Al contrario de otros llamados supergrupos que parecen creados por un especialista en marketing desde un despacho, el caso de Fake Names responde más a lo que podríamos describir como un ‘feliz accidente’. Y su primer álbum suena exactamente así.
El reencuentro de dos viejos amigos Brian Baker (Bad Religion, Dag Nasty, Minor Threat) y Michael Hampton (S.O.A., Embrace) y sus ganas de volver a tocar juntos, como cuando los dos iban a la misma escuela, propició que empezaran a tomarse en serio lo de formar una nueva banda. Con la ayuda de Johnny Temple (Girls Against Boys, Soulside) al bajo y del batería Matt Schulz, y el posterior fichaje de Dennis Lyxzén tras verle actuar en el Riot Fest de Chicago con Refused en 2016, la formación de Fake Names ya estaba completada.
Teniendo en cuenta el currículum de sus integrantes, no me hubiera sorprendido que hubieran tirado por un hardcore primitivo al estilo de otro supergrupo de la escena como OFF!, pero lo que ofrecen aquí es más bien un punto de encuentro entre el punk rock y el power pop.
Los sencillos riffs de guitarra se presentan con una distorsión limpia, los tempos no son excesivamente rápidos y Lyxzén apenas grita, pero la banda suena con energía y sin artificios. Podríamos resumirlos como un cruce entre The Damned y Cheap Trick con algo de los Dag Nasty más melódicos. En algunos temas, como ‘Driver’ o ‘Heavy Feather’, también es difícil no acordarse de The (International) Noise Conspiracy, sobre todo por el registro vocal.
Con un planteamiento clásico, en el que las canciones son el principio y el fin de todo, pero sin jugar la carta de la nostalgia, el debut de Fake Names no rompe esquemas, ni aporta nada novedoso, pero escuchar ‘All For Sale’, ‘Brick’ o ‘Lost Cause’ seguro que ayudará a que tu día sea un poquito mejor.
JORDI MEYA