FECHA: 23 DE MARZO DE 2023
LUGAR: WIZINK CENTER (MADRID)
PROMOTOR: LIVE NATION

Como si le hiciera alguna falta llamar la atención para seguir atrayendo al público a sus conciertos (recordemos: tres fechas en pabellones por nuestro país con todo agotado desde varios meses antes), Roger Waters parecía haberse empeñado en calentar la previa de este ‘This Is Not A Drill Tour’

Ya bastante motivación resultaba saber que se trataría de la (pen)última oportunidad de ver sus mastodónticas puestas escénicas, pero para el autocoronado genio creativo de la época dorada de Pink Floyd parece que eso no es suficiente. En los últimos meses le hemos visto reavivar la polémica contra su ex-colega David Gilmour, quién le ha acusado de antisemita costándole la cancelación de varias fechas en Alemania y Polonia. Por no hablar de esa regrabación a todas luces innecesaria de una obra cumbre en la historia de la música como es Dark Side Of The Moon con la que pretende reivindicar para sí mismo la que considera su creación.

Dicho esto, la realidad es que ninguno de los antiguos miembros de la mítica banda británica ha sido capaz de recrear con tanta fidelidad el espíritu de ser uno de los pioneros del rock de estadios como Waters ha venido demostrando en los últimos tiempos. En el recuerdo colectivo todavía permanecen esas giras dedicadas a ‘The Wall’ o el ‘Us + Them Tour’ que debían servir para medir el listón respecto a este nuevo espectáculo. Y nada más pisar el Palacio de los Deportes ya vimos que esta vez tampoco se iba a quedar corto en cuanto a despliegue técnico.

Mientras apreciábamos el escenario 360º en forma de cruz flanqueado por una enorme pantalla LED que más tarde se elevaría sobre el mismo, una voz anunciaba regularmente de la hora de inicio del concierto, al tiempo que invitaba a desconectar los teléfonos móviles y coger la puerta en caso de no estar de acuerdo con las opiniones políticas del protagonista del evento. Un aviso que ya dejaba a las claras que el compositor iba a imponer sus propias reglas a lo largo de todo el show, tanto para exponer su ideario como para reescribir a su gusto la historia de Pink Floyd. Algo que ya se empezó a atisbar en una ‘Comfortably Numb’ introductoria que obvió por completo los solos de Gilmour. No sería el único ninguneo que veríamos al guitarrista durante la noche.

Foto: Gonzalo Puebla

Ya con el escenario completamente al descubierto y dejando visible a todo el grupo, el concierto arrancó con energía a través de ‘The Happiest Days Of Our Lives’ y las partes 2 y 3 de ‘Another Brick In The Wall’, metiéndose rápidamente a todo el pabellón en el bolsillo. Desgraciadamente, la tensión decayó a continuación con un bloque dedicado a temas en solitario de Waters y que significó el primero de los diversos valles que sufrió la actuación. ‘The Powers That Be’, ‘The Bravery Of Being Out Of Range’ y una recurrente ‘The Bar’ configuraron la parte más política del repertorio, tanto en lo visual (en las pantallas se proyectaban imágenes de violencia policial o directamente se señalaba como criminales de guerra a los presidentes estadounidenses desde Ronald Reagan hasta Joe Biden) como en algún discurso más extenso de lo deseable. Puede gustar más o menos, pero el viejo Roger no se conforma con rozar la superficie de los problemas como hacen otros músicos. A él le gusta hurgar hasta el fondo de la herida.

Foto: María García

Pero no todo iba a ser un mitín musicado. ‘Have A Cigar’ volvió a recordarnos el motivo por el que estábamos allí, que no era otro que celebrar el cancionero de Pink Floyd. Una coreadísima ‘Wish You Were Here’ y ‘Shine On You Crazy Diamond’ sirvieron para homenajear a la figura del malogrado Syd Barrett y los comienzos de la formación. Un recuerdo en el que, por descontado, David Gilmour ni hizo acto de presencia en las pantallas. Y este es un detalle que a mi personalmente me supo mal. Porque puede que Waters fuera el cerebro detrás de la máquina, pero Gilmour era quién ponía alma y corazón a una música por momentos excesivamente cerebral.

Es innegable que, tanto en lo escénico como en lo musical lo que sigue ofreciendo a sus casi 80 años es de primera. Ahí estuvo esa ‘Sheep’ que reivindicaba Rebelión En La Granja de George Orwell como inspiración mientras una oveja hinchable sobrevolaba la pista. O el tramo de ensueño en el que sonó medio Dark Side Of The Moon, desde el tintineo de las cajas registradoras de ‘Money’ hasta las notas finales de ‘Eclipse’. Pero por mucho que sus acompañantes sean músicos impecables, para Jonathan Wilson y Dave Kilminster no debe ser nada sencillo ponerse los zapatos de un gigante como Gilmour. Uno escucha semejante repertorio y piensa en todos los años perdidos en los que habríamos podido disfrutar de Pink Floyd al completo. Y eso no hay escenario gigante que lo pueda sustituir.

Foto: Gonzalo Puebla

En parte, puede que Waters no estén tan alejado del tirano megalomano que interpretó en ‘In The Flesh’ y ‘Run Like Hell’ escoltado por dos guardias metralleta en mano. O estás con él o en su contra. Sin embargo, ese lado más humano que tanto eché en falta acabó apareciendo en la recta final. Primero con un ‘Two Suns In The Sunset’ recuperado de The Final Cut, y sobre todo volviendo a la dylaniana ‘The Bar’. Con los músicos alrededor de su piano y brindando con mezcal, encararon un tema más recogido y menos grandilocuente de lo que habían exhibido durante las dos horas y media anteriores. La despedida con toda la banda recorriendo en fila el escenario hasta abandonar la pista y llegar al backstage mientras seguían tocando ‘Outside The Wall’ llegó a emocionarme más que los cerdos voladores o los láseres que recreaban el mítico prisma de Dark Side Of The Moon. A veces más no siempre es más.

GONZALO PUEBLA