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GHOSTEMANE – ‘ANTI-ICON’

El misterio continúa.

Si algo me quedó claro cuando asistí al concierto de Ghostemane en Barcelona, uno de los últimos a los que fui antes de que nos encerraran en casa, es que no es un artista de mi generación. Llamadme clásico, pero no le pillo el rollo a que un artista vaya interpretando 1 minuto de una canción, para acto seguido parar, y pasar a la siguiente. Y encima haciendo largas pausas cada poco rato.

Para ser un tío joven con ganas de comerse el mundo, su actitud resultó incluso más pasota que la de Marilyn Manson -un artista en el que sin duda se ha fijado para su presentación escénica y, en parte, sonora- en sus peores momentos. Que está muy bien estar de vuelta de todo, pero a veces parece que nos intenten colar como punk lo que es pura desgana.
Y pese a todo, hay algo en el personaje que me atrae. De ahí que cogiera su nuevo álbum con buena predisposición. Pero lejos de resolver dudas, creo que tengo aún más preguntas.

Lo que más me choca es que un artista así de anti-comercial sea tan popular, con millones de seguidores en las redes. Está claro que Eric Whitney (su nombre real) ha sabido construirse un aura atractiva y misteriosa, pero si sólo fuera cuestión de imagen, sus canciones no tendrían millones de reproducciones ¿no?. Y desde luego, nadie podrá acusarle de tener como objetivo facturar hits facilones al estilo de otros artistas de trap.

ANTI-ICON supondrá todo un desafío para quien busque una música de fácil consumo. Más que una colección de canciones, el octavo álbum que el de Florida saca en seis años, te ofrece sensaciones. Como si te metieras en un cuarto subterráneo donde te esperan gamers fumetas, nos encontramos con el hip hop oscuro de ‘Vagabond’, mientras que los sonidos industriales afloran en ‘Hydrocloride’, que recuerda a Nine Inch Nails (o Code Orange cuando quieren sonar como NIN), o ‘Anti-Social Masochistic Rage’, en la que aparece su admiración por Manson (el título ya es una pista).

En cambio en ‘Hellrap’ suena como unos Cypress Hill diabólicos y en ‘Melanchoholic’ nos sumerge en un pozo lleno de angustia. En ‘Calamity’, los momentos de calma se suceden con ataques de ruido, para que te sea imposible relajarte, sin embargo, con la acústica ‘Falling Down’ parece que quiera despedirse recordándonos que, pese a todo, sigue siendo humano. Y aún así, el misterio continúa. Aunque sospecho que a Ghostemane no hay que entenderlo, sino simplemente sentirlo.

JORDI MEYA