Hace algo más de un año, cuando se anunció que Martin Scorsese estaría detrás de la producción de una historia callejera y setentas sobre los orígenes del eterno villano de la ciudad de Gotham, la noticia caló en los aficionados a los cómics, pero sobre todo caló hondo en los aficionados “al cine”.
Automáticamente Joker se había convertido en el Taxi Driver que el siglo XXI estaba esperando y, por qué no, necesitando.
Con el paso del tiempo, Scorsese no pudo ejercer como productor ejecutivo, pero es sin duda una de las fuentes de inspiración de la historia de Todd Phillips y Scott Silver. Gotham luce con tonos de aquella época, y está llena de callejones peligrosos y suciedad. Y ya.
Joaquin Phoenix está realmente bien, cómodo y en su salsa. Las tomas de Gotham (repito, Gotham, no confundir con Nueva York) a plena luz del día son para enmarcar y como digo más arriba, la ambientación musical de Hildur Gudnadottir suena grave y la fotografía de Lawrence Sher luce fría, tosca, áspera. Ideal.
Y ahí tienes los valores de Joker, una película más preocupada por molar, por ser cool, por dejar un postercito para la mesilla de noche en cada plano que por profundizar en la mente de un ser humano roto por fuera y por dentro, por muchos bailes que se marque su protagonista. O precisamente por eso. Nunca lo sabremos. Lo que ya podemos dar por sabido es que la gente con esos problemas nunca deja de bailar.
Por supuesto que es una película formalmente destacable, pero como relato del resquebrajamiento de la psique humana es tan profundo como podía ser la tierna Una Pandilla De Lunáticos, película de hace treinta años que posiblemente no hayas visto y que, atención, protagonizaba Batman.
La publicidad que podía haber hecho el nombre de Scorsese ha sido sustituida por una ridícula polémica, y ya sabemos que no existe mejor publicidad.
MIGUEL BAIN