Aunque tengamos en la cabeza la exquisitez de James Whale al servicio del desatado Claude Rains como pieza inicial de este rompecabezas transparente, la realidad nos dice que la primera adaptación de la novela de H.G. Wells la realizó nuestro Segundo de Chomón en el lejanísimo 1909.
Más de un siglo después, Leigh Whannell readapta la idea a los tiempos actuales y la jugada, aún con algunas sombras un tanto incómodas, acierta de pleno.
Y no me entiendas mal: sus sombras nada tienen que ver con el posicionamiento de la historia ni con su punto de vista.
Empecemos por los aspectos menos positivos, que podríamos resumir en uno: el tremendo combo de problemas que la historia arrastra desde el momento en que damos por sentado, sobre todo los personajes principales, que los hechos son así y así debemos asumirlo. Sin cuestionar ni una sola línea. Y teniendo en cuenta que uno de los personajes es un agente del orden que no parece ningún pardillo, lo cierto es que cuesta hacerse a la idea. Pero esas son las reglas y aquí hemos venido a jugar.
Una vez superada la incredulidad provocada por la parte más “real” de una película de cine fantástico, empieza lo bueno.
El Hombre Invisible es un trabajo delicioso de Leigh Whannell a la hora de poner en escena cada plano de la peli, porque todos son sospechosos y sientes como ese «ente» está siempre en algún rincón. Es decir, el director de Upgrade (Ilimitado) vuelve a entrar por los ojos.
Es una gozada cómo en sus (excesivas) dos horas hay sitio para prácticamente toda la saga de largometrajes clásicos y que, de alguna manera, sea el equivalente a La Mosca (1986), aunque su mayor referente, tanto visual como sonoro, sea la peli de Sidney J. Furie que protagonizase Barbara Hershey.
Poco que objetar si pasamos por alto todos los temas legales y burocráticos que rodean a la trama. El resto, cine de género de calidad de un cineasta que no se estanca tanto como algún tramo de su nueva película, víctima de su propio concepto, algo que también pasaba en Un Lugar Tranquilo: buen cine de género que disfrutas en la sala de cine pero que cuando te tomas un café y piensas en lo que has visto no aguanta el envite.
MIGUEL BAIN