Desde que la semana pasada se pusieran a la venta las entradas para la esperada gira por Estados Unidos de Bruce Springsteen & The E Street Band, cuyo arranque está programado para el 1 de febrero de 2023 en Tampa (Florida), las redes, y foros como el de la web Backstreets.com, arden con fans del veterano artista indignados y decepcionados por los escandalosos precios que se han encontrado al entrar en la web de Ticketmaster.

Una entrada cualquiera -no hablamos de las de primera fila o que incluyan un Meet & Greet- puede oscilar entre los 1.000 y los 5.000 dólares, cuando su precio original (que tampoco es que fuera una ganga) estaban entre los 59.50 y los 399 dólares. A todo ello habría que añadir los cuestionables «gastos de gestión» que pueden suponer hasta un 20% de incremento en el precio final.

El motivo de semejante despropósito es el sistema de «precio dinámico» utilizado por Ticketmaster en los llamados ‘Platinum Seats’ en el que un algoritmo determina el precio de una entrada según la demanda en cada momento. Es el mismo sistema que vienen utilizando las aerolíneas o los hoteles, y que desde hace un tiempo se había implementado, de manera más o menos encubierta, también en el sector de la música en directo.

A priori el motivo para utilizarlo es evitar la reventa, o, mejor dicho, que el beneficio potencial de esa reventa vaya a parar al artista y no a un tercero. Pero está claro que desde el punto de vista del usuario en que te robe uno o te robe otro, tampoco hay mucha diferencia.

Foto: Backstreets.com

Además del desencanto que esto haya ocurrido con un músico como Springsteen -al que por la temática de muchas de sus canciones se le ‘presupone’, entre muchas comillas, una sensibilidad cercana a la clase obrera- lo que todavía ha molestado más a sus seguidores es que no haya hecho ningún tipo de comunicado al respecto de la situación o haya propuesto alguna de solución. Hace dos años, Crowded House optaron por la devolución del diferencial de precio tras las quejas de sus fans.

En las primeras horas, algunos hasta querían disculparle aludiendo a que posiblemente no conocía los entresijos del sistema, pero a medida que han pasado los días, y no ha roto su silencio, está claro que él y su management, eran muy conscientes de cómo funcionaba y son cómplices de lo ocurrido.

Quien sí ha hablado para defenderse es Ticketmaster. La empresa aseguraba ayer que sólo 1.3% de los tickets vendidos superaban los 1000 dólares, y que el 88.2% se han vendido dentro de los precios fijados inicialmente. Lo que no aclaran es cuántas entradas se han vendido realmente, ya que es muy posible que muchos compradores hayan optado por no adquirirlas viendo los desorbitados precios. En condiciones normales, y siendo una gira de pabellones, prácticamente todas las fechas estarían agotadas a estas alturas como ha ocurrido con su gira europea.

Más allá de este caso puntual, lo verdaderamente preocupante es si este es el futuro que no espera. Desde luego no es descartable, que en conciertos en los que el sold-out esté asegurado, veamos como la tentación de instaurar esos «precios dinámicos» sea demasiado fuerte como para que las partes implicadas se resistan. Ahora mismo parece más una cuestión de cuándo empezará, que no de si empezará, así que más vale que estemos preparados.

Que un concierto se acabe convirtiendo, no en un producto de lujo, que en muchos casos ya lo es, sino en un espectáculo exclusivamente dirigido a una minoría con un altísimo poder adquisitivo depende también en gran parte de quienes no lo tenemos. Aunque no estaría mal que alguna administración tomara cartas en el asunto.

Soy el primero al que le dolería mucho no poder ver nunca más a Springsteen, Metallica, Pearl Jam o cualquiera de los grandes monstruos del rock con los que he crecido, pero la única posibilidad de frenar este tipo de situaciones es simplemente renunciar a seguirles el juego. No pasará, pero si cuando Springsteen saliera al escenario y gritara eso de «Is there anybody alive out there?», recibiera como respuesta el eco de unas gradas vacías, quizá podrían empezar a cambiar las cosas.

JORDI MEYA