El pasado 15 de enero, Sigmund Wilder, nombre bajo el que opera el barcelonés David Martínez, publicaba su segundo largo, Desorden. Un álbum en el que además de pasarse al castellano, también marca un acercamiento a los sonidos que marcaron su adolescencia.
Pese a que la mayoría de artistas que han publicado nuevo material durante el último año han tenido que hacerlo limitados por las restricciones de la pandemia, David Martínez, cantante, guitarrista y compositor de Sigmund Wilder, intenta verle el lado positivo. «Si estuviera funcionado el mercado a tope, muchas ventanas que ahora tenemos los artistas independientes para darnos a conocer estarían copadas por los grandes nombres. Hay que aprovechar el poder tener un poco más de exposición. Es un año de sembrar», me decía al inicio de nuestra charla vía Zoom hace unas semanas.
Lo cierto es que David lleva sembrando unos cuantos años. La primera semilla fue su debut The Art Of Self Boycott en 2017, y al año siguiente plantó la segunda con el EP The Day David Bowie Died, que fue regando con actuaciones en directo en festivales como el Festival de Pedralbes, o el Festival del Mil.lenni, compartiendo escenario con artistas de la talla de Elvis Costello o Bunbury. Si el negocio de la música tuviera alguna lógica, ahora con Desorden tocaría recoger la cosecha.
Con la potencialidad comercial que ofrecer haber cambiado el inglés por el castellano, y unas canciones que combinan texturas electrónicas con guitarras y melodías del post punk de los 80, su segundo álbum debería provocar que el nombre de Sigmund Wilder ya no fuera un secreto entre unos pocos.
Lo primero que llama la atención del Desorden obviamente es el cambio de idioma. ¿Es algo que te rondaba por la cabeza desde hacía tiempo?
DAVID MARTÍNEZ «Sí. Básicamente era por la frustración de ver que algo en lo que yo invertía mucho esfuerzo, como eran las letras, no trascendían, no llegaban. Nunca tenía una conversación con nuestros seguidores sobre las historias que quería contar o lo que significaban para ellos. Fue un proceso a lo largo del tiempo. Empecé a pensar que quizá cantar en inglés no había sido un acierto, y en paralelo iba escuchando grandes discos en castellano de los últimos años. A través de los discos de León Benavente, de Love Of Lesbian, o de Bunbury, cada vez me calaba más como oyente la idea que las letras si están bien expresadas, pueden tener un poder brutal. Llegó un punto en que esta sensación de frustración me hizo sentir un punto de… rabia… o envidia. Quería que la gente conectara con las canciones de Sigmund Wilder como yo conecto con las de esos artistas. Y un buen día lo vi claro. Hice el click psicológico y me puse a ello. Y me sentí super a gusto. Decidí tirar adelante, aunque también tiene la contra de escribir en un idioma en el que se te juzgará en tiempo real. Si dices una tontería, llega como una tontería. Pero también tenía un punto de reto. Quería hacer letras que comunicasen cosas, que explicaran una historia. Es algo que tengo en cuenta no sólo en las letras, sino también en la producción».
Lo curioso es que el cambio de idioma ya condiciona la percepción del oyente. Una misma base musical te sonará distinta si la voz es en un idioma u otro. Es como si el cerebro te dirigiese a otros referentes. ¿Tuviste esa sensación cuando escuchaste por primera vez un tema de Sigmund Wilder en castellano?
«Totalmente. La sensación de escucharte en otro idioma es muy extraña. Es como cuando estrenas una prenda y te rasca la costura. Tiene un punto incómodo, pero no quise juzgarlo por la primera sensación. Pero tienes razón en lo que dices. La voz tiene mucha importancia en tu percepción de una canción cuando la escuchas. Y ese elemento te lleva de manera natural hacia otros paisajes, a otros referentes. Es muy extraño. Pero mira, poco antes del confinamiento fui a ver a Luis Alberto Segura en la sala Almo2bar en Barcelona. Y él presentaba su primer disco en castellano y explicó que con el cambio de idioma había tenido que volver a empezar a cantar. Para mí no fue tan dramático, pero sí que notas que los dejes que tienes cantando en inglés, no te sirven para el castellano. Tienes que adquirir nuevos vicios. Es extraño. Creo que tiene un punto muy psicológico».
También en la música hay un cambio. ¿Fue previo al cambio de idioma o justo eso te llevó a evolucionar?
«Es previo y es algo que viene de lejos. El sonido de Desorden es el que tenía en la cabeza cuando empecé este proyecto. Es más fiel a los sonidos que me marcaron durante mi adolescencia y juventud. Al final son dos factores que van en un pack. Desde dentro se me hace difícil evaluar si alguien que escuche la música The Art Of Self Boycott a Desorden le suena al mismo artista o no. Pero para mí surge de la necesidad de evolucionar. Creo que artísticamente estás obligado a no seguir una fórmula. Yo escucho The Art Of Self Boycott o el EP The Day David Bowie Died y me emocionan mucho porque en su día era lo que buscaba. Pero Desorden es una evolución de todo eso, como el siguiente lo será respecto a Desorden«.
Para la producción te has puesto en manos de Santos Berrocal y Fluren Ferrer, que precisamente han trabajado con Love Of Lesbian, Izal o Sidonie. ¿Era importante rodearte de gente con experiencia en ese sonido que buscabas?
«Es curioso, ahora a toro pasado veo que han sido una pata básica para este disco precisamente por esa experiencia. Para mí trabajar con ellos ha sido un máster en muchas cosas, y no sólo en lo artístico, también en lo personal. Ver como a nivel personal afrontan la dinámica del equipo para llegar a un objetivo. Son personas que han generado sonidos que son referentes e influencia. A todo eso se suma que compartimos muchos de los ‘grupos de nuestra vida’, y eso facilita mucho las cosas, porque a la hora de expresar las ideas que van saliendo todo es muy fluido. Es muy difícil hablar de música, pero si acudes a referencias como ‘esa guitarra de Nine Inch Nails del tal tema’, lo facilita mucho. Nos entendimos tanto, que prácticamente no hicimos retoques de la mezcla que hicieron ellos. Desde mi punto de vista ha sido 100% satisfactorio, incluso por encima de mis expectativas».
¿Has grabado con los mismos músicos que te acompañan en directo?
«No. Configuramos el equipo en base al sonido que buscamos entre Santos, Fluren y yo. En el disco están Marcos Ceprián, guitarrista de Obscure, la banda tributo a The Cure, Mikel Irazoki, que ha sido director musical de giras de muy alto nivel, y domina mucho todo lo que son programaciones, y Xavi Molero a la batería».
Lo preguntaba porque a pesar que en 2019 diste más conciertos que nunca, el disco suena más a ti, más que a una actitud colectiva.
«Es exactamente así. Lo bueno de tener un proyecto en el que haces y deshaces de manera autónoma es tener la libertad de hacer avanzar las cosas hacia donde tú crees. En esta etapa quería rodearme de ‘almas de la new wave’, gente que lleva esa música en el ADN. Que no sólo son capaces de tocarla, sino que tocarla es lo que les motiva. Son profesionales, pero en lo emocional, éste es el estilo que les mueve. Entiendo lo que dices porque, habiendo implicado a más gente, lo que hay en mi cabeza es cuando ha tenido más peso que nunca».
«Siempre intento que el protagonismo
lo tengan las canciones, no yo como persona»
DAVID MARTÍNEZ
Desorden tiene más potencial comercial que tus otros discos. Si sonara la flauta y pegaras el pelotazo ¿sería algo que encajarías bien o supondría demasiado ‘desorden’ en tu vida igual hacer una gira de 150 bolos?
«Sería muy bienvenido. Al final, cuando tienes la inquietud de hacer música, poder vivir de ella es algo deseado. Pero también como te dice cualquiera que haya dado el paso de amateur a profesional, la diversión y la espontaneidad de este periodo más autónomo quedan relegadas a facturas, presión y angustia por ver cómo llegas a final de mes. Pero para mí ninguna de las canciones no están planteadas como posibles hits para generar una demanda. Para mí el éxito sería que conectaran con las personas, no las consecuencias del éxito comercial».
¿Tienes madera de estrella? ¿Estarías preparado para ser el centro de atención? Conociéndote un poco, diría que no…
«Yo creo que mi personalidad tiene poco que ver con la madera de estrella. Más bien tengo una tendencia introvertida. Siempre intento que el protagonismo lo tengan las canciones, no yo como persona. Pero muchos artistas que me han influenciado son gente sin una personalidad muy dada al exhibicionismo».
Dame algún ejemplo, porque Robert Smith será introvertido pero lleva unos pelos que todo el mundo lo identifica rápidamente. Se ha convertido en un icono voluntariamente. Y Bunbury, ya ni hablamos.
«(Risas) Igual pensaba más en Ian Curtis».
Pues mira cómo acabó.
«Sí (risas). Igual retiro la referencia. No sé. Yo sé que me siento el tío más afortunado del mundo cuando podemos subir a un escenario siendo nosotros mismos, tocando las canciones que nos representan. En ningún momento me siento estrella, ni tampoco lo busco. Al final, cuando saco un disco mi sensación es que ya he hecho mi trabajo. Luego que pase lo que tenga que pasar, pero mi objetivo es ser feliz creando y compartiendo estas canciones. No es un proyecto que busque el modelo del triunfo».
Para terminar me gustaría saber cuál ha sido la estrofa o la letra que más te ha costado escribir del disco.
«Te diría que en ’14 Segundos’ hay un tramo en medio donde todo es un caos, que ahí salió la pasión de Fluren y mía por Nine Inch Nails, y es la letra que más me costó. Tiene una carga emocional que hasta ahora no había utilizado. Salió en un momento de ira. Antes me costaba mucho pensar que una letra de Sigmund Wilder pudiera ser ofensiva o agresiva, así que me supuso un sobresfuerzo, pero me quedé muy descansado (risas)«.
JORDI MEYA