Es el mayor ejemplo de efecto dominó que conozco actualmente. Algún medio de referencia anglosajón tira la primera piedra, y venga, el resto del mundo a seguirlos como perritos. ‘13 años del debut de tal banda’, ‘un cuarto de siglo sin Perico el de Benalmádena’, ‘se cumplen 27 años del primer pedo en directo en un bolo de progresivo’. No importa si la cifra es redonda, la cuestión es dar la turra con cualquier efeméride de vete tú a saber cuándo.

A ver, que la cosa puede ser interesante cuando tienes la oportunidad de diseccionar una obra que marcó a toda una generación junto a sus mismos protagonistas, como me pasó con Michael Weikath y los Keepers o como hacíamos en esa sección del Cómo Se Hizo. Lo considero periodísticamente útil cuando realmente estás aportando una voz valiosa al asunto. Pero por desgracia, en la mayoría de los casos suele tratarse de la enésima perorata del redactor de turno sobre el disco que durante esa jornada han decidido homenajear la Kerrang! o Revolver, y no tiene más enjundia que el sentirse respaldado por aquéllos que sintieron lo mismo, nada más que eso.

Pero esperad, porque es ahí cuando llega el nostalcoñazo real, cuando ese artículo inicial se reproduce como lo haría un chispazo en forma de llamarada en la melena de Kenny G y prácticamente todas las webs que sigues tratan ese asunto el mismo día a la misma hora. Y luego sus lectores hacen su propio post sobre ese artista u obra, claro, no vayan a ser menos…

Total, que en cualquier momento puedes abrir Facebook y encontrarte que el 50% de posts son la misma ofrenda al mismo álbum, pero escrito con mayor o menor gracia. ¡Y en distintas lenguas, que ya es la bomba! La nostalgia está bien y vende, es un alijo de likes como pocos y lo peta en las salas, pero es muy probable que algunos, con servidor a la cabeza, empecemos a dejar de seguir muchos medios por basar demasiados contenidos en elementos que huelen a naftalina.

Y os lo dice un tío cuyos estilos musicales favoritos tienen entre veinte y 50 años, ¿eh? Pero una cosa es rememorar grandes acontecimientos, y otra muy distinta es vivir anclado en el pasado, más en estos días en los que todo lo que amamos está próximo a cumplir tropecientos años de vida, medios siglos y cifras tope golosas. Es el cuento de nunca acabar, vamos.

En el fondo, ¿sabéis qué es lo que más me revienta de todo este asunto? Que puedes tener a un colega dándote la lata con cómo molaba antes el black sinfónico de hace dos décadas y media o los primeros Emperor, y seguramente no ha escuchado ni una sola canción de Vargrav. Que la inmensa mayoría de pesados que lloran a Chuck Schuldiner todos los años se están perdiendo a Tomb Mold o Spectral Voice, o que ése que cada 365 días te recuerda cuántos tacos habría cumplido Phil Lynott nunca descubrirá In Another Time de Tanith, de tan obsesionado que está por mirar atrás en vez de hacia delante.