Ahora que la razón de ser de la etiqueta “indie” ha quedado completamente distorsionada, es un gusto encontrarse con grupos que todavía le den sentido al término en todas sus acepciones. Aunque ni a ellos mismos parezca importarles.
Seguramente que a Havalina no les quite el sueño ni les preocupe el encajar o no dentro de ese cajón de sastre cada vez más carente de significado. Ni aparecer en el circuito de festivales clónicos que pueblan nuestra geografía un verano si y al otro también. Ni tan siquiera complacer a los fieles que siguen cada uno de sus pasos desde hace años ofreciendo una idea preconcebida que se tenga de ellos. Los madrileños llevan ya demasiado tiempo funcionando de forma autónoma sin preocuparse por modas, tendencias o expectativas ajenas que no sean las suyas propias.
Es algo que no ha cambiado en los seis largos años de silencio discográfico que separan Muerdesombra de este esperado regreso. Un periodo en el que la formación ha pasado de trío a cuarteto con la reincorporación de Ignacio Celma y, tras la salida de Jaime Olmedo, volviendo a la alineación clásica de títulos tan celebrados como H o Las Hojas Secas, del que conmemoraron su décimo aniversario interpretándolo íntegramente sobre los escenarios como precalentamiento a esta nueva etapa.
Eso sí, quién albergase esperanzas sobre una vuelta al sonido de aquellos álbumes se llevará una sorpresa al escuchar el contenido de Maquinaria. Lejos de mirar atrás, Manuel Cabezalí y los suyos han optado por reiniciar justo dónde lo dejaron en su última obra y avanzar varios pasos más allá. Estamos ante un disco valiente, que mira hacía adelante. Concretamente hacia un futuro de tintes ficticios que cada día lo son menos.
Y es que el imaginario que evocan Havalina en este álbum nos hace pensar en referentes como Blade Runner, Matrix o Westworld a través de unas letras que afrontan el concepto de las maquinas como entes con vida propia. Ya sea desde el punto de vista sexual (‘Robótica’), religioso (‘Himno n.º 9’), o simplemente como metáfora de un sistema que nos tiene controlados a golpe de click (‘Maquinaria’). El planteamiento es amplio, pero todas las piezas acaban casando.
En lo musical, se recupera la rotunda ferocidad de los riffs marca de la casa en ‘Maquinaria’ y ‘Actitud’, mucho mejor insertados dentro de esa senda a explorar en la que otros elementos han ido ganando peso. Los sintetizadores siguen disfrutando de una privilegiada parcela en cortes como ‘Circuito Cerrado’, dejando aflorar su faceta más pop, o el post punk futurista de ‘Salmo Destrucción’. Nombres como los de New Order o Depeche Mode pueden venirse a la cabeza al escuchar esa elegante ‘Deconstrucción’ en la que guitarras y teclados se confunden como si de un truco de magia se tratara.
Lejos de quedarse ahí, el segundo tramo arriesga todavía más. ‘Arsenal’ nos trae ecos de trip hop, mientras que en ‘La Rueda’ se acercan a los Radiohead más minimalistas e inquietantes. La experimentación prosigue en la sorprendente ‘Himno nº 9’, con una primera mitad en forma de oración cubierta por luces de neón dando paso a un final industrial que es puro Nine Inch Nails. Igual de desconcertante es ‘La Palabra’ con la aparición de la voz de Nieves Lázaro, repleta de detalles electrónicos que anuncian la superioridad de las máquinas, aún permitiendo el cierre a un corte más orgánico y menos sintético como es ‘Naciente’ con unos crepusculares arreglos de cuerda y piano.
Maquinaria nos trae una versión expandida y mejorada de los Havalina que conocíamos. Ni la más avanzada de las IAs hubiera imaginado un retorno tan brillante.
GONZALO PUEBLA