FECHA: 11 DE JUNIO DE 2024
LUGAR: ESTADI OLÍMPIC LLUÍS COMPANYS (BARCELONA)
PROMOTOR: DOCTOR MUSIC
Cualquiera que haya vivido un concierto de Rammstein sabe, por lo menos, dos cosas: una, que los alemanes poseen un directo obscenamente monstruoso en el que adjetivos como espectacular o imponente se quedan irremediablemente cortos. Y dos: que la envergadura de su propuesta puede eclipsar consideraciones nada menores como la propia música. Por suerte, los germanos tienen buenos temas, aunque su versión en vivo resulta tan aplastante, titánica y desmesurada que la puesta en escena acaba llevando la batuta.
Es justo reconocerlo: su show sigue sin tener competencia en términos de envergadura y es fácil dejarse llevar por cierta fascinación primigenia ante tamaña enormidad. Esta vez no fue una excepción, sinó todo lo contrario: el Estadi Olímpic se convirtió desde el minuto uno en una refinería petrolífera distópica a lo Mad Max; en una vieja y descomunal fábrica de acero con engranajes de última generación; en un temible campo de concentración con torres chimenea repartidas por la pista que escupían columnas de humo negro como el carbón.
La escenografía cobró pronto mayor dramatismo con ‘Links 2-3-4’ y su machacón ritmo imperial que nos puso a formar a pesar de la torrencial lluvia que no nos abandonaría en toda la noche. El público, un mar de chubasqueros multicolor, resistió estoico ante la fatalidad, dispuesto a desembarcar en Normandía, y se dejó abrazar por el aguacero, al igual que la banda, en una estampa memorable que dotó aún de mayor épica, si cabe, el concierto.
Las lenguas de fuego fueron creciendo en número y tamaño, brindándonos una cuantas imágenes dantescas con algo de Apocalypse Now. Escenas del fin del mundo, de las puertas del Averno, que resquebrajaron la realidad para engullirnos en la distopía pesadillesca de Rammstein: una en la que la imaginería brutalista del Tercer Reich, leída en clave irónica si quieren, pero perturbadora al fin y al cabo, se mezcla con un apabullante sonido industrial emanado de las trincheras. Lo constatamos en carne propia en fulminantes ráfagas de napalm como ‘Mein Herz Brennt’, ‘Sonne’, ‘Du Hast’, ‘Ich Will’ o una totémica ‘Rammstein’ que nos hizo recordar los tiempos de sala Garatge y Carretera Perdida.
Lo peor del todo o nada de Rammstein en términos escénicos, quizás, es que ya conocemos al dedillo todos sus sketches sobre las tablas, invariables desde hace años: el sufrido teclista Flake envuelto en llamas dentro de una olla, el número a lo Kraftwerk con luces de neón, las barcas hinchables, el cañón de espuma en la básica pero pegadiza ‘Pussy’. Sin embargo, al igual que en los casos de otras bestias de estadio equiparables a ellos en bastantes aspectos como Iron Maiden o AC/DC, esa previsibilidad máxima, ese déjà vu que acaba encorsetando su set, parece importar bien poco a su público.
Y hablando del público, este merece, más que una mención especial, un monumento. No tanto por su entrega, que también, sinó por la paciencia y resistencia en los numerosos controles de acceso al estadio y, aún peor, el via crucis para regresar a casa, en muchos casos a pie y bajo la incesante lluvia. Alcalde de turno, responsables de movilidad, cultura y transporte público, tomen nota: no basta con querer que Barcelona sea una ciudad modélica, moderna y comprometida con la cultura y la sostenibilidad; también hay que poner medidas. Y no solo cuando actúa Bruce Springsteen o juega el Barça. Cincuenta mil personas en una tormentosa noche de martes merecen el mayor de los respetos.
DAVID SABATÉ