Se cumplen veinte años de Flamingos, el disco de mayor éxito comercial de Bunbury aparte de uno de los mejores álbumes de rock facturados a nivel estatal. Para celebrarlo se han editado dos cajas que contienen no sólo el disco, sino demos, caras B y directos. Analizamos con algunos de los protagonistas de la grabación cómo fue el germen y final de una obra que fue un punto y aparte en su momento.
Recuerdo una charla en la que Edi Clavo, batería de Gabinete Caligari, comentaba que Bunbury había hecho acopio de todo el acervo musical del pop y el rock español y continuaba con esa tradición. Flamingos puede denominarse así, a pesar de que Bunbury también había ampliado su círculo de sonoridades propias en Latinoamérica. Lo que es indiscutible es que marcó un sonido definitivo para el zaragozano. En Mondo Sonoro dijo que en un principio iba a ser “el título de otro disco que al final no hice: un disco que contaba la historia de un personaje que vivía en ‘Flamingos’ un local bastante depravado. De hecho, este disco lo quería llamar ‘Delirante y decadente, pero con esperanza’ porque reflejaba un momento duro y conflictivo pero quería que el disco tuviera una puerta abierta: las ganas de seguir luchando y de seguir encontrando cosas que me motiven”. Flamingos tenía desde su diseño referencias al boxeo, y en cierta medida, Bunbury estaba transmitiendo la resilencia del que ha sido golpeado en multitud de ocasiones pero siempre se levanta, no tira la toalla. Flamingos es una especie de Blood On The Tracks de Bob Dylan para Bunbury, un disco marcado por la ruptura sí, y también por el sabor de la experiencia sabiendo que no es malo caerse, sino no levantarse a tiempo.
A nivel de producción, Bunbury le comentó a Juanjo Ordás en su libro El Mundo Sobre El Trapecio que “es afianzar la idea de ‘Pequeño’ pero si este era low-fi, ‘Flamingos’ es la versión high-fi. Yo lo definía como rock bastardo”. Rafa Domínguez, guitarrista del disco, nos da su perspectiva. “Es una producción mucho más elaborada en cuanto a sonido y arreglos, mucho más variado en sonoridades que ‘Pequeño’ y también más mestizo, por ejemplo tenemos un Tango-Reggae en ‘No Te Fies’, y un poco más experimental también. Para mí es el mejor que hicimos y su producción también. El fallecido técnico Joan Traiter tuvo mucho que ver en el asunto”. En cuanto al grupo que empezó en Pequeño, reconoce que “en ‘Flamingos’ ya éramos una banda bien engrasada, y habíamos preparado durante tres meses casi las canciones, las del disco y bastantes más…”. También apunta que “ya tomé un protagonismo mayor en general. Al contrario que en ‘Pequeño’, hicimos acopio de todo tipo de amplis, sumados a los que el estudio disponía. Lo mismo con las guitarras, aunque básicamente fueron las Gibson Les Paul Classic, mi Fender Telecaster Japonesa y una Gibson Es135 que compré en L.A. además de alguna Gretsch y una Rickenbacker de 12 cuerdas de Quimi Portet que sólo aparece en 2 arpegios de ‘Sí’, creo”… (Se ríe). ¿Cómo se distribuían las guitarras? “Cada parte de cada canción (estrofa, estribillo, puente, solo, intros…) elegía una guitarra y dos amplificadores cuyo sonido luego se mezclaba o se elegía uno u otro en la mezcla. Teníamos Mis Mesa Boogie DC10, Vox Ac30 TB, y mi pequeño Fender Super 60, y además un Orange Orville 100, Un Marshall JTM45, un Fender Bassman 59 4×10… y no sé si un Twin Reverb también. Creo que nada más. Nunca he disfrutado tanto grabando unas guitarras, pudiendo encontrar el tono perfecto para cada momento de cada canción. También usamos banjo, mandolina, y guitarra española… las acústicas eran cosa de Enrique”.
En cuanto al material a trabajar Bunbury “traía las canciones en general bastante crudas, pero ya con una estructura y voz, y con Ramón Gacías (batería y mano derecha en su momento de Bunbury -ndr.) ya había pasado un trabajo previo de hacia dónde llevarlas rítmicamente. Luego nos decía que tono general de la canción quería, utilizando, en mi caso al menos, ejemplos de guitarristas o canciones. Esta como si fueras el guitarrista de Tom Waits, esta como si fueras el de Nick Cave…Nos dejaba trabajar con o sin él, hasta que teníamos algo medio definido, y luego él iba definiendo las cosas: eso sí, esto no, esto sí pero hazlo menos rock o más jazz. Poco a poco se conformaba el trabajo final…o si no funcionaba se probaba con los mismos acordes de otra manera, otro estilo”. Bunbury era coautor en algunas canciones, y en otras, las más, firmaba él solo. Rafa Domínguez desvela que “en realidad como arreglistas todos recibíamos de autores, aunque lo el porcentaje lo decidía Bunbury. Aunque en los créditos no aparecen como autores, el mérito era conjunto, Bunbury éramos todos”.
Había muchas colaboraciones, en la guitarra Quimi Portet y el añorado Guille Martín. “Durante la grabación de Quimi no sé porque no estuve, y a Guille, ¡alabado sea! lo vi cuando empezaba pero no durante su grabación. Como la versión que en teoría íbamos a hacer era la que está en las demos, quizá Enrique al decidir hacerla experimentalmente, no quería que nadie oyera lo que había hecho el otro…no sé. Lo que sí recuerdo es entrar con Guille enseñarle el set de amplis tremendo que había, cogio una guitarra, dio un guitarrazo con los amplis a todo trapo, me miro alucinado y gritó: “¡¡¡Dios Existe!!!” (Se ríe) Que grande era…”.
Shuarma hacía melodías en una canción, Jaime Urrutia ponía contra punto con su voz en ‘No Se Fíe’, Pedro Andreu añadía su armónica…. Aunque la colaboración más sorprendente fue la de Gina Argemir que en ese entonces estaba dando sus primeros pasos. Argemir comenta que “todo vino porque en 2001 envié una maqueta a varios productores y músicos, entre ellos a Bunbury. En ese momento, España estaba en pleno fenómeno de OT y mi música iba a contracorriente: eran canciones de rock oscuras, con letras donde mezclaba fragilidad con crudeza, sensualidad con profundidad. Eso fue lo que a Bunbury le gustó de mi música cuando la oyó, como me dijo cuando nos conocimos. El caso es que, después de que Bunbury escuchara mi maqueta, alguien de su oficina de management me llamó de su parte y me invitó a subir al Music Lan, el estudio donde estaba grabando ‘Flamingos’. Y el primer contacto con Bunbury fue justo en la estación del tren de Girona. Imagínate tú, siendo yo… nadie, un músico anónimo: bajar del tren y a la salida de la estación ver a Bunbury esperando, apoyado en su coche. No está mal, ¿no? Fuimos a comer y a charlar un poco. Recuerdo que, en cuanto me senté en la mesa del restaurante, pedí un Dry Martini para relajarme. Pensé: “a ver qué tal es el famoso Bunbury”. Y la verdad es que todo fue rodado. Bunbury tiene un trato personal muy fácil y una conversación muy rica e interesante. Estuvimos hablando de música, literatura, filosofía, una charla de peso pero también llena de ironía y sentido del humor. En el mundo de la música hay mucha pose y ego. Pero con Bunbury, enseguida uno se da cuenta de que es un tío auténtico, que el mundo que expresa a través de sus canciones es él, es su mundo único, su mundo vivido, muy vivido. Y además, lo muestra y defiende con toda la sinceridad y valentía del mundo”. De ahí pasamos a la colaboración. “Fue algo así como un atraco a mano armada, porque cuando quedé con Bunbury en principio era simplemente para eso: para conocernos y ya. Pero me engatusó, por decirlo con humor. En el restaurante me dijo: ‘venga, ahora… vente al estudio y grabamos algo’. Y, fue tal cual. Llegué al Music Lan, saludé a los músicos y en nada ya estaba yo en la cabina de grabación. Ramón Gacías, que estaba en la mesa de mezclas, me puso una canción tres veces para que la escuchara y… ¡ala, a grabar! Así salió ‘Mundo Feliz’. Mi voz quedó muy tenue, casi susurrada… en parte porque apenas me sabía la canción e intentaba seguir la voz de Bunbury. ‘Mundo Feliz’ era una canción que, en un principio, no iba a formar parte de ‘Flamingos’, pero finalmente la incluyeron, cosa que me alegró porque su letra es brutal, te raja el corazón en dos. Es una canción ambivalente: la melodía, el sonido y los arreglos son agradables, minimalistas, dulces… pero la letra es justo lo contrario: profunda, dura, de peso… El resultado, esa combinación agridulce, te toca el alma”. Y fue espectadora de una parte de la grabación. “Después de grabar me quedé un par de días pululando por el estudio con los músicos, los ingenieros, Bunbury, su cocinero… También pasó por ahí Diego A. Manrique a entrevistarlo para Rolling Stone. Fue una experiencia fantástica. La verdad, tengo que agradecer a Bunbury que, siendo yo alguien anónimo en la música, me incluyera en su disco junto a músicos como Quimi Portet, Adrià Puntí o Jaime Urrutia…. Es una prueba de que si a Bunbury le gusta tu música, le da igual que seas un superventas o un desconocido”.
Ahora que se cumplen veinte años del álbum, en una edición especial se han recuperado demos, caras B y dos directos. Vuelve Rafa Domínguez para comentar que “no se trabajó de forma diferente esas canciones, simplemente necesitaban más trabajo o gustaban menos que las que quedaron en Flamingos”. En cuanto a los directos, en Zaragoza y Madrid, el guitarrista recuerda que “el concierto de la plaza del Pilar creo que es el que he tocado con más gente delante de toda mi vida…lo disfrute enormemente, recuerdo ver a mi madre con mi hermana (desgraciadamente fallecidas de cáncer las dos -ndr-) y alguna sobrina a mi lado, bajo el escenario. Recuerdo que antes del primer bis salí enfadado del escenario porque había fallado algo, pero viéndolo ahora no veo que pudo ser. El de Madrid fue íntimo e intenso, con el público casi a la misma altura que nosotros, un gusto poder sacar toda esa delicadeza que en otros espacios es difícil, mostrar… En general era un placer indescriptible tocar estas canciones con Enrique y el Huracán. No hacíamos música, nos transformamos en música”. Y es que en directo se pasó del ‘Pequeño Cabaret Ambulante’ al ‘Huracán ambulante’, algo que ya se intuía en la canción que abría el disco, un grupo de crápulas dedicados al rock, ‘El Club de los Imposibles’. Carlos Ann, otro colaborador de lujo, rememora el inicio del álbum. “Hicimos la intro, esa intro pugilística, de boxeo, la creamos en Barcelona y puso la voz José Luis Zarazeta, un hombre peruano”. A pesar de volver a incidir que el diseño también enfocaba la temática del boxeo, temática volvió a recuperar en una sobresaliente canción de ‘Las Consecuencias’, Bunbury reconocía en Mondo Sonoro que “no creo que este disco hable de boxeo. En todo caso, habla del combate de un individuo ante los problemas sociales y de relación con el resto de la humanidad, sobre todo, la más cercana. Ha sido un año en el que he tenido que esquivar muchos golpes. Me gusta el juego de piernas”. Después del rock bastardo con el que abría el álbum, se pasaba por diferentes fases, la exitosa ‘Lady Blue’ con sus maneras a lo Bowie, el acercamiento a The Doors en ‘Hoy No Estoy Para Nadie’ o ese triste pero bello adiós que es el vals ‘…Y Al Final’. Un disco de rock sí, pero que lo mezclaba con diferentes estilos, fueran el cabaret o el jazz, entre otros géneros. Igual que las letras, generalmente de un romanticismo desolador, aunque también había un posicionamiento ante la vida y críticas no veladas a cómo se entiende la misma, al menos en Occidente.
Dejemos la valuación para Gina Argemir: «‘Flamingos’ es el mejor trabajo de Bunbury y uno de los mejores álbumes de rock en español. Prueba de ello es que si saliera hoy como novedad, veinte años después de su publicación, sería un bombazo como ya lo fue. Así que su reedición es una gran noticia. Es un disco que ha pasado a ser atemporal, como los grandes discos. El tiempo pone a los artistas y a sus trabajos en su lugar, y ‘Flamingos’ sigue siendo un disco actual, rompedor, sublime, con mucha personalidad y con una gran riqueza musical y de contenido. La transmisión de ese mundo de Bunbury. Es un disco que queda a mucha distancia de la mayoría de discos de rock en español, sin querer desmerecer a otros artistas. Y como cantante que soy, además, percibo una fuerza especial en la voz de Bunbury en ‘Flamingos’. La razón no la sé: pudiera ser porque él estaba en un cambio vital, pudiera ser por lo conectado que estaba con esas canciones, tal vez por el ambiente del estudio, que era fantástico: lleno de músicos que entraban y salían, charlas, risas… el buen rollo se notaba en el aire”. Y un apunte más. Recuperado veinte años después, sigue escanciando las mismas esencias, los mismos sentimientos. La caída es tan necesaria como la subida, sin una no se entiende la otra, y los problemas personales de Bunbury dieron un disco que es pura vida, que dirían en México.
IGNACIO REYO