Suele decirse que comparar está feo, pero si es con el pasado de uno mismo, todavía más. Opeth bien podrían hacer una tesis doctoral acerca de este asunto.

Mucho se ha escrito sobre los suecos y el giro de timón dado en 2011 con Heritage en el que abandonaban cualquier atisbo de influencia death metalera para profundizar en el rock progresivo de los 70’s. Desde entonces, la brecha entre sus seguidores se ha ido abriendo más y más en cada nueva publicación. Hay quienes todavía añoran la superlativa etapa primigenia que podríamos extender hasta Watershed, y los que han sido capaces de reconocer que sus últimos lanzamientos poseían validez propia sin necesidad de ponerlos delante del espejo al lado de sus hermanos mayores.

Ignoro si ha sido por pura decisión artística o por acallar voces discordantes, pero lo que parecía una decisión inamovible ha resultado no serlo tanto y Mikael Åkerfeldt ha sucumbido trayendo de vuelta las sonoridades más contundentes que tantos echaban de menos. The Last Will And Testament es pues un esfuerzo por recuperar (parcialmente) a los Opeth de antaño. Pero esto no implica que estemos ante una obra que mejore a sus inmediatamente predecesoras.

Porque por mucho que algunos negarán la mayor, ni Pale Communion, ni Sorceress, ni In Cauda Venenum eran tan malos, ni este decimocuarto álbum de estudio es tan superior como se pretende hacer ver. Simplemente todos ellos se mantienen en el estándar de calidad al que el quinteto de Estocolmo nos ha acostumbrado. Si acaso, sí se retoma la narrativa conceptual, esta vez en torno a la historia de lucha entre los miembros de una familia tras la Primera Guerra Mundial por la herencia de su patriarca. Como un Succesion en clave de death metal progresivo, para que nos entendamos.

Cada una de las 8 canciones que componen el álbum representan una sección del testamento. Según vaya avanzando su lectura (de la que se encarga en algunos instantes Ian Anderson de Jethro Tull haciendo las veces de notario), oscuros secretos irán siendo revelados, lo cual da pie a que las composiciones adquieran cierto punto teatral. Así queda reflejado desde que en ‘§1’ Åkerfeldt saca a pasear su gutural de ultratumba para alegría de los seguidores de la vieja escuela. Pero no solo se limita a su registro más extremo, sino que es capaz de adaptarse a otras tonalidades en función de lo que se esté relatando. Con medio siglo de vida a sus espaldas, nuestro querido Miguelito se las ha apañado para mantener su garganta en plenitud de facultades.

Al grupo se le ve cómodo entrando a machete como en los viejos tiempos en ‘§2’ y ‘‘§3’ mientras ejecutan cualquier cabriola instrumental por compleja que esta resulte (el nuevo chico de la clase, el joven batería Waltteri Väyrynen, parece que lleva integrado en la formación desde hace una década en lugar de solo un par de años). Con todo, sus clásicos valles de calma antes de la tempestad acaban apareciendo, y por ahí encuentran espacio para que la flauta de Anderson también se cuele en el cuarto corte. No en vano, la duración de las canciones se ha comprimido de forma sensible (ninguna sobrepasa los 8 minutos de duración), haciendo de esta una de sus obras más concisas y accesibles dentro de sus parámetros.

Probablemente ‘§5’ sea la mejor prueba de que los antiguos y los “no-ya-tan-nuevos” Opeth pueden convivir en harmonía, pues en ella se concentran muchas de las cualidades del combo. La maestría con las acústicas, la agresividad más feroz y los tramos orquestales se dan la mano en un tema soberbio. Lástima que los dos siguientes no mantengan el nivel exhibido hasta ese punto (especialmente ‘§7’ no aporta gran cosa), haciendo que la nota final se resienta.

‘A Story Never Told’ ejerce como último capítulo de la historia en forma de clásica balada marca de la casa y libre de estridencias. Un bonito epílogo para un disco que servirá para reconciliar a aquellos que perdieron la pista de los de Estocolmo durante la última década y media. Para quienes les hemos seguido hasta aquí, otro buen título que añadir a la estantería.

GONZALO PUEBLA