No hay descanso para Ethan Hunt, un tipo que ha estado muerto dos veces en la ficción y que en la vida real está al borde de fallecer cada dos secuencias.
El juguete de Tom Cruise, el vehículo que creó hace casi un cuarto de siglo como pasatiempo de verano a la par que cine de primera, que para eso reclutó a Brian De Palma, llega a su sexta entrega con algo que parecía más imposible que cualquier misión: mejorar con cada entrega.
Olvidada ya en las arenas del tiempo (y de la climática playa) aquella esperpéntica (y entrañable) aventura a las órdenes de John Woo, la franquicia resucitó gracias a la llegada de un nuevo productor, J. J. Abrams, y a un acelerón al que aportaron lo suyo el propio Abrams, Brad Bird y el nuevo señor de la saga, Christopher McQuarrie, probablemente el único miembro de la franquicia que disfruta tanto o más que Mr. Cruise con este tipo de proezas físicas y cinematográficas.
McQuarrie, un tipo de trayectoria bastante peculiar, ganó un Oscar con Sospechosos Habituales el año que se estrenaba la primera misión, pero no fue hasta 2008 que se formó el triángulo que une pasado (Bryan Singer) con futuro (Cruise) en Valkiria. Tras un primer acercamiento con Jack Reacher y una ayudita en la fabulosa Al Filo Del Mañana, estrella y director se citarían más adelante en la ya indispensable Nación Secreta.
Así llegamos a la primera ‘secuela’, la primera película donde repite un director y la primera entrega en sobrepasar los 132 minutos. Pero ojo, esto no es Quantum Of Solace: aquí cada minuto, cada segundo, está diseñado para dejarte con la boca abierta. Cada punchline, cada giro, cada secuencia de acción o transición, se condensan en un cuerpo único y adrenalínico.
Para compensar esa repetición autoral, McQuarrie cambia de director de fotografía, prescindiendo de Robert Elswit, uno de los mejores del mundo, por Rob Hardy, un fotógrafo mucho más radical que presenta su trabajo más espectacular y comedido. El resultado es la mejor película del verano… ¿Y de nuestra vida?
KIKO VEGA