Se hacía raro que en un año en el que la gran mayoría de grupos han aprovechado la situación para ponerse a componer a destajo, unos tíos tan prolíficos como King Gizzard & The Lizard Wizard aún no hubieran movido ficha. Fieles a la cita, los australianos han conseguido sorprender una vez más.
Y eso que sobre el papel K.G. podría parecer un lanzamiento menor. Amén de la reciente salida amistosa de su batería y manager Eric Moore, algunas de estas nuevas canciones ya aparecían en el reciente recopilatorio de demos que publicaron un par de meses atrás. Por otro lado, en lugar de perseguir nuevos horizontes estilísticos, este nuevo trabajo de estudio supone por primera vez en su trayectoria un retorno a las sonoridades ya exploradas en el destacable Flying Microtonal Banana (no en vano viene acompañado del subtítulo Explorations Into Microtonal Tuning, Volume 2). Y porque no decirlo; que King Gizzard saquen tan solo un álbum en un año ya nos sabe hasta poco.
Pero lejos de evidenciar una carencia de ideas, la tropa liderada por Stu Mackenzie demuestra por enésima vez porque son una de las bandas más incomparables del panorama actual. Sí, puede que hayan dado un par de pasos hacia atrás recuperando las guitarras microtonales, un recurso que ya habían explotado con éxito hace un par de temporadas. Pero es que ahora han sido capaces de coger esos mismos elementos y llevarlos aún más lejos.
Que hayan decidido titularlo con sus propias siglas no es una mera casualidad, ya que a pesar del patente eclecticismo que recoge su catálogo discográfico, K.G. sintetiza buena parte de sus mejores cualidades. Aunque sea por un instante, han dejado aparcados los escarceos con el jazz, el folk-blues o el thrash metal, para recuperar su faceta más psicodélica. Si eres de los que tiene entre sus favoritos el citado Flying Microtonal Banana o Polygondwanaland, seguro que acabarás rindiéndote al ritmo abrasador de ‘Automation’ y ‘Some Of Us’ o a la lisergia seductora de ‘Straws In The Wind’ con el teclista Ambrose Kenny-Smith tomando las rienda como frontman.
Si en su primera mitad se muestran intratables, en el segundo acto vuelven a evidenciar que su imaginación es inagotable. Recogiendo influencias de la música tradicional asiática y africana más cercanas a occidente, nos proponen subirnos a una alfombra mágica en ‘Ontology’ y ‘Oddlife’. Un viaje fascinante repleto de curvas, subidas y bajadas con parada en la discoquetera ‘Intrasport’ (todo un hit para animar las pistas de baile), al mismo tiempo que nos permiten tomar aire con la sensibilidad acústica de ‘Honey’ antes de despertar del sueño e invocar a los Black Sabbath más cavernosos en ‘The Hungry Wolf Of Fate’.
Señores, estamos ante el decimosexto álbum de esta gente en ocho años y lejos de mostrar signos de agotamiento continúan sonando tan frescos como el día que les descubrimos. Ni hype ni leches. Algún día miraremos atrás y hablaremos de King Gizzard & The Lizard Wizard como un grupo que marcó una época. El tiempo les pondrá en su lugar. Mientras tanto, el Gizzverso sigue expandiendo sus límites.
GONZALO PUEBLA