Nikki Lane es una artista muy valiente, de eso no hay la menor duda. Cuando descubrí su música con Highway Queen (New West, 2017), ya llevaba tres referencias editadas y reconozco que llegué algo tarde, sobre todo, teniendo en cuenta que su nombre ya despuntaba como uno de los valores más sólidos del nuevo country alternativo.
Su carrera se estaba afianzando, y lo hacía rompiendo las a menudo cerriles reglas imperantes en una escena, siempre reticente a cualquier atisbo de modernidad o cambio. Nikki Lane era un firme ejemplo de esas artistas femeninos sin complejos, con las ideas muy claras y siempre dispuesta a ir un paso más allá, aunque eso significase ciertas críticas fueran injustas o no. Ella elegía sus colaboradores, componía, arreglaba y se involucraba en todo el proceso de producción porque como le gusta decir: “Son mis canciones y soy la voz más autorizada para saber lo que mejor les conviene o no”.
Si por el lado masculino, gente como Chris Stappleton o Sturgill Simpson estaban consiguiendo éxito explorando las raíces más clásicas del country, Lane representaba todo lo contrario, ella nos proponía el riesgo de ir hacía unos terrenos más escabrosos, donde el tradicionalismo quedaba a un lado, y la búsqueda de nuevas fórmulas eran las protagonistas para seguir creciendo.
Ahora que vuelve a la palestra con un nuevo álbum, mucho me temo que va a haber más de una mueca de sorpresa o incluso desaprobación, cuando escuchen las nuevas canciones que nuestra protagonista ha preparado. Han pasado cinco años desde su último largo, pero las ganas de seguir investigando, de seguir rompiendo moldes absurdos siguen ahí, imperturbables. Quizás por eso, ha huido un tanto de los músicos al uso y se ha buscado un productor como Josh Homme (Queens Of The Stone Age), un tipo que como ella, siempre abierto a novedosos sonidos huyendo de una zona de confort que al final, acaba por agobiarte.
Cierto que hay cosas que serán bien recibidas por los oídos más talibanes, ‘Black Widow’, por ejemplo suena deliciosa con esa cadencia country rock y esa bonita slide dibujando acordes muy del sur. El tema título también tiene impregnado el aroma de la americana más clásica, pero ese riff distorsionado tan marcado y los sutiles arreglos de cuerda le dan un aire deliciosamente alternativo.
La voz de Nikki sigue portentosa, transparente, rotunda y es en los temas más pop donde más se luce. ‘First High’ me parece todo un hit, su estribillo te atrapa en segundos y sí, esto tiene poco que ver con el outlaw country o con el sonido americana, pero es definitivamente una composición superlativa. En ambas etiquetas han intentado meter siempre a una artista que se ha cansado de declarar, que no se siente cómoda en ninguna de las escenas en las que nosotros, los cargantes periodistas, nos empeñamos en meterla. ‘Try Harder’ nos podría servir de ejemplo también para definir lo que es una canción casi perfecta y ‘Born Tough’ es otra pequeña maravilla donde Homme invita a parte de los QOTSA. Ambas podrían sin ningún tipo de problema, reventar las listas de ventas si estas existieran todavía hoy en día, gracias a unas melodías excepcionales y una calidad suprema.
Por último, dejadme que me detenga en ‘Chimayo’, una preciosidad acústica que cierra el álbum de manera sublime y algo melancólica. Nikki Lane es de esa clase de artistas para escucharla sin ningún tipo de prejuicio y sin esperar nada concreto. Acotarla a una escena determinada es absurdo y estúpido porque nos estaríamos confundiendo, su concepto no es ese, de hecho, nunca lo ha sido. Por mucho que le encanten los sombreros de cowboy o que jamás reniegue de sus raíces, su música está fuera de modas, estilos o escenas. Si lo entiendes, enhorabuena, porque disfrutarás de un álbum fantástico.
ANDRÉS MARTÍNEZ
