Han tenido que pasar 15 años desde aquel Achilles Heal para que David Bazan haya decidido recuperar su alter ego. Durante todo este tiempo sus seguidores hemos disfrutado su carrera en solitario, más cercana al folk, pero, secrétamente, esperábamos que llegara este momento.

Sabíamos que si se por fin se decidía y sacaba algo nuevo como Pedro the Lion sería realmente especial. Y así ha sido. Este quinto trabajo de Bazan es su tercer disco conceptual, después de Winners Never Quit (2000) y mi favorito Control (2002). Y como bien advertía el primer adelanto, ‘Yellow Bike’, estamos frente a un disco de indie rock rebosante de nostalgia bien entendida. La historia va así: a los 12 años dejó con su familia la ciudad de Phoenix y, a pesar de su corta edad, muchos recuerdos. Aquella fue la primera de muchas mudanzas como consecuencia del trabajo de su padre, pastor de Asambleas de Dios, como apunta ‘Model Homes’. Mención especial merecen el sentimiento de culpa que rebosa ‘Quietest Friend’ (¿el estribillo del año?) y la progresión alucinante de ‘Black Canyon’, dedicada a su tío, quien se suicidó tirándose a la carretera cuando pasaba un camión.

Con semejante vida no es de extrañar que Bazan tenga inspiración para rato. En lo musical, el power trio, que completan en esta ocasión el guitarra Erik Walters y el batería Sean Lean, firman una docena de cortes, a cual más especial y sobrecogedor, con la inconfundible voz de Bazan pellizcándonos el alma como de costumbre. Grabado en varios estudios de Seattle bajo las órdenes del productor Andy Park, Phoenix está a la altura de las expectativas y por momentos alcanza unas cotas de inspiración al alcance de unos pocos elegidos. Él, Bazan, es uno.

LUIS BENAVIDES