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MY DYING BRIDE – ‘A Mortal Binding’

Entre lo más granado que hayan publicado en este siglo.

No me he sentido muy cómodo durante este pasado lustro de My Dying Bride. Aunque la calidad del combo de Halifax sigue siendo algo que no se discute, un dogma al que aferrarse bastante más sólido que cualquier promesa de vida tras la muerte, había algo en sus últimos movimientos de estudio que no me acababa de convencer. Lo vivía en silencio, casi con vergüenza, aunque escuchando A Mortal Binding he podido identificar perfectamente qué ocurría.

En su nuevo álbum My Dying Bride vuelven sin reparos al death doom pretérito y se dejan de sonoridades vaporosas y tanta pausa contemplativa. La sorpresa que os vais a llevar con ‘Her Dominion’ y la rabia con la que Aaron Stainthorpe escupe sus letras…

‘Thornwyck Hymn’ es exactamente lo que buscas en esta leyenda del doom inglés. Aaron manda y vuelve a ponerte la piel de gallina. Voz limpia, dolor, y cómo no, aparición estelar del violín de Shaun MacGowan. El violín de siempre. Ese puto violín. Canción ejemplar también en el cierre. La emotividad no nos deja en ‘The 2nd Of Three Bells’, más bien al contrario…

Los británicos, máxima expresión de todo aquello que pueda identificarse como señorial, se visten de gala para devorarnos el alma y demostrar que de viejos, nada. Las guitarras de Andrew Craighan y Neil Blanchett dominan ‘Unthroned Creed’, y ésta seguramente sea la mayor virtud de su decimoquinto largo. La mordiente que éstas presentan, las ganas de My Dying Bride de volver a ser una banda heavy de veras.

El hecho de que ‘The Apocalyptist’ sea el corte más largo de la obra, con sus más de 11 minutos, y que ésta no se ande por las ramas con esos riffs incisivos y el vocalista recurriendo de nuevo al gutural, secunda esta idea. Dan Mullins, selecto, se regala tras los parches en su estallido, Lena Abé acaba de sellarnos la tumba cuando se queda sola al bajo, y el resto ya sólo es gozo. Rediós, están inspirados. Si la canción durara cuatro meses, no te moverías del sillón.

‘A Starving Heart’ es la enésima prueba de que seguramente no exista, haya existido, ni existirá una formación más elegante que My Dying Bride. Terrible y descorazonadora preciosidad melancólica. La sencillez, la lágrima, la sinceridad, el sumo respeto al arte… todo ello en un grupo sin rival.

‘Crushed Embers’ debía ser el final del álbum. No cabía otra alternativa. Ni ellos lo habrían soportado, ni tampoco nosotros. Invocan a la humanidad, a la perdición, y así nos abandonan.

En un mundo taimado ahogado por el plástico y los genocidios, en el que el romanticismo, la nobleza y la trascendencia han pasado a la historia, su tragedia griega cobra pleno sentido. Sin duda, entre lo más granado que hayan publicado en este siglo.

PAU NAVARRA