FECHA: 25 DE OCTUBRE DE 2024
LUGAR: PALACIO DE LOS DEPORTES (MADRID)
PROMOTOR: LAST TOUR
Lo hemos comentado durante las últimas semanas, tanto en la reseña de Wild God, como en el podcast que le dedicamos. El estatus que ha alcanzado Nick Cave solo está al alcance de unos pocos elegidos. Al igual que Bob Dylan, David Bowie, Neil Young o Tom Waits, al australiano no se le discute, sino que se le venera de forma incuestionable. Su hoja de servicios a lo largo de cuatro décadas al frente de los Bad Seeds es tan impecable que cualquier atisbo de crítica negativa hacia su persona parece poco menos que una herejía.
Bajo ese aura de figura legendaria e intocable, su actual gira de presentación hacía parada en Madrid a sabiendas que uno no asistía a un mero concierto de música, sino a una ceremonia espiritual. Cada cual encontrará sus motivaciones personales. Bien sea por pura militancia, necesidad de renovar su fe o porque desea ser bautizado a fuego por su arrollador directo. Elija usted la experiencia religiosa que más le satisfaga.
Abriendo el acto nos encontramos a The Murder Capital con la siempre exigente tarea de abrir boca para el plato fuerte. Surgidos a rebufo de la nueva ola de post punk que capitanean Idles y Fontaines D.C., los irlandeses evidenciaron tener buena planta escénica, pero carecen de ese “algo más” que diferencia a los grandes grupos de los simplemente correctos. Cortes como ‘Love, Love, Love’, ‘That Feeling’ o ‘Ethel’ desfilaron sin acabar de despertar el entusiasmo de los primeros congregados en el Palacio de los Deportes.
Tampoco ayudó la pose a lo Liam Gallagher de su vocalista James McGovern. A ratos pasiva, otras fingidamente agresiva, no logró conectar con la audiencia en ningún momento. Solo el tramo central con las dos mitades de ‘Slowdance’ llegó a captar cierto interés. Pueden llegar a ser una buena banda, pero todavía les queda camino por recorrer.
Con puntualidad británica, a las 20:30 irrumpían Las Malas Semillas y nuestro hombre parra iniciar la homilía con la introductoria ‘Frogs’ como primer versículo. Una toma de contacto que marcaría el tono para el primer tramo del concierto destacando una soberbia ‘Wild God’. Que el segundo tema del repertorio sea una nueva composición y esta se reciba como un clásico imprescindible dice mucho de la validez y vigencia que sigue teniendo Nick Cave como intérprete en pleno 2024.
Con un cuarteto vocal a los coros, la atmósfera eclesiástica se vio remarcada por ‘O Children’, ejecutada fabulosamente. Fue la única incursión en el doble Abbatoir Blues / The Lyre Of Orpheus, lo cual sorprende tratándose de una obra fuertemente influenciada por el gospel. Y es que el cancionero acumulado es tan basto que el ex-The Birthday Party recurre a él, no para hacer elecciones que pudieran resultar obvias, sino para trazar el discurso que quiere relatar. Ahí es cuando aparece uno de los momentos imprescindibles en cualquier presentación en vivo de los Bad Seeds desde hace más de una década: ‘Jubile Street’. Es complicado plasmar en palabras lo que se siente ante un monumento a la calma tensionada, pues por muy minimalista que empiece, sabes que aquello va a explotar de manera irremediable. A cada golpe de caja, cada tecla de piano pulsada, cada coro emanado, la presión fue subiendo vuelta a vuelta hasta convertirse en una locomotora sin frenos disparada hacía el frenesí absoluto. “Me estoy transformando. Estoy vibrando. Estoy brillando. Estoy volando. ¡Mírame ahora!”. Pura catarsis.
Ese mismo espíritu transformador sirvió para darle nuevos bríos al concierto adentrándonos en la faceta más amenazadora del combo. ‘From Her To Eternity’ y el mantra tribal de ‘Tupelo’ cayeron cual tormentas sobre las cabezas de las primeras filas. Las mismas sobre las que Cave no dudaba en arrojarse a cada mínima oportunidad, alimentándose de su energía cual dementor. En segundo plano manejando la sala de máquinas, un Warren Ellis con aspecto de Profesor Bacterio metido a elegante rockero. Sea con la guitarra, el violín o el microkorg, es capaz de sacar sonidos de lo más estremecedores. Tal es la magnitud de la formación al completo que hasta un Radiohead como Colin Greenwood llega a pasar desapercibido. Ellis es quien lleva la batuta, pero amigos, Nick Cave es quien dirige a las masas.
Gracias a las letras que aparecían proyectadas en las pantallas, más que nunca el de Warracknabeal dio la sensación de ser el telepredicador más cool de todo el sistema solar. Una barbaridad como ‘Conversion’ mostró las dos caras de la moneda. Cercano y dulce en las baladas, furioso y temerario cuando tocaba pulsar el acelerador. El grado conexión que logra con el respetable solo está al alcance de muy pocos frontmen. Pero a pesar de su aspecto casi divino, cuando se arrima al piano también demuestra que esconde un lado terrenal, aunque lo intente disimular. La parte central dedicada a su última etapa podría haberse hecho cuesta arriba para más de uno, pero la trascendencia de lo que se cuenta en ‘Joy’ y ‘I Need You’, relatando la desgracia de perder a dos de sus hijos, es algo que te atraviesa irremediablemente el corazón.
Tras surcar ese mar de sentimientos, había que remontar el vuelo. Eso sí, descendiendo de nuevo a la caverna. ‘Red Right Hand’ y su cadencia barriobajera fueron reconvertidas como himno de estadios. Es debatible el daño o el beneficio que le haya podido otorgar la sobreexposición de aparecer en una serie de éxito como Peaky Blinders. La que no tuvo piedad fue ‘The Mercy Seat’. Silla eléctrica, inyección letal, guillotina y horca. Todo en una misma canción. ‘White Elephant’ irrumpió justamente cual inesperado elefante en la habitación, pero la maravillosa colaboración del coro hizo que recordáramos que estábamos en una congregación al despedirse antes de los postres.
Habría quién esperara ciertas debilidades personales (servidor echó en falta algo de Murder Ballads), pero las elegidas para el bis fueron la enternecedora ‘O Wow O Wow (How Wonderful She Is)’ dedicada a Anita Lane (quién formó parte de los Bad Seeds en sus primeras encarnaciones y amante de Cave en sus días de mayor adicción) y una ‘The Weeping Song’ que significó uno de los instantes de mayor participación colectiva debido a sus insistentes palmas. Hubo tiempo para arrancar una última partitura de piano con la esperada ‘Into My Arms’, interpretada mientras el pabellón entero entonaba a coro con un nudo en la garganta y los ojos vidriosos. Cierre perfecto para una misa de 10.
GONZALO PUEBLA