En su primer disco para una multinacional, Kurt Vile suena de todo menos como un hombre preocupado ante las posibles expectativas comerciales que unos ejecutivos hayan tenido al ficharle. Al contrario, (watch my moves) transmite en todo momento que el ex War On Drugs se toma la vida con una envidiable calma interior.
Más que canciones, lo que nos ofrece el de Filadelfia es una banda sonora para esos días en los que disfrutas sin hacer nada, y no te sientes culpable por ello. Con ese deje holgazán que recuerda a ratos Stephen Malkmus, Beck, J Mascis o Lou Reed, Vile nos va relatando su día a día con observaciones mundanas que encuentran elementos poéticos en objetos cotidianos. “That teapot sings in a beautiful falsetto”, canta en ‘Chazzy Don’t Mind’. Ojalá los porros me sentaran tan bien como a él.
Sin ninguna prisa, Vile y una selección de músicos variados estiran algunas canciones hasta los cinco, seis, siete minutos, como si no fueran conscientes que están grabando el disco, sin que haya realmente un motivo que lo justifique. Pero lejos de hacerse cansinas o tediosas, consiguen embriagarte de ese aire doméstico y relajado que persigue. Sus exquisitos y juguetones solos de guitarra, se deslizan sobre las guitarras acústicas y una base rítmica que simplemente marca el pulso, como si fueran gotas de lluvia en las plantas del jardín tras una tormenta primaveral.
En un álbum, en el que ninguna canción tiene voluntad de sobresalir del resto, destaca una maravillosa versión de ‘Wages Of Sin’ de Bruce Springsteen, un oscuro outtake de 1982 que formó parte del boxset Tracks, que consigue arrastrar hasta sus propias coordenadas, sin alejarse demasiado de la original. En el precioso tema final ‘Stuffed Leopard’ hace otro guiño al de New Jersey citando ‘Candy’s Room’. Pero está claro que Kurt Vile no aspira a llenar estadios o convertirse en un icono de la música americana, sino más bien a que le dejen tranquilo para seguir grabando discos tan bonitos como este.
JORDI MEYA