Y llegó el día. Alguna vez tenía que ocurrir. No era normal que King Gizzard & The Lizard Wizard estuvieran encadenando un disco notable (cuando no sobresaliente) detrás de otro con la misma naturalidad con la que uno acude al excusado a sofocar la llamada de la naturaleza. Empezábamos a dudarlo, pero los australianos también son humanos y pueden errar el tiro de vez en cuando.
Habiendo completado su primer disco doble el pasado mes de febrero con L.W. (su primera mitad, K.G., apareció en diciembre de 2020), el conjunto australiano se dispone a continuar su planificación de 2021 en la que tienen previstos otros dos nuevos álbumes más. Una minucia comparado con lo que lograron en la campaña de 2017 con hasta cinco plásticos publicados.
El siguiente, Butterfly 3000, ha sorprendido por el hecho de que esta vez el grupo ha optado por no hacer ningún tipo de campaña previa a su lanzamiento. Ni ha habido singles de adelanto, ni videoclips (aunque está previsto que vayan sacando uno para cada canción durante las próximas semanas), ni se presentó la portada y el tracklist correspondiente hasta el día de su lanzamiento. Únicamente se advirtió de que sería muy melódico, psicodélico y completamente distinto a todo lo habían mostrado hasta la fecha.
Y desde luego no se puede negar que llevaran razón. Si algo hay que reconocerle al decimoctavo LP del Rey Molleja Y El Mago Lagarto es que vuelve a sorprender por caminos inexplorados tras revisitar con acierto la música microtonal. Pero no por ser más innovador eso significa que el resultado esté a la altura de lo que nos tienen acostumbrados.
Butterfly 3000 se descubre como la obra más accesible y cercana al pop hasta la fecha de los chicos de Stu McKenzie, dibujando un paisaje lleno de sonidos alegres y coloridos mediante algunas de las melodías más descaradamente pegajosas que nunca les hayamos escuchado. Ya habían probado suerte en experimentos como ‘Cyboogie’, ‘Intrasport’ o ‘If Not Now, Then When?’. Pero esto va mucho más allá.
‘Yours’ y ‘Shangai’ resultan agradables como primera toma de contacto, colando interesantes arreglos acústicos que aportan cierto contraste entre tantos filtros y teclados. Pero a la que llega ‘Dreams’ uno ya comienza a sentirse empachado entre tanto algodón de azúcar. Podrías imaginártela sonando en la típica escena de un karaoke nipón a las 4 de la madrugada hasta las cejas de LSD. Las ganas de salir vomitando arcoíris multicolores son muy grandes. Palabra.
En esa misma línea sonrojante estarían ‘2.02 Killer Year’, que huele a triunfo absoluto en cualquier festival indie que se precie donde el personal acude con coronas de flores, ‘Catching Smoke’ o una ‘Ya Love’ que contiene uno de los peores estribillos de su catálogo. Apenas ‘Interior People’ y ‘Black Hot Soup’ mantienen un poco la compostura en esta celebración desacomplejada del petardeo. Tiene mérito que hayan sido capaces de desarrollar otros sonidos a añadir a su extensa paleta, pero de todos los registros que son capaces de manejar, desde luego este no figura entre sus puntos fuertes.
El álbum que todos los haters de King Gizzard & The Lizard Wizard estaban esperando ya está aquí. ¿La buena noticia? Que los caminos del Gizzverse son inescrutables y seguramente en un par de meses los más fanáticos tendremos otra oportunidad de quitarnos el mal sabor de boca.
GONZALO PUEBLA