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KORN – ‘Requiem’

Jonathan Davis toma las riendas en su disco más melódico.

Crítica del disco 'Requiem' de Korn

Aunque el sonido Korn está definido por esos riffs de afinaciones graves y el groove machacón de su base rítmica, a casi nadie se le escapa que es Jonathan Davis, el único no instrumentista de la banda, quien realmente controla el rumbo de la nave.

Como ya es conocido, su proceso creativo pasa porque sus compañeros graben toda la música primero, y luego él añada sus voces. Eso le otorga un gran poder, dado que aunque trabaje sobre un lienzo, normalmente tirando a oscuro, con sus interpretaciones puede acentuar ese tono o aportar trazos más claros. Es algo que ya comprobamos en su anterior, The Nothing, un álbum que pese a sus letras agónicas, sorprendía por su gran carga melódica. Imaginemos ahora lo que podría hacer un Davis más optimista y con todo el tiempo del mundo sin obligaciones en la carretera por culpa de la pandemia… La respuesta la tenemos en Requiem.

A pesar del título, su decimocuarto disco no es una misa para difuntos, sino más bien la celebración de una nueva vida. «Puedo borrarlo todo, los sentimientos rompen el dolor, y empieza la curación», canta en ‘Start The Healing’. Y si bien en otros pasajes no parece que Davis haya superado del todo las muertes de su mujer y su esposa que marcaron su último disco y tenga miedo de volver a caer en el agujero, como mínimo parece que lo intente. Viniendo con alguien con tendencia a recrearse en sus miserias, ya es mucho.

Todo esto se plasma en el que es posiblemente el trabajo más conciso y accesible de su carrera. Con solo nueve temas en 32 minutos de duración, evita que esa sensación de que hayan estirado el chicle más de lo que debían, y todos ellos vienen cargados de melodías que enganchan sin caer en el pasteleo. Si le añadimos que el productor de Chris Collier deja la voz siempre en primer plano, concluiremos que la banda ha premiado la ligereza por encima de la pesadez.

Este enfoque queda representado desde el primer tema, ‘Forgotten’, en la que el ataque inicial con un riff que, una vez más, parece inspirado en los Sepultura de Roots, da paso a unas estrofas y un estribillo que alterna gritos con melodías. Esta misma fórmula prácticamente se repite en todas las canciones, con algunas pequeñas variaciones, pero funciona gracias a la dinámica de la producción y la inspiración de Davis para ir creando hooks mediante capas vocales que te atrapan como los de ‘Let The Dark Do The Rest’, con un toque algo gótico, o ‘Penance To Sorrow’ en contraste con algunas guturales en ‘Hopeless And Beaten’ o ese característico balbuceo raspado de la final ‘Worst Is On Its Way’.

Pese a la efectividad del conjunto y que, cuando se ponen, su muro sónico sigue resultando abrumador, lo único que da miedo es que si siguen decantándose por este camino, en dos o tres álbumes acaben sonando como Breaking Benjamin o Chevelle. Y nadie quiere eso de Korn.

JORDI MEYA