Que Slash grabaría algún día un disco de blues estaba cantado desde que salió de Guns N’Roses a mediados de los 90. Ya entonces, montó un combo con el nombre Slash’s Blues Ball con el que tocaba versiones en directo, aunque finalmente acabó tirando hacia al hard rock con Slash’s Snakepit primero y luego con Velvet Revolver.
Pero el gusanillo debió quedarle dentro, porque después de muchos años asentando su carrera junto a Myles Kennedy and the Conspirators y de su regreso a Guns, su última incursión en el estudio ha sido para rendir homenaje a clásicos como Robert Johnson, Willie Dixon o Peter Green. Para ello ha reclutado a dos antiguos músicos de Blues Ball, el bajista Johnny Griparic y el teclista Teddy Andreadis (que también tocó en Guns en la gira de los Use Your Illusion) y fichado al cantante y guitarrista Tash Neal y al batería Michael Jerome. Pero la cosa no acaba aquí. Repitiendo la fórmula que tan buen resultado le dio en su debut en solitario, Slash ha tirado de agenda para contar con distintos cantantes en cada uno de los temas.
La lista de los invitados entra dentro de lo esperable: Chris Robinson de The Black Crowes, Gary Clark Jr., Chris Stapleton, Billy F. Gibbons de ZZ Top, Brian Johnson de AC/DC, Iggy Pop o Paul Rodgers. Quizá el único nombre que llamará la atención de algunos sea el de Demi Lovato, pero la estrella del pop nunca ha ocultado su gusto por el rock y el metal (incluso ha citado a Job For A Cowboy como su banda favorita). Todos ellos cumplen sobradamente y hacen que el disco sea más atractivo que si hubiera sido instrumental (solo el único tema propio ‘Metal Chestnut’ lo es). Por encima de la media destacan Beth Hart brillando en la ardiente ‘Stormy Monday’ de Aaron Walker, Dorothy en ‘Key To The Highway’ de Charlie Segar y Stapleton en ‘Oh Well’ de Fleetwood Mac.
Como suele pasar con los artistas de hard rock que tiran hacia el blues, desde Gary Moore en Still Got The Blues a Aerosmith en Honkin’ On Bobo, la tendencia a tocar más fuerte y con más notas de lo necesario es casi inevitable. Orgy Of The Damned no escapa de esa trampa, por lo que, como aquellos, no creo que este sea un disco para puristas del estilo, sino más bien una entrada al blues para quienes no suelen escucharlo. En ese sentido, el disco alcanza el objetivo, y desde luego los aficionados a la guitarra disfrutarán escuchando a un Slash desatado tocando a su antojo. El álbum no deja de ser un capricho por parte de alguien que ya lo ha hecho todo, pero se nota que, al menos, está hecho con cariño.
JORDI MEYA