A estas alturas del partido nadie se atreve a cuestionar la relevancia de una figura como la de Nick Cave. No es para menos. Durante más de cuatro décadas se ha ganado el aura de artista prácticamente infalible por razones propias y de mucho peso. Tanto que la publicación de un nuevo trabajo bajo su firma puede llegar considerarse poco menos que todo un acontecimiento entre sus fieles.
Wild God, decimoctava obra de estudio en su cuenta, viene precedida por aquella trilogía (tan fantástica como trágica por las circunstancias que la rodearon debido al accidente mortal que sufrió su hijo Arthur en 2015) que nos entregó durante la pasada década. Push The Sky Away, Skeleton Tree y Ghosteen eran trabajos rupturistas, que ahondaban en la vertiente más íntima, tenebrosa y mística que Cave hubiera facturado a lo largo de su dilatada trayectoria. Estas diez nuevas composiciones llegan para recoger ese testigo al tiempo que imprimen nuevos y necesarios bríos. Una continuación y, al mismo tiempo, un nuevo comienzo. Dos por el precio de uno.
Inevitablemente, la pérdida y el duelo continúan presentes en la temática a tratar. No debemos obviar que la desgracia volvió a golpear con dureza al australiano dos años atrás con el fallecimiento de su otro hijo Jethro. Da la sensación de que el destino (o los mismísimos dioses) no tiene compasión para Cave. Sin embargo, él parece ya cansado de lamerse las heridas consciente que estas nunca cicatrizarán. Es ahí donde el guión de sus anteriores capítulos torna para dar con un trabajo decididamente vitalista y esperanzador. Como algunos ya han empezado a apuntar en estos primeros días desde que salió a la calle, estamos ante la versión más alegre de sí mismo que puede ofrecernos en la actualidad.
En esa misión de revigorizar su sonido, los Bad Seeds salen al rescate tras pasar una larga temporada calentando banquillo. Warren Ellis permanece como indiscutible director de orquesta y mano derecha. No obstante, la presencia de la banda se hace notablemente palpable, cosa que no sucedía en los dos últimos álbumes por los que pasaron de puntillas. Hasta un Radiohead como Colin Greenwood es invitado para rubricar su bajo en un par de canciones. Si a ello sumamos unos omnipresentes coros gospelianos que remiten al doble y excelso Abbatoir Blues/The Lyre Of Orpheus, nos encontramos ante unas Malas Semillas de espíritu renovado e igualmente poderosas como siempre.
‘Song Of The Lake’ nos abre la puerta con una delicada belleza que echábamos de menos, mientras que en ‘Wild God’ y ‘Conversion’ vemos a Cave moverse entre dos de las aguas por las que mejor sabe navegar. La del crooner espiritual que recurre a los pasajes bíblicos para adaptarlos a su antojo, y directamente la del predicador desatado conduciendo hacia unos crescendos catárticos en los que se deja llevar. Son dos de los instantes de mayor impacto instantáneo del disco.
Porque a pesar de la “reincorporación” del grupo, ya avisábamos que Wild God no rompe del todo los lazos con sus hermanos inmediatamente cercanos. La atmósfera espectral que sobrevolaba Ghoosteen reaparece en la etérea ‘Frogs’ y una ‘Final Rescue Attempt’ que podría ser el resultado de un híbrido entre aquel y The Boatman’s Call. Precisamente a este último podría pertenecer otra de las piezas destacadas como es ‘Long Dark Night’. Una canción al piano arreglada de forma sencilla y que va directa a tocar la fibra sensible. Apunta a nuevo clásico que sumar a su ya de por sí abultado cancionero.
Aunque puede que dos de los momentos más significativos sean ‘Joy’ y ‘O Wow O Wow (How Wonderful She Is)’. La primera toma la influencia del blues a través de esos recitados en los que se repiten varios versos, pero no es nada más que una idea prestada, pues lo que se busca es la redención. “Hemos tenido suficiente dolor. Ahora es tiempo para celebrar”. Y eso mismo es lo que se aplica en la segunda. Un bonito homenaje a la desaparecida Anita Lane, otrora compañera sentimental de nuestro protagonista y también colaboradora durante los primeros años de vida de The Bad Seeds. El cierre con una grabación de la propia Anita recordando los viejos tiempos es un símbolo, no de añoranza, si no de quedarse con todo lo bueno que nos dejaron quienes ya no están.
Nick Cave ha entregado de nuevo algo más que un simple disco. Y es que, aunque esta venga provocada por circunstanciales vitales dolorosas, la última etapa de su carrera está adquiriendo unas cotas de trascendencia a la que muy pocos artistas veteranos podrían aspirar. Solo queda desear que todavía le queden cosas por vivir y contar.
GONZALO PUEBLA