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DEAFHEAVEN – ‘Infinite Granite’

Cuando un artista da un doble salto mortal, y encima cae de pie, merece ser aplaudido.

Hasta ahora la música de Deafheaven se había caracterizado por la colisión entre las influencias del shoegaze y post rock y las del black metal. Mundos alejados que ellos lograron combinar dejando en el camino cuatro de los discos más destacables de la última década, y convirtiéndose en la banda más conocida de blackgaze, pese a no haber sido los primeros en adentrarse en el género.

Pero coincidiendo con su décimo aniversario como banda, el dúo creativo formado por George Clarke y Kerry McCoy ha decidido darle un vuelco a su sonido y lanzarse a explorar la vertiente más sutil de su música. Como otros grupos más definidos por su sonido que por sus canciones (¿cuántas suyas serías capaz de tararear?), Deafheaven debían sentir que de seguir por el mismo camino acabarían repitiéndose. Necesitaban un cambio de rumbo, y éste es el que han materializado en su quinto largo.

No vamos a exagerar diciendo que Infinite Granite es un disco innovador o revolucionario porque no lo es. No inventa nada, y al fin y al cabo existen otros antecedentes de artistas que con un background en la música extrema han tirado hacia el pop ochentero o la electrónica (Ulver, Arcturus, Cold Cave…). Y es sorprendente, pero menos que si Interpol de golpe sacaran un disco de black metal.

Más bien podríamos hablar de él como el equivalente de Host de Paradise Lost en el siglo XXI, con el que los británicos dejaron atrás el metal gótico para abrazar el synth pop, aunque posiblemente no levante tanta polvoreda como aquel, ya que sospecho que al menos el 50% de los fans de Deafheaven no escuchan habitualmente metal, y ciertos aspectos que aquí han realzado ya estaban presentes en su música.

Lo que sí es Infinite Granite es un disco excelentemente facturado y muy bien secuenciado, en el que cada canción puede funcionar de forma autónoma, pero aporta algo al conjunto, fluyendo de maravilla. Las transiciones de un tema a otro son fantásticas, y por ejemplo ‘Neptune Raining Diamonds’, un corte instrumental que parece salido de la banda sonora de Blade Runner de Vangelis, sirve de puente perfecto entre la pegadiza ‘Great Mass of Color’ y ‘Lament for Wasps’, uno de los temas en el que se aprecia la influencia de Stone Roses.

Naturalmente el elemento más llamativo es el cambio de registro en la voz de Clarke. Acostumbrados a escucharle gritar, choca encontrarle cantar melódicamente en un tono más grave, pero hay que decir que ha conseguido sonar con total naturalidad incluso en los momentos de mayor suavidad. Sólo en los finales de ‘Great Mass of Color’ y ‘Villains’, y en ‘Mombassa’ -en la que tras un inicio acústico toda la banda se lanza a lo bestia en un arrebato metal- intuimos al Clarke de antaño.

Tampoco hay riffs, ni blast beats, y muy poca distorsión, pero todas las canciones -a las ya citadas habría que añadir ‘Shellstar’, ‘In Blur’, ‘The Gnashing’ y ‘Other Lenguaje’- te ganan usando otras armas. Junto al productor Justin Meldal-Johnsen, los californianos han conseguido un sonido atmosférico, pero cálido y orgánico, majestuoso, pero humano, en el que la batería de Daniel Tracy palpita con fuerza, y la mayor presencia de sintetizadores no ha anulado para nada las guitarras (McCoy vuelve a sacarle todo el jugo a su pedalera y se marca algunos solos bastante épicos).

¿Me parecería igual de bueno el disco si en lugar de por Deafheaven viniera firmado por una nueva formación británica? Pues posiblemente no, pero cuando un artista da un doble salto mortal, y encima cae de pie, merece ser aplaudido.

JORDI MEYA