FECHA: 25 DE MARZO DE 2024
LUGAR: RAZZMATAZZ (BARCELONA)
PROMOTOR: BRING THE NOISE
Cada temporada nos llega alguna gira con el reclamo de ser ‘la gira metal del año’, pero si a priori una podía optar a ese calificativo era la que nos iba a traer a Meshuggah acompañados de The Halo Effect y Mantar. Desde que se anunció en septiembre del año pasado, me consta, eran muchos los que tenían marcada la fecha en la agenda para poder ver a los titanes suecos de nuevo en sala.
Para empezar teníamos a los siempre apetecibles Mantar. El dúo alemán nos machacó con su sludge blackie y punk durante media hora. Daba un poco de miedo como podrían sonar en una sala como Razzmatazz, pero sorprendentemente lo que podría haber sido una bola insufrible sonó con potencia y definición. Combinando la pesadez de ‘Era Borealis’ con el gamberrismo de ‘Egoisto’ o ‘Hang ‘Em Low (So The Rats Can Get ‘Em)’, el setlist escogido por Hanno Klänhardt (voz, guitarra) y Erinc Sakarya (batería) fue de lo más entretenido, como si fueran unos Kvelertak en versión reducida. Y se llevaron un punto extra por el recuerdo que tuvieron para la sala Rocksound (ahora derribada por un edifico de oficinas) donde habían tocado nueve años atrás.
Toda la mala leche que desprenden Mantar es la que eché en falta en la siguiente banda Sé que estoy en minoría, pero la actuación de The Halo Effect me aburrió soberanamente. Los ex alumnos de In Flames con Mikael Stanne de Dark Tranquillity a la cabeza tienen un pase en disco, pero en directo su death melódico suena absolutamente plano y sin frescura. Se les respeta por ser quienes son y no hay nada que reprochar a su ejecución, pero ya me dirán qué aportan temas como ‘Feel What I Believe’ o ‘Become Surrender’. Quizá la culpa no sea suya, sino de las miles de bandas que han exprimido ese sonido que ellos ayudaron a crear hasta la última gota, pero da la sensación que no aspiran a nada más que poder acompañar a bandas más grandes, léase Amon Amarth o Arch Enemy, cuando sus otros proyectos están parados. Por suerte, lo mejor estaba por llegar.
Meshuggah hacen volar por los aires aquello de que una canción solo es realmente buena si puede interpretarse con una guitarra acústica. De acuerdo, la teoría tiene su lógica, pero se olvida que la música también tiene otros elementos por los que puede ser valorada y disfrutada. Es evidente que las suyas no se ajustan al concepto tradicional de canción, pero es que dudo que ni una sola persona que ha pagado su entrada esté ahí para escuchar un tema en concreto. Con los de Umeä el repertorio queda en un segundo plano, lo que importa es la experiencia. Como ocurre con Slayer o The Dillinger Escape Plan, por poner dos ejemplos, lo que te empuja a repetir en cada ocasión no es tanto escuchar su música, sino sentirla, físicamente, en el pecho, en el estómago.
Empezando a fuego lento con la susurrante ‘Broken Cog’ de su último trabajo Immutable (2022), la locura empezaría a desatarse con ‘Rational Gaze’ empalmada con ‘Perpetual Black Second’ al igual que en Nothing (2002) y con Jens Kidman pasándose a las guturales. Vuelta al presente más reciente con ‘Kaleidoscope’, dejando constancia que aunque hayan pasado 20 años entre unos y otros la cadencia matemática de sus riffs hacen que todo encaje como un todo. Solo la algo más acelerada ‘Future Breed Machine’ que llegó hacia el final rompió con esa suerte de mantra que durante una hora nos había engullido cual agujero negro
Es curioso observar lo poco que las manos de los guitarristas se mueven por el mástil -al contrario que la mayoría, Fredrik Thordendal y Mårten Hagström tocan a lo ancho, no a lo alto- o como Kidman apenas fuerza su postura recta para gritar, pero es que en ellos la técnica está por encima del espectáculo. Ese aspecto lo delegan en el juego de luces perfectamente sincronizado con cada toque de púa o baqueta, aunque en esta ocasión, con exceso de colorines, no me impactó tanto como en su anterior visita.
Es el único pero, y ya veis qué pero, a una actuación fabulosa que culminó con la ametralladora de ‘Bleed’ y una colosal ‘Demiurge’ que hizo desaparecer la ley gravedad durante su clímax.
JORDI MEYA