‘Vivo demasiado rápido para morir joven’ nos dice Michael Monroe en el título de su último álbum. Sinceramente, no se nos ocurre mejor apelativo para definir la vida y milagros de tan carismático personaje.
Superviviente de mil batallas, nuestro protagonista ha alcanzado ya las seis décadas de vida y lo ha hecho en perfectas condiciones, con la misma actitud suicida, las mismas ganas de seguir molestando a todo Dios y, lo que es mejor, conservando el talento y las facultades intactas para seguir facturando discos vibrantes.
Escuchando ‘Murder The Summer Of Love’, el tema que abre de manera majestuosa su nueva obra, uno piensa que parece imposible que a Monroe se le agote ese entusiasmo casi adolescente que impregna en cada frase, cada estrofa, cada estribillo.
Sam Yaffa, su eterno compinche desde los lejanos días de Hanoi Rocks y bajista de la banda desde hace ya un tiempo, comentaba que es imposible no sentirse en lo más alto de la cima trabajando con Monroe porque contagia su energía a todo aquel que le rodea. Está en un momento dulce a nivel personal y profesional y eso se nota en cada puta nota que se escucha en el álbum.
Musicalmente, tener un par de socios como Steve Conte y Rich Jones es un auténtico lujo. El primero aporta además de su imponente presencia, ese toque arrogante que solo su Les Paul puede imprimir. Escuchando su guitarra en ‘I Live Too Fast To Die Young!’ o ‘Young Drunks & Old Alcoholics’ casi vuelves a los años de Demolition 23 con aquellos riffs cargados de mugre callejera y melodías de ensueño. Rich Jones quizás no posea tantísimo carisma, pero Monroe se ha apoyado en su talento a la hora de componer y suyos son algunos de los mejores momentos del disco.
Especial atención deberíamos poner además del ya citado tema de apertura, en esa joyita de oscura textura titulada ‘Derelict Palace’, donde la banda se mete en los terrenos del post punk con una elegancia excepcional. En otras como ‘All Fighter’ o ‘Pagan Prayer’ tocan como si su vida dependiera de ello, hard punk escupido con toda la rabia y la mala leche de unos veinteañeros.
Desde Sensory Overdrive de 2011, Monroe ha sido constante, coherente y tremendamente efectivo en su carrera en solitario. Ha ido facturando trabajos siempre precisos ofreciéndonos entre medias alguna que otra joya incontestable (Horns And Halos de 2013 rayaba a gran altura) y I Live Too Fast To Die Young! sigue esa línea de incorrupta calidad donde nadie, absolutamente nadie se puede sentir decepcionado.
Si encima le sirve de excusa para lanzarse de nuevo a los escenarios, la felicidad ya es completa porque ahí, Monroe es absolutamente imbatible. Corran a por su copia, es lo mínimo que se merece esta leyenda viva.
ANDRÉS MARTÍNEZ