Como ha ocurrido con otros grupos de su magnitud, en los 20 años transcurridos desde que Slipknot publicaran su disco de debut, los de Iowa han dejado de ser una banda para pasar a ser una especie de franquicia. Por encima de todo, lo más importante es que la ‘marca Slipknot’ se mantenga presente en la mente de los consumidores, de ahí el goteo constante de información en los meses previos al lanzamiento de un nuevo disco.
Da igual que sea algo relevante, como la marcha de un componente, o de una chorrada, como el nuevo diseño de sus máscaras, la cuestión es que día sí día también, su nombre esté circulando por el ciberespacio. Naturalmente, Slipknot no son los únicos en utilizar esta estrategia, y tampoco es estrictamente su culpa -aunque se presten al juego-, sino una consecuencia de cómo funciona la industria musical y mediática desde hace años. Pero es una pena que más allá de las máscaras, declaraciones, pleitos, divorcios, el hype y saber la identidad de Tortilla Man, casi ya nadie se acuerde de la música. Todavía más cuando We Are Not Your Kind ofrece suficientes argumentos para que ésta siga estando en el epicentro.
Alguien dentro de esa gran maquinaria -sospecho que Jim Root, más centrado desde que dejara Stone Sour- se ha tomado la molestia de estrujarse el cerebro y aportar nuevas ideas que mantegan el interés de un oyente que llegado a su sexto disco ya no esperaba sorpresas.
Sería exagerado decir que Slipknot se han reinventado, pero desde luego aquí escuchamos cosas que no habíamos escuchado antes de ellos. Ya sea con el coro de la épica ‘Unsainted’, la melodía aguda del estribillo pegadizo de ‘Nero Forte’, el solo de guitarra oxidada de la turbadora ‘Spiders’ o la fragilidad exótica de ‘My Pain’, se aprecia aire fresco. Incluso cuando ponen el turbo como en ‘Solway Firth’, ‘Orphan’, ‘Critical Darling’, ‘Red Flag’ o ‘Birth Of The Cruel’ la banda suena todavía vigorosa y con un Corey Taylor más versátil que nunca. Mención especial merece la solemnidad ‘A Liar’s Funeral’ con un desarrollo un poco a lo Steven Wilson, pero no exento de brutalidad.
El productor Greg Fidelman ha conseguido un sonido contundente pero cálido y dinámico, donde el groove no tapa el notable trabajo de las guitarras y en el que la batería de Jay Weinberg hace que ya nadie se acuerde de Joey Jordison.
Es verdad, Slipknot no te aplastan ni asustan como en los tiempos de Iowa, pero es meritorio que no se hayan convertido en una parodia de ellos mismos.
JORDI MEYA