Cuando se anunció el pasado mes de septiembre el lanzamiento de Father Of All Motherfuckers, Green Day provocaron un auténtico mind blowing entre todos sus fans. Por varios motivos: primero porque su decimotercer álbum de estudio apenas duraría 26 minutos. Segundo porque el single homónimo de adelanto sonaba a cualquier cosa menos a Green Day, con un Billie Joe Armstrong usando un registro en falsete que le hacía casi irreconocible. Para remate, el título resultaba difícil de comercializar en los medios sin ser censurado, por no hablar de esa terrible portada auto parodiando American Idiot.
Mucho se ha hablado de que podría tratarse de una jugada para cumplir su última entrega contractual con Warner (multinacional en la que llevan desarrollando prácticamente casi toda su carrera desde que dieran el pelotazo con Dookie en 1994), quedando así libres para poder operar con total libertad de movimientos. Incluso se llegó a rumorear que la banda ya tendría otro trabajo preparado para este año titulado Magnum Opus Of Inglorious Kind (que finalmente ha quedado demostrado ser una broma viral perpetrada por el grupo canadiense Panicland).
Pero si Father Of All Motherfuckers tiene la única función de librarse del contrato de su discográfica, al menos lo disimula muy bien. Al contrario de lo que pudiera parecer, no estamos ante una obra hecha con desgana y una producción de tres al cuarto. Precisamente, la elección de Butch Walker (Weezer, Taylor Swift) como responsable de los controles seguramente ha tenido mucho que ver con la intención del trío de querer hacer un disco sencillo, directo y, sobre todo, divertido.
Porque si algo transmiten estos diez temas que pasan en apenas un suspiro, es que Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool se lo han pasado en grande grabándolos, sin la presión de tener que escribir otra ópera rock o la enésima canción protesta contra el gobierno estadounidense. Esta vez se han centrado en dar rienda suelta a su amor por el rock and roll clásico (‘Stab You In The Heart’), el garage (‘Fire, Ready, Aim’) y el pop de los 60 (‘Meet Me On The Roof’). Influencias que siempre han dejado entrever de manera puntual, como en su proyecto Foxboro Hot Tubs, pero que nunca antes habían expuesto de un modo tan claro en un álbum propio.
Si tuviera que destacar mis dos momentos favoritos, sin duda serían ‘I Was A Teenage Teenager’, una triunfal pieza de ensoñador glam rock, y la final ‘Graffitia’, donde se vuelven a disfrazar durante tres minutos de The Who, una de sus bandas favoritas. Y es que por extraño que parezca, a día de hoy Green Day suenan más convincentes y frescos cuando se les pira la pinza y van a su bola que cuando pretenden ponerse serios.
GONZALO PUEBLA