Ya se sabe aquello de qué las comparaciones son odiosas, pero de verdad que me cuesta entender por qué un grupo como Rival Sons no está ocupando ahora mismo el lugar de privilegio que otras formaciones (más jóvenes y con mejor prensa dentro del rock contemporáneo, eso sí) presumen desde hace relativamente poco.
Los californianos llevan ya muchos años jugando a esto, dejando por el camino un catálogo de álbumes de primer nivel y siendo poseedores de un directo capaz de convertir en fan a cualquier neófito. Pero por algún extraño motivo que escapa a mi entendimiento, nada de eso parece importar al público masivo a pesar de que incluso hayan disfrutado de la exposición de telonear a leyendas como Black Sabbath o Aerosmith. Tampoco es que estén pasando penurias para llegar a fin de mes, pero por los méritos demostrados uno siente que merecerían mucho más de lo que tienen.
En cualquier caso, nada de esto parece frenar lo más mínimo a una banda que vuelve a demostrar en este Darkfighter que vive en un estado de gracia permanente. Tanto es así, que dentro de unos meses está prevista la edición de otro álbum titulado Lightbringer, por lo que Rival Sons se muestran confiados y decididos a asestar un rotundo golpe sobre el tablero actual del classic rock con especial predilección por la década de los 70.
Entrando a desgranar su séptimo trabajo de estudio, contemplamos a un quinteto (ahora con el teclista Todd Ögren definitivamente como miembro oficial) que exhibe nuevamente todo su potencial. De hecho, en ‘Mirrors’ dan la sensación de que estuvieran recogiéndole el guante a Greta Van Fleet en lo que a tomar a Led Zeppelin como referentes se refiere. Por supuesto que ambas formaciones parten del mismo punto de partida, pero Jay Buchanan (que vuelve a estar soberbio en cada tramo del álbum), Scott Holiday y sus compañeros saben medir la dosis justa de grandilocuencia sin acabar resultando cargantes ni demasiado pomposos. Los hermanos Kiszka bien podrían tomar nota de ello.
Rápidamente cambian a “modo rockero” con ‘Nobody Wants To Die’, un misil directo y sin contemplaciones con todos los músicos saliendo a morder. Rotunda al igual que ‘Bird In The Hand’, aunque en otro contexto. Aquí Holiday (un guitarrista rebosante de clase e inteligencia a la hora de trabajar para la canción en lugar de buscar su propio beneficio) se lanza con un riff de ritmo marcial que podría recordar a Queens Of The Stone Age por su forma de caminar, y que Buchanan culmina rematando con un estribillazo redondísimo.
Al cantante se le nota más cómodo y maduro en su manera de interpretar, sin necesidad de explotar su garganta todo el rato. Esto se aprecia en un medio tiempo tan accesible como ‘Bright Light’ y una ‘Rapture’ llena de sensibilidad. La dualidad a la hora de jugar con las transiciones alcanza su punto álgido en ‘Guillotine’, cuyo estribillo encuentra replica tanto acústica como eléctrica, siendo otra de mis favoritas en un disco que no esconde ni un solo tema de relleno.
Tampoco en la recta final con ‘Horses Breath’, dónde se dejan llevar por la mística de la época más reciente The Cult (no solo de Zeppelin vive el hombre) empujados por la pegada de Mike Miley a la batería, o ‘Darkside’, que persiste en transitar entre la calma y la tempestad épica, bajan el listón que ellos mismos colocaron en el arranque. Si lo que nos aguarda dentro de unos meses en Lightbringer se mantiene a idéntica altura, entonces estaremos ante la enésima confirmación de que Rival Sons apenas tienen competencia dentro de su parcela. Y aunque tal vez ya sea tarde, no estaría mal que algunos comenzaran a darse cuenta de su valía y fiabilidad.
GONZALO PUEBLA