FECHA: 4 DE FEBRERO DE 2025
LUGAR: SALA UPLOAD (BARCELONA)
PROMOTOR: HFMN

En un momento de la noche, Mike Rivkees, ya afianzado en su papel de vocalista de The Rumjacks, encomendaba al público de la sala Upload de Barcelona que repitiera el cántico de “Some legends will never die!”. Era su particular homenaje a Shane MacGowan, el inigualable líder de The Pogues, poeta punk y emblema del folk irlandés que nos dejaba hace poco más de un año. Según Rivkees, las letras de MacGowan y los himnos de la que fue su formación han sido banda sonora e inspiración durante el proceso de composición del nuevo disco del grupo de origen australiano que lleva por título Dead Anthems (2025) y que justo veía la luz esa misma semana.

Muchos grupos han contribuido a enriquecer la escena desde aquel 1982 en el que dicen las leyendas que MacGowan cogió una guitarra y aceleró el ritmo de una canción tradicional irlandesa y originó los inicios del celtic punk. He de reconocer que siento una debilidad especial por esta fusión entre la inmediatez del punk y la sonoridad de los instrumentos del folclore celta que te transportan mecida entre gaitas, acordeones y mandolinas hasta el chasquido del choque de jarras en pubs y tabernas.

Dropkick Murphys y Flogging Molly destacan sin duda, junto a The Real McKenzies, como referentes de lo que entendemos por este estilo en la actualidad. Pero no hace falta indagar mucho para llegar a The Tossers, The Mahones, The Dreadnoughts, The O’Reillys and the Paddyhats o a bandas autóctonas como los asturianos Skontra, los catalanes Drink Hunters o los aragoneses ya no en activo 13Krauss. Todos ellos y muchos más, representantes de un estilo que evoca como pocos la sensación de comunidad, de unión y de fiesta, algo que The Rumjacks consiguió generar aquella noche en Barcelona demostrando que son más que merecedores de estar en ese podio junto a Ken Casey, Paul McKenzie y Dave King (al que deseamos una pronta recuperación).

Pero antes de eso, un vermut más combativo, el del aullido del punk rock de Grade 2. La joven banda de Isle of Wight (Inglaterra) volvía a Barcelona tras su último concierto sold out en la Deskomunal hace poco más de un año, esta vez como teloneros, algo que creo que jugó en su contra. Público mayormente frío y estático casi durante toda la actuación de un grupo amparado por Tim Armstrong y su sello Hellcat Records.

Quizás el inicio fue menos acertado de lo esperado, posponiendo algunos de los mejores temas de sus discos Break the Routine (2017), Graveyard Island (2019) o su más reciente homónimo Grade 2 (2023) como ‘Pubwatch’, ‘Graveyard Island’ o ‘Tired of It’ ante unos buenos cortes que no acabaron de espabilar a los asistentes, ‘Brassic’, ‘Gaslight’ o ‘Midnight Ferry’. O quizás simplemente el público congregado no estaba tan familiarizado con ellos, pero Jack a la guitarra y Sid al bajo, no cesaron en pedir a la gente que se moviera, objetivo que lograron tímidamente en la segunda mitad del set, donde incluso emergió algún fan entre el respetable que se atrevió a pedirles ‘Celine’ aunque sin demasiado éxito.

Eché de menos la conexión con la gente que sí hubo en su anterior directo en la ciudad condal, pero su energía enlazando temas con garra y actitud fue irreprochable. Intercalando voces sobre las tablas y escupiendo las frustraciones de su generación, sonaban ya algo más celebradas ‘Murder Town’, ‘Only Ones I Trust’ y el broche final con la infecciosa ‘Under the Streetlight’, en la que consiguieron alentar al público a corear los furiosos “Tonight! We’re gonna leave them behind!”.

Y de tres pasamos a seis músicos. Y al bajo, guitarra y batería, se le unieron la mandolina, el acordeón y una tin whistle o flauta irlandesa. Con miembros de Sidney, Boston e Italia llegaban The Rumjacks para, ahora sí, despertar al público de su letargo. Y lo hacían atacando con cortes mayormente extraídos de su nuevo álbum, ‘Come Hell or High Water’, ‘They Kick You When You’re Down’, ‘Cold Like This’, tema en el que colaboran con Dropkick Murphys, y rescatando el “Let the whisky flow again!” en ‘A Fistful O’Roses’ de su anterior Sleepin’ Rough (2016).

Tras ellos y como suspiros de marineros exiliados, los cánticos de aire nostálgico de recuerdo a los caídos en combate de lo primeros acordes de ‘Sainted Milions’, tema de uno de sus mejores largos Hestia (2021), daban paso a historias de comandantes irlandeses en ‘Bullhead’ o a esa bajada de revoluciones de inicio acústico que sustituyó la jarana por algo más cálido e íntimo en ‘Rhythm of Her Name’.

Para entonces ya tenían el público entregado, aunque su bajista Johnny McKelvey hacía las veces de frontman incitando a los pogos y al bailoteo y avisando de que aunque su nuevo disco no salía hasta dentro de tres días, el público de Barcelona ya lo podía adquirir en físico en la parada de merch. De ese Dead Anthems cayeron también ‘Father’s Fight’, ‘Smash Them Bottles’ y uno de los singles que ya llevaba un par de meses sonando, ‘An Irish Goodbye On St Valentine’s Day’.

Solventes, festivos y compactos, cargados de matices gracias a la personalidad que les confiere el uso de instrumentos tradicionales, decantándose por el punkrock en una de mis favoritas, ‘Across the Water’, rozando el ska en ‘Bloodsoaked in Chorus’ y volviendo al inicio acústico con sabor añejo a historia de fogata en ‘The Pot & Kettle’.

Con el sonido glorioso de la gaita (aquí sustituida por la flauta de Rivkees) de las primeras notas de ‘Light in My Shadow’ ponían la sala patas arriba invitando al mayor singalong de la velada. Una noche en la que perdida entre sus melodías también sonaron algunos versos del ‘To Have and to Have Not’ de Billy Bragg de la que Lars Frederiksen hizo con sus Bastards una de las mejores versiones habidas y por haber.

Se acercaba el final tras un repertorio por el que navegaron sin naufragios por la trayectoria de una banda definitivamente en alza. Pero antes de culminar con su versión del ‘I’ll Tell Me Ma!’, un tema que concentra como ninguno la esencia del celtik punk y el espíritu vibrante de una noche entrañable como aquella: ‘An Irish Pub Song’.

SANDRA ASTOR