FECHAS: 6 y 8 DE JULIO DE 2024
LUGAR: PALAU SANT JORDI (BARCELONA)
PROMOTOR: LIVE NATION

Suele decirse que una banda es tan buena como lo es su batería. Y es verdad. Pero lo que realmente separa a una buena banda de una gran banda es tener un frontman que marque la diferencia, alguien que sepa canalizar la emoción del público y devolvérsela multiplicada por diez. Teniendo a Matt Cameron y Eddie Vedder, Pearl Jam van sobrados en esos dos aspectos, pero también tienen muchas otras cosas más a su favor, lo cual explica por qué a pesar de que sus discos despierten un interés relativo (el último Dark Matter vendría a ser la excepción) se hayan mantenido como una gran atracción en directo a lo largo de su carrera.

Con la entrada en el siglo XXI, los de Seattle decidieron adoptar una manera de funcionar más pareja a la de las jam bands que a la de los grupos de rock convencionales. La jugada les salió bien. Cambiando el repertorio noche tras noche, ofreciendo conciertos cada vez más largos, editando sus propios bootlegs, y creando un sentimiento de verdadera comunidad entre sus fans, Pearl Jam han conseguido posicionarse como candidatos a heredar el título de ‘la gran banda americana’ que en otros tiempos recayó en los Grateful Dead, los Heartbreakers o la E Street Band. La incorporación del teclista Boom Gaspar en 2002 y la más reciente de Josh Klinghoffer como guitarrista extra, percusionista y teclista, también encaja en esta línea de aproximarse a formaciones orquesta.

Cuando Pearl Jam lo petaron a lo bestia con Ten, un sector de la prensa y del público les despreció diciendo que eran con unos Bad Company con camisa de franela y botas Martens. Me imagino que lo que se pretendía, con cierta mala leche, era decir que eran más una banda de classic rock que una que mereciera ser considerada parte de la escena alternativa. Pues bien, tres décadas después, aquel sambenito es una realidad, pero lejos de ser un defecto es su mayor virtud: Pearl Jam han conseguido trascender al grunge como ningún otro de sus coetáneos para entrar, efectivamente, en el Olimpo de los clásicos.

A lo largo de los sus dos magníficos conciertos en Barcelona -difícil decantarse por uno o por otro- vinieron a mi cabeza nombres como los de Led Zeppelin (‘Given To Fly’), Petty (‘Wreckage’), Pink Floyd (‘Upper Hand’), Hendrix (‘Yellow Ledbetter’), y, cómo no, The Who y Neil Young de manera explícita con sus apoteósicas versiones de ‘Baba O’Riley’ y ‘Rockin’ In A Free World’. Pero también hubo uno que no entraba en las quinielas y que me apareció en más de un momento: Fugazi.

Quizá era simplemente una cuestión estética en los temas en los que solo utilizaban luz blanca en los focos creando la falsa ilusión de la intimidad de un club en un pabellón enorme, o cuando les veía tocando para ellos en lugar de para el público, pero no pude evitar pensar que si Fugazi hubieran llegado a ser una banda de arenas, seguramente sus conciertos se parecerían mucho a los de los Pearl Jam actuales. Salvo un ‘pequeño’ detalle, claro, y es que Ian Mackaye antes se habría dejado arrancar un brazo que caer en la tentación de un contrato millonario con Live Nation.

Sé que mucha gente ha intentado pasar por alto el escándalo del precio de las entradas una vez entró en el recinto, y lo entiendo, pero aunque disfruté muchísimo de los dos shows (también porque, seamos sinceros, fui acreditado a ambos y no tuve que rascarme el bolsillo), no pude evitar pensar que todos aquellos asientos vacíos -pocos en la noche del 6, muchos en la del 8, ocultados tras un gran telón negro- podrían, deberían, haber estado ocupados por fans para los que ver a Pearl Jam, o a cualquier otro grupo de su magnitud, se ha convertido en un lujo inalcanzable o han usado su ausencia como signo de protesta.

Me sabe fatal por ellos porque también merecerían haber sido testigos de los momentos mágicos que vivimos en ambas noches: esos dos inicios a fuego lento -la primera con ‘Footsteps’, ‘Nothigman’ y ‘Present Tense’; la segunda con ‘Oceans’, ‘Off He Goes’ y ‘Daughter’-, las explosiones de euforia que se producían cada vez que revivían con energías renovadas temas de su debut (‘Even Flow’, ‘Once’, ‘Jeremy’, ‘Why Go’, ‘Porch’, ‘Black’, ‘Alive’), la fuerza irresistible de sus mejores canciones (‘Corduroy’, ‘Rearviewmiror, ‘State Of Love And Trust’), sorpresas como ‘In My Tree’ o una sublime ‘Immortality’, o un Vedder a plena capacidad a pesar de que contara emocionado que poco menos que había visto de cerca la muerte durante la misteriosa enfermedad que les había llevado a cancelar los conciertos de Londres y Berlín la semana antes.

Otro aspecto que me llamó la atención es que Pearl Jam consiguen aunar dos sensaciones contradictorias. Por un lado, tocan como si fueran un equipo de veteranos. Stone Gossard, Mike McCready, Jeff Ament y Matt Cameron hacen correr el balón administrando las fuerzas para que cuando llegue el momento peguen un acelerón y marquen gol. Por otro, siguen sonando crudos, y a ratos imperfectos, como si fueran unos chavales en su local de ensayo. Puede parecer fácil, pero no lo es.

Me gustaría pensar que en el futuro, Pearl Jam recapacitarán, y ya no digo que pongan un ticket con un tope de 5 dólares como hacían Fugazi, pero al menos sí que tengan en cuenta que la ética y las buenas intenciones se demuestran con actos y no de boquilla. Si fuera así, y mientras sigan dando conciertos como estos, el único límite es la eternidad.

JORDI MEYA