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NEIL YOUNG & CRAZY HORSE – ‘Barn’

El canadiense se niega a quitar el pie del acelerador.

Al contrario de otros artistas veteranos que espacian cada vez más los lanzamientos de nuevos trabajos, Neil Young sigue decidido a aprovechar todo el tiempo que le quede por delante. Con la excepción de Bob Dylan, me costaría encontrar ahora mismo un ejemplo similar de alguien con más de seis décadas de trayectoria que se esté preocupando tanto en la recta final de su carrera por el legado que va a dejar.

Crítica del disco 'Barn' de Neil Young & Crazy HorseA la inagotable serie Archives, de la cual no paran de aparecer continuamente bootlegs y grabaciones inéditas (algunas de las que ni el propio Neil recordaba haber realizado), hay que sumar su constancia a la hora de seguir creando nueva música. Con la mirada puesta en el futuro inmediato, sí, pero también con el interés en desempolvar tesoros ocultos del pasado.

Lo mejor de todo es que el canadiense todavía es capaz de facturar discos que estén a la altura de su leyenda. Y Barn no es una excepción. Fiel a su espíritu hippie y ecologista, el cuadragésimo primer álbum del canadiense fue grabado el pasado junio en un granero reconstruido en las montañas de Colorado. Si a eso sumamos que Crazy Horse se apuntaron a la fiesta, tenemos un obra que es puro Neil Young.

Aun así, sorprende que la apertura corra a cargo de un corte acústico como ‘Song Of The Seasons’ en el que la armónica de Young y el acordeón de Nils Lofgren caminan de la mano. Igual de recogidas son ‘Don’t Forget Love’ y ‘They Might Be Lost’, un sobrecogedor relato de lo que podría ser un accidente de tráfico desde el punto de vista de alguien que aguarda preocupado una llegada que nunca sucede. También contenidos son los ocho minutos de la hipnótica ‘Welcome Back’, donde apreciamos a un Caballo Loco electrizante sin necesidad de galopar.

A pesar del tono más relajado, la balanza se acaba nivelando con ‘Heading West’ y sobre todo en ‘Canerican’ y ‘Human Race’, furiosos alegatos llenos de distorsión que nuestro hombre aprovecha para poner una vez más sobre la mesa su malestar por el cambio climático y una humanidad despreocupada en dejarle un mundo mejor a los jóvenes. La sempiterna base rítmica formada por Billy Talbot y Ralph Molina continua férrea a las ordenes exceptuando alguna entrada en falso como sucede en la cabaretera ‘Change Ain’t Never Gonna’. Ya se sabe que al cantautor de Ontario no le preocupa tanto la interpretación como el capturar el sentimiento de una canción en pocas tomas. Y aquí vuelve a cumplir con ese mandamiento que es religión en su libro de estilo.

Con 76 primaveras recién cumplidas, Young se niega a quitar el pie del acelerador. Mostrando semejante estado de inspiración a estas alturas, es complicado llevarle la contraria, pues muy pocos son capaces de envejecer con semejante dignidad. Y es que como suele decir un buen colega: «Yo de joven quiero ser como Neil Young». Razón no le falta.

GONZALO PUEBLA