Han pasado unos diez años desde la primera vez que se oyó hablar del “proyecto black metal” o “proyecto de metal extremo” de Matt K. Heafy de Trivium. Ha sido un parto largo y complicado pero la pandemia consiguió materializar lo que parecía imposible, cuadrar las agendas de Heafy e Ihsahn de Emperor y materializarse como Ibaraki.
Desde hace unos meses podemos disfrutar de Rashomon, el debut de este proyecto paralelo donde el líder de Trivium nos deleita con un sonido más próximo al avantgarde en el que cabe desde black metal a pasajes sinfónicos, abrazando cierto barroquismo en sus composiciones. La sensación es que no se ha cortado un pelo a hacer lo que le viniera en gana. Todo ello amenizado con una lírica basada en la mitología y tradición niponas mezcladas con vivencias personales. Un curioso cóctel.
Para confeccionarlo se rodeó de amigos (y compañeros de su banda matriz) y, especialmente, del que fue uno de los compositores más influyentes de la segunda oleada de black metal, Ihsahn -que ejerce de productor y participa en uno de los temas (al menos de manera oficial en los créditos, y ha sido artífice y mentor de este proyecto)- actualmente más proclive a los sonidos progresivos y experimentales, dejando en la lejanía la rabia y nihilismo de Emperor.
‘Hakanaki Hitsuzen’, de notas circenses, te da la bienvenida al disco. ‘Kagutsuchi’, igual que ‘Ibaraki-Dōji’, te pone en situación rápidamente: speedica, con notas de guitarras acústicas, estribillo sinfónico y voces limpias. Una tormenta perfecta comandada por la guitarra de Heafy. Está claro desde el principio que no se deja nada en el tintero y es una buena carta de presentación que, dicho sea de paso, no defrauda (en mi cabeza imaginaba que la cosa ya sonaba así).
‘Jigoku Dayū’ con inicio de guitarra acústica en forma de medio tiempo y Matt cantando delicadamente, se transforma en un sinfín de escalas a la guitarra y velocidad criminal. La potencia de ‘Tamashii No Houkai’, las acertadas -por diferentes- colaboraciones de Gerard Way de My Chemical Romance en ‘Rōnin’ y Nergal de Behemoth en ‘Akumu’ le añaden sus respectivas personalidades sobre la complejidad de las composiciones.
El plato fuerte definitivo, la épica casi operística ‘Susanoo No Mikoto’ con fragmentos en japonés y noruego y participación activa del incombustible Ihshan. ‘Kaizoku’, de nuevo, de aires circenses, cierra el álbum.
En conclusión, un gran álbum en el que Matt se ha vaciado y dado rienda suelta a todo su arsenal, con Ihsahn de cómplice necesario. Un tour de force creativo y experimental que no puede dejarte indiferente y que disfrutarás durante su hora de duración, a pesar que en ocasiones el barroquismo y lo sinfónico de las composiciones, te puedan saturar y hacerte pensar que es repetitivo. Es una perogrullada, pero obviamente no es un trabajo de digestión fácil.
Es un álbum para disfrutar tras muchas escuchas y sorprenderte de los pequeños detalles cada vez que lo pones. Toma asiento, sírvete una copa de vino y pon el volumen al 11… centra los cinco sentidos en lo que sale de tus altavoces; lo demás déjalo en manos de Heafy y su Rashomon.
JOAN CALDERON