Como complemento a la elección de Bremen No Existe de Biznaga como nuestro nº1 en la lista de Discos Nacionales de 2022 os ofrecemos este reportaje en el que la banda madrileña y nuestro colaborador Jon Aguirre Such compartieron mesa antes de su concierto en Hondarribia. Que aproveche.
2022 es el año de Biznaga: la publicación del fabuloso Bremen No Existe puede, o mejor dicho, debería, marcar un antes y un después en este cuarteto afincando en Madrid. Su cuarto disco es, sin duda, lo mejor que han sido capaces de facturar hasta el momento. Y eso es mucho decir teniendo en cuenta que han concebido obras del nivel de Sentido Del Espectáculo o Gran Pantalla. Estamos ante un disco sin fisuras de principio a fin, trufado de himnos (contra)generacionales que demuestran como la melodía no está reñida con espíritu contestatario. Bien al contrario, gracias a ella ahora seguramente serán capaces de agitar más conciencias (¡Bravo por ellos!).
Así, este álbum no es solamente el mejor en su cuenta particular, sino que está llamado a convertirse en una referencia clave para el punk-rock gestado durante estos ‘felices 20’ a los que les cantan irónicamente en la superlativa ‘Madrid Nos Pertenece’. Y por eso no es de extrañar verlo encaramado en las listas de lo mejor del año, tal y como lo hemos hecho en RockZone al nombrarlo número uno de su promoción.
EL TIEMPO
Más allá de este hito discográfico, si por algo pueden resultar decisivos estos últimos meses en la biografía del grupo es porque, tras más de una década de andadura, están a las puertas de dar el salto definitivo a poder vivir de la música sin necesidad de recurrir a currillos de teleoperador o mozo de almacén. Y esto es posible por el impulso de Bremen No Existe, pero también porque cuentan con una carrera sólida cimentada en grandes discos y centenares de bolos repartidos por toda la península, Europa, Latinoamérica o…Turquía: “eso fue cuando Pete Menchetti, el jefe de nuestra discográfica Slovenly, nos llevó a tocar en un festival que organizaba en un barco que navegaba por el Bósforo. Fue una de las experiencias más flipantes que hemos vivido”, me cuenta Álvaro García, guitarrista y cantante de Biznaga.
Si bien esta trayectoria previa, forjada a base de mucho sudor y carretera, ha sido fundamental para llegar hasta aquí, estar preparados y mantener los pies en la tierra ante la que se les puede venir, hay un factor decisivo por el que pueden dar este salto: “No tenemos nada que perder” me espeta Álvaro. Él, un exenfermero en la sanidad pública madrileña de mi misma edad, tuvo que sufrir durante muchos años los efectos que la mala gestión del gobierno autonómico produce en el personal sanitario; la pandemia fue el detonante definitivo: mientras millones de personas salíamos a los balcones a las ocho de la tarde a aplaudir su labor, los gestores públicos madrileños decidieron sobresaturar todavía más si cabe a un sistema agotado de tantos años de privatización y recortes neoliberales. Y eso fue la gota que colmó el vaso: el estrés y la angustia fueron inaguantables y tuvo que dejarlo por su propia salud. Ironías de la vida.
Desde entonces se ha venido dedicando en exclusiva a Biznaga: “llevar un grupo es mucho curro y tienes que tener plena disponibilidad. Si lo tienes que compatibilizar con un trabajo a jornada completa es imposible sacarlo adelante, si realmente quieres dedicarte a ello” me confiesa. Ahora el resto harán lo propio. Todos salvo uno: “hoy es el último concierto de Pablo”, me declara Álvaro “en primicia”.
Como les ha pasado a tantos grupos a lo largo de la historia cuando tienen que dar el paso del amateurismo a la profesionalización, es habitual que algún integrante se apee del tren. En el caso de Pablo Granelo, guitarrista desde los inicios de la banda, su futura paternidad y su carrera profesional como psicólogo resultan incompatibles con esta nueva etapa. Así que nada de malos rollos: más tarde podremos comprobarlo cuando todos se funden en un emotivo abrazo grupal durante su concierto en la sala Psylocibenea. También lo dejó claro el propio Pablo a través de la cuenta de Instagram de la banda hace unos días.
Una semana más tarde, cuando toquen en Bilbao y Logroño lo harán con Álvaro, un chaval de 19 años que viene de tocar en Error 97. “Parece que el trap está decayendo, mientras que el rock y la música de guitarras está volviendo entre la juventud”. Vamos, que al final será cierto aquello de que “El rock es eterno, el rock nunca muere” que cantaron Lujuria.
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Todo esto me lo cuenta Álvaro mientras ralla el queso parmesano que añadiremos al risotto de hongos (boletus, para ser más exactos) que les estoy preparando en la cocina de la sociedad gastronómica Itxas-Gain, situada en el barrio de Gros de Donostia.
EL ALIMENTO
“¿Y por qué está Álvaro Biznaga rallando queso mientras te cuenta todas estas cosas?” Os preguntaréis.
Para responder esta pregunta me tengo que retrotraer al concierto de Biznaga en la sala Upload de Barcelona de octubre, donde me encontré a Jordi Meya, a quien hacía años que no veía. En ese momento me quedé con las ganas de proponerle volver a escribir para RockZone. Y, así las cosas, la ocasión la pintaron calva cuando le dije a mi amiga Noemí que iba a ver el concierto de Biznaga en Hondarribia, ella me dijo que era amiga de la pareja de Álvaro y yo, en un arrebato bañado en alcohol, le propuse prepararles la comida antes del bolo en Itxas-Gain, la sociedad gastronómica de la cual soy socio. Yo no pensé que tuviera mayor recorrido, pero se nota que Noemí es muy convincente y Biznaga más majos que las pesetas. Así que accedieron. Total, que ya que estábamos, me pareció una buena historia que contar y se la propuse a Jordi, a quien le encantó la idea. Así que aquí me tenéis, más de diez años después de mi último artículo saciando mis ansias de plumilla musical.
Y ahora, volvamos al risotto.
Álvaro sigue con sus labores de pinche mientras esperamos a que aparezca el resto del grupo para disfrutar de la comida que estamos preparando. Entretanto hablamos, cómo no, de música, poniendo el acento en el eclecticismo: “no entiendo como la gente se cierra a un solo estilo. Hay tanta música buena por descubrir”. El propio grupo es un crisol de influencias diversas: desde el black metal hasta el reaggae (Milky, el baterista, es pinchadiscos de la escuela Trojan), pasando por los clásicos del rock, el hardcore melódico o el crust. Álvaro, fan irredento de NOFX y los coruñeses Ekkaia -como bien demuestran los dos únicos parches que lucen en su sudadera-, me cuenta como en sus maratonianos viajes en furgoneta suelen hacer el ejercicio melómano de establecer un concepto sobre el que van pinchando temas de lo más variopintos. Joder, lo mismo que hacía yo en mi programa de radio Ni Naiz Naizena, le cuento. En realidad ninguno inventamos nada: Bob Dylan ya lo hizo con Theme Time Radio Hour entre 2006 y 2009. En cualquier caso, es una buena práctica que demuestra por parte de Bizanga un interés, una búsqueda, por romper con los clichés de un género (¿el punk-rock?) que se les ha quedado pequeño.
Y así, mientras divagamos sobre música, cocino risotto, le explico el origen y concepto de las sociedades gastronómicas vascas, va apareciendo el resto del grupo. Los primeros en hacerlo son el ya citado Pablo y Jorge Navarro, bajista y letrista de la banda. Con ellos llegan también Raúl -técnico de sonido que esta noche se lucirá sacando el mejor partido de la sala y las capacidades del grupo- y Jaime, quien se está estrenando como conductor y roadie de la banda, que tiene raíces donostiarras: “mi apellido Egaña es de por aquí” me cuenta. Tengo que reconocer que la impresión no puede ser mejor: ¡Qué gente más maja y educada, por Dios!
Pablo y Jorge son dos personas que rezuman sensibilidad y saber estar. Lejos de los arquetipos del punk, transmiten una cercanía, serenidad y unos modales que te dan ganas de estar abrazándolos todo el rato. Pero si tenemos en cuenta que Jorge es el artífice de la mayoría de las letras de la banda, pues tampoco debería sorprendernos tanto: él ha sido capaz de capturar esa desazón que nuestra generación (y las más jóvenes) siente ante este escenario de incertidumbre que dibuja el panorama multicrisis en el que vivimos sumidos. Me río yo de los Sex Pistols y su “No future”.
Desgraciadamente hay quienes han comparado esa desafección con el nihilismo, pero nada más lejos de la realidad: las letras de Biznaga son de una profundidad filosófica y revolucionaria como pocas. Basta solo escuchar ‘Líneas De sombra’, ‘Domingo Especialmente Triste’ o ‘Cómo Escribimos Adalides De La Nada’ para darse cuenta de que han sido capaces de capturar un sentimiento transgeneracional (de los Millennials a la Generación Z) como nadie. Por lo menos a mí este año me han ayudado a entenderme y a gestionar momentos complicados; lo que les coloca en un nivel restringido a muy pocos grupos (gracias y enhorabuena por ello, Jorge). Y si además ya fueron capaces de cantar a la ciudad y a los “no lugares” sobre los que teorizó Marc Augé, pues qué queréis que os diga, es difícil no rendirse a sus encantos.
Todos estos pensamientos me atraviesan cuando me dispongo a servirles el dichoso risotto de boletus. Luego vendrá la crema de calabaza que ha hecho mi amiga Teresa. Mientras comemos, reímos y nos contamos anécdotas, el bueno de Jorge pregunta con unos modales y una educación majestuosas: “¿Se puede repetir?”. Casi lloro de la emoción. “¡Claro que sí, Jorge, para eso está!”. Y a partir de ahí se abre la veda al resto. Mientras tanto yo les cuento también las reglas de las sociedades gastronómicas vascas… Y sigo abriendo botellas de vino Luis Cañas y tercios de Estrella-Damm: qué más se puede pedir a la vida.
En esas que estamos cuando llega Milky (Jorge Ballarín), batería de la banda, acompañado de Carmen Merino, más conocida como Supercarmen’, baterista de otro grupazo: Tiburona… Ojalá hubiera espacio aquí para hablar de ellas. Solo diré que, si no has escuchado Sola y Feliz, no sé a qué esperas. Eso y que Carmen y Álvaro, junto con Adriana Moscoso (Texxcoco), han formado Amigas Íntimas un ‘súpergrupo’ al que a juzgar por su single ‘Verano Muerto’ habrá que seguir la pista de cerca.
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Así que ya estamos el equipo al completo. Eso sí, no queda apenas comida para Milky y a Supercarmen. Compensan la inanición con simpatía y humor. Y es que el cuarto en concordia de Biznaga es, seguramente, el más abierto y pasional de los cuatro. Así lo demuestra durante la comida y también cuando, en un arrebato al final del concierto, decide desoír la decisión que habían tomado conjuntamente sobre no anunciar que era el último concierto de Pablo y con los ojos llorosos fuerza un abrazo colectivo del grupo. Un puro amor de chico, vaya.
El tiempo avanza y Biznaga tienen que irse a la prueba de sonido. Yo aprovecho para apurar mi conversación con Álvaro. Hablamos sobre metal extremo (“En realidad Pablo es el que es más fan del black metal. De hecho, hay riffs suyos donde se nota esa influencia”) y sobre otro de los grandes grupos punk que ha dado Madrid: Muletrain. También me cuenta cómo conoció, paseando a su perro, a Iñaki, ese referente indiscutible de sonidos descerebrados que ha dado vida (y voz) a bandas tan fantásticas como Moho, Dishammer o Looking For Answer. Mientras escribo esto miro al póster que tengo enmarcado en mi habitación del mítico concierto de Moho y Muletrain en la sala Wurlitzer. Qué tiempos aquellos…
EL ESPACIO
Tras la comida en Itxas-Gain, la siguiente parada es la sala Psylocibenea, una de esas ‘catedrales’ del rock euskaldun a las que Berri Txarrak cantaron en Infrasoinuak. Situada en el barrio Mendelu de Hondarribia -fronterizo con Irun- más que una sala de conciertos, es una comunidad y una actitud por la música. Eso se desprende de la visita por la que me guía Mikel Larratxe -excantante de los míticos Sixty Sexers y ahora liado en los más que recomendables Tzar-: un espacio cedido por el Ayuntamiento y gestionado por una asociación compuesta por músicos de la zona que cuenta con bar, escenario, locales de ensayo y, sobre todo, mucho espíritu y compromiso.
Se trata de una infraestructura musical de referencia para la escena de Bera-Bidasoa, sin desdeñar al barrio irundarra de Mosku. Y, ojo, que no estamos hablando de un ámbito cualquiera: las orillas del río Bidasoa han sido el lugar de origen de artistas como Kortatu, Negu Gorriak, Lisabö, Dut, Kuraia, Joseba Irazoki o los ya mentados Sexty Sexers, entre muchos otros. De hecho, recientemente la editorial Banizu Nizuke publicaba un más que interesante libro sobre la escena e historia musical de municipio de Bera, que trata de arrojar luz sobre las particularidades y bondades de este territorio sónico que desemboca en la esquina oriental del mar Cantábrico.
Por todo ello, y mucho más, Psylocibenea es un lugar donde los conciertos adquieren otra dimensión. No sólo porque no es raro encontrarse con músicos de las bandas mencionadas – como es el caso de Fermin Muguruza (Kortatu, Negu Gorriak) o Karlos Osinaga (Lisabö)-, sino porque, más que a ver conciertos, allí se va a rendir pleitesía a la música: todavía recuerdo la vez que me llamaron la atención por sacar una foto con le móvil durante un concierto.
Y tal vez por ello, este es un entorno que a Biznaga les sienta como anillo al dedo. De hecho, no es la primera vez que tocan allí y eso se nota: durante todo momento se percibe una familiaridad y cariño especial. Hasta el punto que siendo una banda enemiga del bis -por favor que cunda el ejemplo, que el bis es la muerte del rock-, al finalizar el repertorio deciden hacer de tripas corazón y volver al escenario para interpretar ‘Jóvenes Ocultos’, rememorando su primera actuación allí.
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Pero antes de llegar a ese momento, pasaron muchas cosas. Entre ellas el concierto del cuarteto bizkaitarra Feline, que venían a presentar su debut homónimo. El combo mostró muy buenas maneras y actitud sobre las tablas. Especialmente cuando acometieron los temas cantados en euskera (como ‘Emozio’ y ‘Zure Bidea’), composiciones que les sientan mucho mejor que las canciones en inglés. Por cierto, opinión compartida con gente de Madrid, Asturias y Milán.
Y después del buen aperitivo “a la vizcaína”, tocó el turno de Biznaga.
He de reconocer que estaba un poco intranquilo ante lo que podía suceder: la anterior vez que los vi en la sala Upload de Barcelona no me terminaron de satisfacer por completo. Afortunadamente esta vez sí que dieron un concierto a la altura de las expectativas, que siempre son altas en su caso.
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Mucho podría decir de todo lo sucedido en los noventa minutos de concierto, pero resulta difícil de resumir todo lo vivido entonces, sobre todo cuando se llevan escritas tantas palabras. A modo de resumen destacaría que el concierto fue una apoteosis continua. Mucha gente se quedó ronca de cantar, puño en alto, todos los himnos que fueron desde las tablas. La exaltación del respetable fue la mejor muestra del nivel exhibido por el cuarteto. Y no fui el único en percibir y conectar con esta energía: la imagen de un Karlos Osinaga desbocado en primera fila fue la prueba de algodón de que estábamos presenciando un bolazo.
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Difícil seleccionar un momento cuando este torbellino punk con nombre de flor malagueña se desata sobre el escenario. Cierto es que ‘Mediocridad Y Confort’, ‘Motores De Búsqueda Avanzada’, ‘La Escuela Nocturna’, ‘No-lugar’, ‘2K20’ o ‘Madrid Nos Pertenece’ son temas incontestables en directo, o que ‘Líneas De Sombra’ me hizo casi llorar de emoción mientras me adentraba en el pogo; pero todos esos flashes pasan a segundo plano cuando uno presencia una banda en plena forma disfrutando de un tiempo y un espacio privilegiados. Más aún, cuando es consciente de que es un momento irrepetible porque es el último concierto de Pablo. Así que más que una canción, destacaría ese abrazo colectivo del que ya he hablado antes. Eso y que fueron capaces de recuperar el verdadero sentido del bis y rendirse a los vítores del público. Así, sí.
CODA
Y con ello llegamos al final de un largo día, con Biznaga encumbrados. Y en una situación así, las emociones afloran y es difícil controlarse: yo me puse muy pesado con el pobre Álvaro cuando le presenté Karlos Osinaga y les dije que debían grabar un disco juntos. Creo que él entendió mi vehemencia circunstancial. Y si no, mis disculpas.
En cualquier caso, agotados como estábamos solo quedaba recoger y plegar. No sin antes realizar las perceptivas despedidas. Así que yo aproveché para despedirme también de Pablo y recomendarle el último disco de Spectral Wound -si te gusta el black metal no dejes de escuchar A Diabolic Thrist-, con la esperanza de que nos podamos volver a ver en algún otro momento. Igual conmigo sentado en el diván o con el puño levantado en un concierto de metal extremo. Quién sabe.
Con todo, nos fuimos despidiendo uno a uno, tras un día de emociones y vivencias intensas. Felices de haber podido compartir un momento, una comida y un lugar tan especiales como aquellos. Ojalá podamos volver a repetirlo en un futuro en el que, a buen seguro, Biznaga se hayan consolidado como una banda que marcó época. Egurra!
JON AGUIRRE SUCH