Tengo la suerte, el privilegio y la desgracia de ser fan de Hotel Valmont. La suerte de poder disfrutar a tope de cada trabajo suyo, el privilegio porque somos pocos los que seguimos a la banda madrileña y la desgracia porque asumimos cada zancadilla, cada vicisitud y cada revés como si fueran propios.
Nueve años después del extraordinario Señales, Manuel y Beto (cómplices de nuevo) han sacado adelante este disco intencionadamente homónimo. Y no lo han hecho solos, están mejor acompañados que nunca, tanto en la sección rítmica por Roberto y J.G, como en la producción por Santiago Ruiz, y es que amics, el CD suena como un cañón.
Los diez cortes suenan a Hotel Valmont por todos lados, a ese cruce imposible entre Mike Ness y Antonio Vega. Porque es imposible sonar tan americano y madrileño a la vez, es imposible sonar a Mellencamp y a Ramoncín a la vez si no has nacido donde has nacido y has mamado lo que has mamado.
‘La Mentira’ es el inicio perfecto, las guitarras crujen como las del Neil Young noventero y Manuel desnuda su alma en cada estrofa. ‘Oxidado’, ‘Los Muertos Vivientes’ o ‘Dos Rombos’ son tres trallazos de rock con mayúsculas que deberían reinar en sus próximos bolos, temas con rabia, crudeza y clase, tres palabras presentes en todo el álbum.
Pero donde se muestran imbatibles es en la contención, en los temas que expresan el paso del tiempo y los recuerdos del pasado. El hastío con lo nuevo y el miedo al futuro.
‘Robot’, ‘Amapolas’ y la maravillosa ‘Marrakech’ conforman una trilogía que puede definirse como el legado de la banda. Beto nunca ha sonado tan bien y al servicio de la canción como aquí, y Manu toca techo como letrista en este terreno de la nostalgia que le es tan cercano.
Hotel Valmont suena a victoria pero también suena a epílogo. Al canto del cisne de una banda que nos hizo felices a unos pocos, posiblemente más que a ellos mismos. Espero que siga el viaje, allí estaremos.
LLUÍS PUEBLA