El rock es viejo. Va a misa los domingos por la mañana. Y cuando no, acude a las estaciones de esquí a mirar desde la distancia cómo bajan sus hijos por las pistas de nieve. Además, las resacas le duran tres días. Ya no le sientan bien las noches de desenfreno. O por lo menos, eso es lo que se rumorea.

Se escucha en los rincones que la juventud pasa de los conciertos de sala. No es trendy. No es cool. Uno no llega a junto de sus colegas de la uni y les pregunta si han ido al bolo de Kreator en la Salamandra. 

Laissez Faire. Dejar que el mercado marque las pautas o intervenir en él. Dejar que los millennials decidan por sus propios medios o generar una corriente de opinión para influir en sus decisiones.

¿Y a la oferta? ¿Le damos una vuelta? ¿Cambiar el formato del directo sería una buena opción? ¿Aprender de cómo venden los grandes eventos la llamada ‘Experiencia Global’ es la solución? ¿O con esta estrategia corremos el riesgo de devaluar el producto?

El click como forma de vida. Plataformas de streaming como vehículo para acceder a la música. Para una generación que vivió el nacimiento de la Atari es difícil de entender. Más cuando para escuchar una canción en el discman, teníamos que realizar un pedido en la DiscoPlay que demoraba semanas.

¿Es una batalla perdida? ¿Es sólo una cuestión de modas? El percebe hoy es un bien de lujo cuando hace décadas era despreciado por la sociedad. ¿Quiere esto decir que hay esperanza en un cambio de ciclo? Deberíamos indagar en por qué se produjo el punto de inflexión en la valoración del molusco y así, quizá, hallaríamos la respuesta a las siguientes preguntas.

¿Veremos algún día a Justin Bieber beberse una birra en la Estraperlo? ¿Seremos testigos de cómo El Rubius edita un vídeo tras su paso por los Vermouths de la D9 Radio? ¿Nuestros ojos mirarán a Kim Kardashian haciendo stage diving con Touché Amoré en sala Bóveda?