Las montañas de Suiza. Incomparablemente bellas, y sumamente traicioneras. El clima alpino, los abetos, las cimas, la soledad y el aislamiento. No existe nada más black metal que esto, y en 2024 no habrá un álbum black más trascendental que éste.
Entre la sombra subterránea y el culto de los más eruditos, Paysage d’Hiver ha construido un legado imprescindible que se remonta a 1997, aunque presentando justo ahora su tercer largo. Rendido ante su tierra, el helvético erige un monumento de una hora y 42 minutos de longitud, y se funde con ella, triunfando en solitario en aquellos puntos en los que Darkspace languidecieron en su obra de este curso.
Porque en Die Berge sí que cada minuto y cada segundo son necesarios para alcanzar el siguiente estadio mental. Son una preparación obsesiva, un mantra que va penetrando hasta disolver las ataduras que existen entre cuerpo y cerebro en una especie de ejercicio de relajación de inspiración asiática. Y reitera, y reitera. Y emociona, y emociona.
Aquellos dispersos que chateen o laven los platos mientas pinchan algo de fondo, no entenderán nada, y los que mutilan obras con sus playlists, menos todavía.
Die Berge ataca en tromba a lo Hate Forest, pero intercambiando el músculo y la hipertrofia por la lejanía, la frialdad y el misterio. La voz es una brisa, un elemento natural que se desplaza ladera abajo, y puede que se presente la pátina lluviosa y atmosférica de The Ruins Of Beverast, aunque ampliada hasta conseguir una experiencia aún más filosófica y extracorpórea.
Éxtasis casi sexual con ‘Verinnerlichung’; el cuelgue de ‘Transzendenz III’ hará palidecer a Judas Iscariot; es posible que emane una lágrima en tu rostro durante ‘Ausstieg’. Die Berge de Paysage d’Hiver demuestra la existencia de los viajes astrales.
Blanco, nieve, gris, niebla. El viento y los valles. El crepitar de la roca, el graznar de un cuervo. Las montañas, las impasibles montañas.
PAU NAVARRA