. Su destreza y control de la situación es envidiable, pero a su show le falta ritmo para que termine de fluir con soltura. De hecho, la suma de tres músicos extra le permitió liberarse cuando sonaron ‘Crop Circles’ y ‘Greed’, a pesar de continuar siendo la protagonista absoluta. Igualmente, sus temas agradan, pero les falta ese algo más que acabe de conectar del todo con la audiencia. Algo que sí demostró poseer una ‘Jungle’ con la que acabó sacando chispas de su guitarra, dejando una sensación igual de agridulce que cuando la pudimos ver hace un año. Puede que en el futuro próximo esté en lo más alto del cartel, pero aún le queda por afinar su propuesta.

Si nos ceñimos a méritos estrictamente musicales, de entre todos los artistas y grupos que figuraban había uno que destacaba de forma insultante por encima de todos los demás. Me refiero por supuesto a Queens Of The Stone Age. En una edición dónde el pop mainstream ha ganado terreno respecto a años anteriores, la cuadrilla liderada por Josh Homme reclamó con rotundidad su trono del rock. Contra la brillantina y la estética neo hippie de centro comercial, ellos lucieron chaquetas de cuero y actitud imponente. Ante producciones escénicas rocambolescas y pistas de voz enlatadas, repartieron litros de sudor y toneladas de rock testosterónico. Por muchos golpes a los que le haya sometido la vida últimamente (fallecimientos de amigos cercanos, divorcio, excesos con las drogas y hasta un cáncer), el gigantón pelirrojo muestra los moratones con orgullo, pues encima de un escenario se sabe invencible. Tanto es así que se puede permitir la frivolidad de sacar a pasear ‘No One Knows’ nada más empezar y luego basar el resto del setlist en sus tres últimos trabajos. Esa trilogía formada por Like Clockwork…, Villains y el recién llegado …In Times New Roman, y que tanto debate suscita entre sus fans más veteranos.

Foto Queens Of The Stone Age: María García

Dio lo mismo porque el uso y abuso de autoridad fue constante. ¿Qué quieres bailar? ‘Smooth Sailing’ y ‘The Way You Used To Do’ para calzarte los zapatos. ¿Qué te va lo oscuro y lo sórdido? Ahí te van ‘Carnevoyeur’ e ‘If I Had A Tail’. ¿Alguien ha dicho riffs? Pilla ‘My God Is The Sun’, ‘The Evil Has Landed’ (tremebunda) o el nuevo hitazo que es ‘Paper Machete’, que al fondo hay de sobra. Homme habrá tenido alineaciones más deslumbrantes, pero la actual de las reinas es un rodillo multiusos difícil de igualar. John Theodore es todo un seguro de vida detrás de los tambores. Tempo y pegada en su justa medida. Dos “secundarios” como Dean Fertita y Michael Shuman resultan ya imprescindibles en la ecuación. Y en el eterno Troy Van Leeuwen el ex-Kyuss tiene a su consigliere de confianza. Con semejante guardia cubriéndole las espaldas es capaz de colar un fragmento del ‘Miss You’ de los Rolling Stones dentro de ‘Make It Wit Chu’, su single más amable, o hacer que una monstruosidad como ‘Straight Jacket Fitting’ acabe coreada por decenas de miles de personas como su fuera un clásico. Así que cuando arremetieron con los que ya lo son (‘Go With The Flow’ y ese tren a siempre a punto de descarrilar que es ‘Song For The Dead’), solo quedaba suplicar piedad. Que no les engañen: la mejor banda de rock del siglo XXI barrió por completo a toda la competencia… si es que acaso la hubo.

Foto Mumford & Sons: María García

De hecho, no me hubiera gustado estar en el pellejo de Mumford & Sons ante la idea de tener que salir a tocar después de haber presenciado semejante torbellino. Tuvieron la suerte de enfrentarse a un público fácil de complacer, ya que su propuesta encaja como un guante con el asistente medio del Mad Cool. El folk rock épico de los londineses recordó a unos Coldplay con acústicas y banjos, aunque la fórmula de canciones coreables sea idéntica. Sin nuevo trabajo que presentar y un repertorio de grandes éxitos, su concierto funcionó a rachas. Cuando acuden a sus primeros álbumes (‘Little Lion Man’, ‘Roll Away You Stone’, ‘The Cave’, ‘Holland Road’) tienen su gracia, pero cuando juegan a querer ser una banda de rock normalita como Kings Of Leon suenan inofensivos. Al menos tienen un poco más de sangre que los Followill (sin pasarse ¿eh?), pero me cuesta encontrar lo que algunos ven en ellos como para justificar que encabecen un evento de esta magnitud. Agradaron, pero no dejaron huella.

Foto The Black Keys: María García

A The Black Keys les pude pillar hace una década en vivo cuando se encontraban en pleno subidón por el pelotazo que significó ‘Lonely Boy’. Ya por aquel entonces me dio la impresión de que a los de Akron las grandes citas no les sientan bien. Esperaba que los años de recorrido por escenarios enormes les hubieran hecho afrontar los conciertos de otra manera. Para nada fue así. Aunque hayan incorporado más músicos adicionales, Dan Auerbach y Patrick Carney siguen saliendo con mentalidad de banda de club. A su sonido le faltó volumen y una acústica menos tosca. Como si no fueran conscientes de que ya no son un dúo de guitarra y batería que graba sus discos de forma rudimentaria en sótanos o fábricas abandonadas, sino uno que llena arenas por todo el mundo. Y, ¿por qué no decirlo?, Carney es un batería justito. Ni destaca instrumentalmente ni tiene presencia. Tampoco es que su colega Auerbach derroche carisma por los cuatro costados, pero cada que vez que hace sonar su guitarra, amigos… eso ya es otra película. Como también lo es tener una colección de singles envidiable que te solucionen una mala noche. Personalmente, sentí debilidad por la tierna ‘Everlasting Light’, susurrada como si te la estuvieran cantando al oído, su versión de ‘Have Love Will Travel’, el duelo guitarristico en la soberbia ‘Weight Of Love’ o una sorprendente ‘Little Black Submarine’ cantada a pleno pulmón por el respetable poco antes de que se despidieran con su mayor hit sin mostrar excesivo entusiasmo. Queda claro que, para bien y para mal, nunca cambiarán.

SÁBADO 8
Con la barrita de energía en rojo y bajo mínimos, decidimos comenzar la última jornada un poco más tarde de cara a prepararnos para la recta final. Así pues, empezamos el sábado con nuestra primera incursión en el cuarto escenario dónde estaba programada una de las bandas predilectas de esta casa. Nos habían avisado de que Touché Amoré venían a tope en esta gira europea. Sin embargo, nos encontramos ante una formación visiblemente cansada tras seis semanas de tour y a la que le costó conectar con una audiencia distante. Ya sabemos que los californianos se contagian del calor del público, pero es que el sonido tampoco acompañó. La voz de un encomiable Jeremy Bolm apenas fue capaz de salir a la superficie en ‘Flowers And You’, ‘Pathfinder’, ‘Come Heroine’ o ‘Rapture’, quedando enterrada por la maraña ruidosa de sus compañeros. Prometieron que su próxima visita a Madrid será en una sala. Esperemos que así sea porque, tanto por las circunstancias como por la escasa media hora de la que dispusieron, su concierto se hizo a todas luces insuficiente.

Foto Touché Amoré: María García

Salimos de la carpa para toparnos con un escenario principal dónde Liam Gallagher concentró a las hordas de guiris que se había desplazado hasta Madrid. Con su eterna pose chulesca y desafiante (manos a la espalda, bermudas y escondido bajo la capucha de su sudadera), el ex-Oasis cumplió con lo esperado. Entre las incontables menciones futbolísticas al triplete obtenido por el Manchester City (para una vez que pueden sacar pecho…), hubo tiempo para algunos de los temas de su carrera en solitario. Es verdad que álbumes como As You Were o Why Me? Why Not han hecho que el menor de los Gallagher gane mayor atención mediática en detrimento de su hermano Noel. Pero a nadie se le escapa que sin incunables como ‘Morning Glory’, ‘Rock ‘N’ Roll Star’ (con las que inició el show), ‘Cigarettes & Alcohol’, ‘Wonderwall’ y ‘Champagne Supernova’, su actuación hubiera quedado como simplemente correcta.

Foto Liam Gallagher: María García

Viendo lo imposible que resultaba entrar la carpa Ouigo para ver un rato a Morgan, nos encaminamos hasta el segundo escenario sorprendentemente despejado para esas horas de la tarde-noche. Muchos se quedaron esperando a Red Hot Chili Peppers al otro lado, obviando la performance de M.I.A. La británica había entrado a última hora en sustitución de Janelle Monae ocupando uno de los slots destacados del día. Ahora que muchos cuestionan la validez de prescindir o no de músicos en el escenario, hay que recordar que ella (entre otras) lleva haciendo esto mismo desde tiempo antes que se pusiera de moda la etiqueta de “urbano”. Con un espectáculo bastante austero apoyado por las pantallas y sus bailarines, “Maya” entretuvo pero no consiguió que nos quedáramos para verla acabar su concierto.

Foto M.I.A.: María García

Y menos mal, porque el escenario principal ya lucía abarrotado desde una hora antes de que saliera a escena el mayor reclamo de todo el cartel. Ver a semejante oleada de gente impresiona hasta el punto de preguntarse cómo es posible que Red Hot Chili Peppers hayan logrado alcanzar semejante nivel de convocatoria cuando llevan lustros publicando los discos más insustanciales de su larga carrera. Algo bueno han debido de hacer, por supuesto, pero su directo no parece ser la causa. Con todo el mundo pendiente de ellos y rodeados de un ambiente asfixiante por momentos, salieron a cumplir con un setlist totalmente anticlimático. No se puede tocar delante de 70.000 almas que han hecho kilómetros para verte y plantear un concierto donde la base troncal está formada por canciones tan flácidas como ‘The Zephyr Song’, ‘Here Ever After’, ‘Hard To Concentrate’ o ‘Tippa My Tongue’. Sonaron limpios y perfectos, pero centrarse en su última etapa provoca que su repertorio venga lastrado por un problema que tiene nombre y apellido: Athony Kiedis.

Foto Red Hot Chili Peppers: María García

A sus 60 años, el frontman está hecho un toro a pesar de lucir una protección de escayola que no le impidió moverse de forma espasmódica. Pero como vocalista es un moñas de cuidado, cuyas blanditas melodías no hacen más que aguar la base instrumental de sus compañeros, quienes sí son unos verdaderos monstruos en los suyo. Cuando Kiedis cierra el pico y le deja el timón a Flea, John Frusciante y Chad Smith, el asunto gana enteros. Verles tocar piezas reivindicables como ‘Don’t Forget Me’ o ‘Eddie’ se agradece, pero no acompañan cuando la elección para animar al personal es acudir al fondo de armario y tirar de ‘I Like Dirt’ o ‘Reach Out’. En un concierto en el que no sonaron ni ‘Otherside’, ni ‘Scar Tissue’, ni ‘Dani California’, ni ‘Can’t Stop’, ni ‘Under The Bridge’, pensaron que la mejor opción para abrir el bis era un tema tan oscuro como ‘I Could Have Lied’. Después de una ‘Give It Away’ que nos despertó de la siesta, decidieron dar por acabada la faena y tirar para el backstage, dejando a Smith como único componente que sí tuvo el detalle de despedirse de la afición. Con todo a favor para tener a la explanada entera comiendo de su mano, los Peppers confundieron el frasco del picante con el del cloroformo.

Foto The Prodigy: María García

Sorteando un océano de cuerpos que avanzaba en distintas direcciones, llegamos a la pantalla final de esta edición. Si RHCP no habían hecho sino aumentar el cansancio acumulado durante los tres días, Liam Howlett y Maxim Reality se encargaron de espabilarnos en un santiamén. Y es que The Prodigy tienen un máster en lo que a cerrar festivales por todo lo alto se refiere. Fue pulsar el botón para que atronaran ‘Breathe’ y ‘Omen’ y aquello fue como enchufarse un six pack de bebidas energéticas o cualquier otra sustancia que cada uno tuviera a mano. Imposible no venirse arriba con la descarga de energía de los de Essex que vinieron a completar el triunvirato noventero del sábado y del que fueron triunfadores indiscutibles. ‘Vodoo People’, ‘Their Law’, ‘Poison’, ‘Smack My Bitch Up’, ‘Take To The Hospital’…  Eso resucita a un cementerio entero, oiga. Liam Howlett disponía detrás de la mesa y Maxim ordenaba a un ejército de guerreros en busca de quemar los últimos cartuchos de la noche. Como para explicárselo a tu jefe cuando llegaras el lunes a la oficina. Hubo recuerdo al desaparecido Keith Flint, remix de ‘Firestarter’ mediante, pero la verdad, no se le echó en falta. ‘We breathe for this shit. We live for this shit’. Efectivamente, ‘We Live Forever’ les reivindicó y dejó claro que The Prodigy no se irán de aquí hasta que les enciendan la luz del último garito que quede en pie sobre la faz de la tierra. Llevan toda la vida metidos en una rave y todavía no han salido de allí. No hubo coches en llamas ardiendo al amanecer como en aquel Festimad de ingrato recuerdo, pero le dieron un carpetazo inmejorable a un Mad Cool notable en lo musical y tremendamente deficiente en cuanto a logística y organización.

GONZALO PUEBLA