En el último año y medio, poco a poco, pero inexorablemente, todos los miembros de la redacción de RockZone (sólo falta Pau, y está al caer) hemos acabado usando gafas. Será cosa de la edad o de pasar demasiadas horas pegados a una pantalla, o una combinación de las dos cosas, pero a día de hoy, ya no seríamos capaces de hacer la revista sin unas lentes a mano.
Como si fuera un luto, todos hemos pasado por el mismo proceso al encarar nuestra menguante capacidad visual: la negación, la rabia y, finalmente, la aceptación. Todo empieza cuando leyendo un texto, algunas palabras empiezan a emborronarse, lo que te lleva a aumentar el cuerpo de letra, buscar puntos con más luz, extender el brazo, o achinar los ojos para enfocar mejor, utilizando la misma técnica de cuando echaban el porno codificado en Canal+. Naturalmente, es algo que, como las almorranas, se sufre en silencio.
Pero pasados unos meses, la situación se hace insostenible, y un día te atreves a que alguien te preste sus gafas. Y entonces, ¡oh, milagro!, de golpe te das cuenta de que vuelves a verlo todo con claridad. El siguiente paso es ir a la óptica para confirmar aquello que ya sabías: tus ojos ya no son lo que eran. Mi duda es si, nuestros oídos, también habrán entrado en esa fase degenerativa sin darnos cuenta. Leyendo algunas de nuestras reseñas, seguro que algunos lectores así lo creen.