No sabría decir exactamente cuándo ocurrió, pero desde luego hubo un momento durante la pasada década en el que Dave Grohl pasó de ser el-tipo-más-guay-del-rock a el-tio-más-plasta-del-rock. A pesar de que hace ya mucho tiempo que se ganó su lugar en el star system del negocio, la popularidad del líder indiscutible de los Foo Fighters se ha visto aumentada todavía más si cabe en estos últimos diez años.
Por supuesto publicar uno de los discos que generó más consenso entre sus fans como fue Wasting Light ayudó a ello, pero también la constante aparición en documentales tanto propios como ajenos y una obsesión compulsiva por querer estar en todos lados han hecho que la omnipresencia de Grohl se convierta en un arma de doble filo.Si bien antes se podía escudar detrás de ese impresionante arsenal de hits con los que ha construido su carrera, ahora tiene cada vez menos argumentos musicales con los que defender sus últimos trabajos.
Unos álbumes donde parece que lo más importante es vender un concepto (o humo, para ser más claros) antes que entregar buenas canciones. Sonic Highways era más una excusa para vender la serie documental que se realizó para el mismo, mientras que Concrete & Gold nos presentaba a un grupo cada vez más mayor y con menos chispa. La situación idónea para que sus detractores sacaran a pasear los cuchillos.
Medicine At Midnight supone una ligera mejoría respecto a su antecesor, aunque muestra idénticos defectos. Entiendo que Grohl aspire a encontrar una madurez como compositor sobrepasados ya los 50 y vaya en busca de nuevas rutas hacia otros sonidos, pero su talento no da para tanto como él piensa. Tampoco ayuda que haya vuelto a confiar en Greg Kurstin como productor, ya que si bien su labor al frente de estrellas como Adele le avalan, no es alguien que tenga la capacidad de arropar y hacer sonar a una banda de rock en condiciones.
A la vista está en ‘Making A Fire’ (ojo a esos coros femeninos presentes a lo largo de todo el disco), ‘Loves Dies Young’ o ‘Cloudspotter’, donde a pesar de su riff vacilón suenan inofensivos y edulcorados, como si quisieran poner el coche a 130 cuando en realidad llevan el freno de mano puesto. Tampoco son capaces de sacarle jugo a una ‘Waiting On A War’ que repite por enésima vez el truco de arrancar en acústico para terminar a toda pastilla. Algo que ya hemos escuchado en otras ocasiones y mucho mejor ejecutado viniendo de ellos.
Por otro lado, los cortes más diferentes y ambiciosos como ‘Shame Shame’ y ‘Chasing Birds’ se quedan muy lejos de llegar a la línea de meta. Es como si pensasen que por tener un par de ideas distintas a lo habitual ya fuese suficiente, pero necesitan más desarrollo e ingenio para llevarlas a buen puerto. Curiosamente, la tan cacareada influencia del Let’s Dance de David Bowie sólo aparece en ‘Medicine At Midnight’ y resulta ser de lo mejor del lote.
Al final son ‘Holding Poison’ y ‘No Son Of Mine’ las que ayudan a salvar un poco los muebles. Porque por mucho que quieran jugar a otra cosa, es cuando pisan terreno conocido que funcionan mucho mejor. Los Foo Fighters de toda la vida: rápidos, incisivos, melódicos y contundentes. Aquellos que Grohl parece tener cada vez menos presentes.
La parte positiva es que los 36 minutos de Medicine At Midnight se pasan volando, dejando la sensación de que no rozan el desastre pero tampoco que acaben de estar al nivel que se les debe exigir. Y es que tratándose de un personaje acostumbrado a estar en primera plana como Dave Grohl, que sus últimos trabajos provoquen tanta indiferencia es lo peor que le podría ocurrir.
GONZALO PUEBLA
PD: Puedes leer nuestra entrevista con el guitarrista Chris Shiflett en este enlace.