En 2010 James Gunn se acercaba al cine superheróico con una (otra) obra maestra después de su inolvidable Slither. Aquella Super, tragicomedia sobre la vida y la muerte, pero también un relato mucho más realista de lo que parecía sobre la fe y la soledad, pasó sin pena ni gloria entre los espectadores, pero los fieras de Marvel/Disney sabían que era el hombre ideal para su futuro.

Tras un par de dimes y diretes tremendamente wokes, y que además no han servido para nada, Gunn volverá al redil marvelita, pero antes ha hecho una parada en la casa de su máximo rival. Y menuda parada.

El Escuadrón Suicida confirma de nuevo que lo de James Gunn es talento bruto. Un autor capaz de congelarnos la sonrisa solamente para hacer que la siguiente carcajada sea aún más grande. Un loco que construye el blockbuster del año a través de golpes de estado, magnicidios y genocidios. Un cineasta capaz de aplastar una ciudad con la criatura más inesperada de todas y presentar la película definitiva anti-Marvel justo antes de volver a cambiar de acera. Un genio que presenta otra obra maestra condenada al culto inmediato.

James Gunn ha reventado las expectativas de todos con su enrabietada irrupción en el mundo de DC Cómics. Su nueva película confirma que existen algunos talentos que no necesitan atarse en corto. La libertad y los dineros que Warner ha proporcionado a Gunn se reflejan en la pantalla del primer al último segundo. En resumidas cuentas: El Escuadrón Suicida es un milagro.

El mundo nunca ha estado preparado para Gunn. Ni falta que hace.

MIGUEL BAIN