Qué tiempos en los que Unhallowed, Miasma o Nocturnal me flipaban cantidad… Y cómo cambian las cosas, porque ahora, ¡es que a The Black Dahlia Murder no puedo verles ni en pintura! Todavía recuerdo cuando sacaron Ritual en 2011 y los hicimos Disco del Mes, cuánto me curré esa review y la pedazo de nota que se llevó su siguiente trabajo, Everblack. Pero lo dicho: actualmente, yo, con los de Michigan, es que no iría ni a comprar el pan.
Viendo lo majetes que son, lo bien que siempre nos han tratado en las entrevistas y los dignos trabajos que aún son capaces de facturar, te estarás preguntando por qué tanta animadversión hacia los americanos, y eso es justo lo que voy a tratar de explicar a continuación.
Recuerdo perfectamente que una de las primeras ocasiones que hubo de verles en nuestro país fue capitaneando un Bonecrusher en la sala Salamandra. El cartel era imponente, y justo en el mismo momento de su salida a escena, me topé con los miembros de Necrophobic, también presentes en el tour. Ahí tuve que elegir entre la oronda barriga de Trevor Strnad o tomarme unas cañas con esa formación de culto, mientras me contaban chismes acerca de Nifelheim, otro bandón de lo más true donde militaban algunos de ellos. No sé qué habrían elegido ustedes, pero yo les hice los cuernos a Black Dahlia y me piré con los escandinavos. Cómo fui capaz luego de escribir su parte en la crónica ya lo contaré otro día…
Pero lo cierto es que mi cabeza me dijo, traicioneramente: ‘Tranqui, Pau, que a The Black Dahlia Murder tendrás muchas ocasiones más de verles’. ¡Y malditos sean mis huesos, cuánta razón! Tras ese bolo, al combo estadounidense me lo he encontrado hasta en la sopa…
¿Abro Twitter? Ahí está, su nueva gira australiana. ¿Me enchufo a Instagram? Pues venga, post de su merch en toda la frente. ¿Que me piro para Facebook? Sus fechas en España. ¿Que vuelvo para Twitter? Hala, Strnad recomendando no sé qué grupo montonero para su sección en no sé qué medio guiri. ¡Dios, qué pesadilla, y peor es aún en directo! Pau hace las maletas y se va al Resu. Pam, a los cinco minutos, The Black Fuckin’ Dahlia Murder confirmados. ¿Que me voy para República Checa al Brutal Assault? Sí, ellos también tocan allí. Va, elijamos un objetivo donde ya sea (casi) imposible encontrárselos… ¿Qué tal el Death Feast Open Air alemán, que sólo se dedica al brutal death? Lo tienes todo pillado, apartamento, entradas, unos cabezas de cartel como Dying Fetus y Misery Index… y cuando sólo resta presentar al último gran protagonista del evento… Me cago en su puta calavera, ahí tienes a los Black Dahlia. ¡Pero hombre! ¿¡Qué pintan ahí!? ¡Ponedme a unos Brodequin, zoquetes teutones! No me compré ni la cami del festi porque estaba su logo detrás, imaginen…
Y esto es lo que tristemente me ha pasado con Brian Eschbach y compañía: la sobreexposición, la sobreinformación, el exceso de fechas porque ya no se gana un duro con los discos, han hecho que los aborrezca del todo. Pero tirria, tirria. Cuando tienes que lidiar con algo casi cada día, llegas al hastío.
No soltaremos ahora el rollo sobre la obligación a girar eternamente a la que hemos condenado a los artistas profesionales, pero por ahí van las cosas, desde luego… Si eres un enfermo de la música en directo, de los que pilla aviones como quien coge el bus en busca del cartel europeo que te vuela la cabeza, estoy seguro que hay alguna banda que ves tres, cuatro veces en un mismo verano, y acabas odiando porque sí, de forma totalmente arbitraria, porque ya estás hasta los mismísimos de cruzártelos en tu camino. Y luego están las redes, claro… Unfollow igual sería la solución, pero si te dedicas a ello, no puedes pasar de una banda tan tocha así como así… Resultan absolutamente necesarias para promocionar a un grupo, pero caramba, con cabeza. Hay que informar, pero preservar algo del enigma, de la magia, también es esencial.
Por cierto, si no han visto a The Black Dahlia Murder 387 veces como un servidor, no se los pierdan el 25 de abril en Pamplona, el 27 en Madrid y el 28 en Barcelona. Dentro del death metal melódico, son de los pocos que siguen atronando extremos y a velocidades de vértigo, por no decir que son únicos en su especie.